domingo, 15 de enero de 2017

SUICIDA POTENCIAL

 
En el bus hinca su humanidad un hombre
que por instinto se aleja de la muerte.
Exhibe una herida que pocos ven,
porque es mejor no ver para que no nos duela,
porque es muy sencillo ignorar un mal
cuando la pierna, el colon o el ojo son ajenos.
¡Qué distinto al suicida es ese sujeto,
que hace viajar su herida de bus en bus!
El valiente busca una sola oportunidad:
un atajo para volver al camino de la salud.

Un joven rechazado por su amada
se deprime, se le rompe lo vivido,
colisiona con su forma de existir.
Deja una nota y toma una posibilidad.
Va hacia el centro inexacto del puente,
siguiendo su plan de líneas cortas,
y mira quieto los doce metros del viaje...
Silban vientos contrarios,
las ideas entran en crisis:
Vida-muerte, sombra-luz,
amor-desamor, sur-norte,
tesis-antítesis, izquierda-derecha,
arriba-abajo, adelante-atrás,
Sí-No, lucha de opuestos.
 El invierno se aleja del puente,
se lleva un recuerdo en camisón blanco.
Como si nada, el mendigo del puente camina,
sufren sus rodillas, su espalda y el coxis.
¡Quién pudiera nutrirlo, curarlo, enderezarlo!
 
En ocasiones, el caos ocupa el ser,
las rutas de escape forman círculos,
un zombi pisa la semana, el mes o la estación.
Alguien está en transición hacia el color negro,
nadie se entera de la cita ineludible
con la bala, el nudo, las píldoras, el abismo.
Pero el plan acaba en la orilla del minuto final,
en el sitio de la última batalla con el no-yo.
Una voz infiltrada en la nebulosa
o una mano de ángel tomando otra mano,
pueden impedir el giro del tambor,
el salto, la inmersión,
el pase del trago mortal por la rendida boca.
  
Si la idea del suicidio me dominara mañana,
esperaría el Nautilus para entrar al mar.
O elegiría el peñasco del cóndor
para entregarme, en calmado trance,
al vuelo terminal con los brazos muertos.
Pero me gustaría que no fuera mi hora,
que los cerros se animaran, se juntaran,
levantaran polvo antes del impacto
y me elevaran hasta los pastizales de ichu,
donde haya una choza para acostar mis males.
Despertaría alegre cual niño andino,
tocado por la energía vital del dios Libiac,
de las estrellas de la Vía Láctea,
de las huachuas reflejadas en espejos azules;
fuerte como el rojo y el amarillo de la rima rima,
dispuesto a recibir los rayos del Este en el ushnu,
para regresar purificado al Gran Camino...

¿Por qué acortar la vida, si podemos esperar
la llegada de un momento digno?.
Una despedida con himnos de libertad
en las múltiples lenguas que recoge el viento.


© All rights reserved, 2017.
 

martes, 3 de enero de 2017

PESCA CON ATARRAYA EN EL ANCHIC



El niño recién llegado los miraba desde el viejo molle situado cerca de la unión del Huacrachuco con el Anchic [1]. La frondosidad del árbol y la inclinación de su centenario tronco mantenían una zona seca en plena lluvia, a la orilla del rugiente río Huacrachuco; hasta ese lugar había corrido el curioso forasterito cuando escuchó decir a doña Primitiva que los niños estaban pescando en la otra banda.

La voz delgada de Juaneco se escuchaba nítida y dominante a pesar del ruido del río revuelto. Descalzo y mojado, parado firmemente sobre una piedra ancha y algo rugosa, el morenito niño de Mamahuaji [2] dirigía la pesca.
 

-- ¡Estén atentos, voy a volver a tirar la red!--anunció. 

-- ¡Cashi, entra al agua!--dijo Milton.

-- ¡Tú no Oliver, espera ahí!. Después tú vas a contar los pescaditos-- ordenó Juaneco a su hermanito de cinco años.

Lanzaba con destreza la atarraya sobre las turbias aguas del río Anchic, parecía más envalentonado cuando por momentos cesaba la lluvia. La red de pesca formaba una figura cuasi circular en el aire y se hundía rápidamente en el río por el peso de sus bolitas de plomo. Milton y Casimiro, más bajitos que Juaneco, ayudaban a recoger la atarraya hacia la piedra y luego a coger los peces que, al borde de la asfixia, daban sus últimos coletazos. Sábalos, pejerreyes, bagres y alguna otra especie de pez que los niños no conocían, fueron atrapados con la atarraya en varias lanzadas exitosas; los peces pequeñitos eran devueltos al río, así lo recomendaban siempre los viejos pescadores como don Buñi.

--¡Se mueve como culebra!-- gritó entusiasmado Casimiro, el trigueñito niño de Huagana [3]. Un espécimen de cuerpo anguiliforme se le escurría de la mano cada vez que intentaba agarrarlo.

--¡Sepáralo nomás, no lo cojas!¡El molote se va volver al río!-- indicó Juaneco--. Con la red lo vamos llevar al balde.

--¡Miren, carachamas!--se emocionó por su parte Milton, el avispado niño de Huacrachuco, apresurándose a desprender tres de estos semi acorazados peces camuflados en una piedra cercana.

En el pequeño huerto del desnivel superior de la ribera, delante de las plantas de cidra y limón, protegida sólo por su sombrero de lana, estaba Anita con una palangana de plástico en las manos, mirando emocionada la faena de pesca; a mitad del caminito que descendía al río se ubicó el inquieto Oliver, con el balde que le llegaba hasta la cintura, para recibir los peces que traían los otros niños. El más contento era Oliver, porque era el dueño del cubo y el encargado oficial del conteo de los pescados, aunque sólo sabía contar hasta siete.

-- ¡Pesha musho, ayuda, pesha!-- clamó Óliver, intentando levantar el balde medio lleno.

-- ¡Yo te ayudo, Olivito!-- contestó muy animada Anita desde arriba, y en un instante estuvo a su lado cogiendo el asa del cubo.

-- Vámonos, ya es suficiente-- dijo Juaneco en tono satisfecho, arrastrando la red hacia la arena.

-- ¡Vienen más nubes negras!-- alertó Casimiro.

-- ¡Sí, vámonos ya!-- agregó Milton, el último en salir del agua.

Apenas Anita desocupó el balde sobre la hierba mojada, Óliver tomó la tinita y comenzó el conteo, cogiendo primero los ejemplares más grandes. La cuenta hasta siete fue perfecta y, como vieron que el pequeñín tenía dificultades para continuar, el resto del grupo lo ayudó diciendo en coro los números que seguían; así fue como Óliver pudo pasar el límite del siete y mantener el orden, por primera vez, de los números mayores hasta dieciocho.

La novedad en el restaurante de doña Primitiva era que el rubio Óliver se había ido de pesca, siguiendo a Juaneco y a los otros niños. Dos niñas de Piso [4], Grizel y su hermanita René, acabaron pronto de limpiar la mesa de comensales y corrieron hacia el exterior para espectar desde la mejor ubicación, bajo el alero del tejado, la aventura de los pescadorcitos en el río Anchic. Eulogia, la criada de doña Primitiva, en vano trató de verlos desde la ventana de la cocina, por lo que se apresuró en servir el refresco a un último comensal y salió con suma curiosidad a mirarlos; su patrona, que llegó después, pudo respirar tranquila al observar que los chiquilines estaban sanos y salvos en la otra banda, en el pequeño huerto de doña Dolora, la mujer del yesero.

Las últimas oscuras nubes se concentraron más de diez minutos sobre Chúcaromonte, debido al cruce de los vientos opuestos en las alturas; finalmente, la ya mermada masa gris fue empujada hacia el noreste por los fuertes soplos provenientes del sur, pasando sólo algunas nubes cargadas hacia el Marañón.

-- ¡Se van las nubes negras!-- exclamó contento Casimiro--. Ahorita se acaba la lluvia-- pronosticó en seguida, sin que sus amiguitos se convencieran de ello. Él sabía del clima, de la fuerza de los vientos y del desplazamiento de las nubes, por historias que le contaba su abuelo.

La unión de los ríos Anchic y Huacrachuco. Apréciese
la casa de Doña Primitiva, el viejo molle, el puente 
y el pequeño huerto de la banda.
Pronto los niños pescadores desaparecieron del huertito, para luego reaparecer contentos por el puente que une a Huánuco con La Libertad, cuando la llovizna casi terminaba. Casimiro y Milton traían la atarraya, Anita la palangana y Juaneco el balde; delante venía, más risueño y con la frente en alto, Óliver. Estaban todos mojaditos, pero su gloria estaba en la docena y media de peces sacados del Anchic, cuatro de ellos sábalos de casi veinticinco centímetros y uno muy singular: el molote, que vivió más que ninguno, pues había terminado de culebrear en el balde.

Christian, el niño de Lima, se alejó presuroso del molle y del bramido del río Huacrachuco para alcanzar a los pescadorcitos en la carretera. Juaneco reconoció de inmediato al blanquiñoso y sonrió de buena gana al verlo, quedando impresionado para sí mismo por la gorrita marrón que usaba, una distinta a muchas otras que había visto, ya que traía adelante como distintivos la letra «C» bordada en amarillo y debajo de esta, a modo de adorno, un diminuto delfín plateado que iba prendido en una peculiar correíta. Milton también lo reconoció, porque en las vacaciones pasadas ambos aprendieron a pescar con don Buñi, el hortelano, en unas pozas que había río abajo, pasando la huerta de doña Primitiva.

-- ¡Pucha, cómo no llegué antes para meterme al Anchic con ustedes!-- se lamentó--. Pero qué buena pesca han tenido, chicos-- agregó luego, palmeando el hombro de los niños y rozando el sombrero de Anita, la simpática hermanita de Casimiro.

-- La atarraya ayuda mucho cuando el río está sucio-- comentó Juaneco con una alegre mueca.

-- ¿Así se llama?. Alguna vez tendré que aprender a usarla yo también-- le contestó Christian, mirando los numerosos trocitos de plomo que tenía la red usada. Era la primera vez que veía una atarraya, el aparejo de pesca que se extiende describiendo un círculo y se recoge formando un cono.

(...)
 

[*] Avance de relato ambientado en los años 80.

[1] Anchic : Río que delinea la frontera natural entre los distritos de Huancaspata (Pataz, La Libertad) y Huacrachuco (Marañón, Huánuco).

[2] Mamahuaji : Pueblo del distrito de Huacrachuco (Marañón, Huánuco).

[3] Huagana : Pueblo del distrito de Huacrachuco (Marañón, Huánuco).

[4] Piso : Pueblo del distrito de Huacrachuco (Marañón, Huánuco).


viernes, 30 de diciembre de 2016

APROXIMACIÓN AL SIGNIFICADO DEL NOMBRE «SHAGAPAY»


En la parte alta y más próxima de Huacrachuco, distrito y capital de la provincia Marañón (Huánuco), se halla el pueblo andino de Shagapay, conocido también como San Cristóbal. La búsqueda etimológica del nombre «shagapay» nos conduce a cuatro vertientes teóricas:

a) Por la pronunciación, «shagapay» puede considerarse una variante fonética del término quechua «chaqpay», que significa «nacer de pie»[1]. Tomemos en cuenta que las palabras sufren modificaciones o variaciones en su pronunciación, especialmente cuando llegan migrantes o se producen cambios político-sociales bruscos en una región; en la provincia Marañón se dio este fenómeno. Además, los nombres de muchos pueblos de Huacrachuco aluden al agua (Huanchay, llega el agua sagrada; Gochachilca, laguna rodeada de chilca), a la tierra (Quillabamba, pampa de la luna; Waripampa, pampa de vicuñas) o a la fertilidad (Huachaj, la que pare).

b) Por la semejanza en la escritura y pronunciación, «shagapay» también guarda relación con la palabra quechua «chakapay» [2], que significa «colocar vigas a modo de travesaño» (de ‘chaka’, puente). Consideremos que en cada invierno el río Saltana, que baja por la quebrada de Shagapay, antaño se llevaba el puente de palos o tablas que se colocaba.

c) Por idéntica grafía, «shagapay» proviene de «shagapa», una planta altoandina cuyas flores son de color amarillo patito [3] en algunas zonas, mientras que en otras son rosadas y moradas [4]. Con el sufijo «y», «shagapay» significa «mi shagapa» o «mi flor shagapa». Sin embargo, la aludida planta silvestre no existe hoy en las alturas de Shagapay, siendo considerada una especie extinta; los viejos shagapaínos dicen que no han conocido la shagapa, pero sí han recibido por transmisión oral de sus progenitores la mención de esa planta de hermosas flores amarillas que crecía entre las peñas y parajes de la altura. Cabe mencionar, por añadidura, que una canción muy popular en Ancash y Huánuco se denomina «Shagapita huayta», en español «ramillete de florcitas de shagapa».

d) Por la similitud en la grafía y formas de pronunciación que revelan un nexo de familiaridad léxica, «shagapay» deriva del vocablo quechua «shakapa», «shacapa» o «shaqapa», árbol de la selva [5] cuyos frutos sirven de cascabel [6]; con el plural de estos términos y también con su variante «shagapas» se designa a los mismos cascabeles de semillas o pepas secas que, colocadas sobre pedazos de piel de res u otro material, hacen sonar en las pantorrilas los bailarines de la danza típica de los Shagapas, Shaqapas o simplemente Shacshas, cuya predecesora fue una danza guerrera [7]. Y es que el origen del término «shakapa» se remonta a la época prehispánica, prueba de ello es el registro de la palabra «xacapa», cascabel, en el Lexicon, o Vocabulario de la lengua general del Perú (1560), de Fray Domingo de Santo Tomás. Una de las variantes en la pronunciación del término original «xacapa» o «shaqapa» es justamente «shagapa», propiciada también por los españoles, quienes al traducir las palabras de nuestro idioma nativo al suyo cambiaron la «q», por la «g», como ocurrió con «Kuntur Qaqa» (cóndor en la peña) que pasó a llamarse «Condorgaga». Es así que «shagapay», mediante esta vertiente teórica significa, con el sufijo posesivo «y», «mi cascabel»; y, en la forma verbal ,«hacer sonar los cascabeles» o «cascabelear».

Lo curioso es que la danza típica de Shagapay no es la de los Shacshas, sino los Monterillos, cuya peculiar similitud con sus pares de la otra danza es que también usan cascabeles, pero estos son de metal. La danza de los Monterillos es también muy antigua y resulta obvio que estos danzantes tuvieron que usar al principio los cascabeles de shaqapa, porque los aborígenes no conocían los cascabeles de metal. Además, los testimonios de viejos pobladores de Huacrachuco dan cuenta que la danza de los Shacshas salía del barrio de Santo Domingo (extremo de Huacrachuco); por la poca disposición de los criollos para la danza y por la cercanía con Shagapay, es de suponer que los shagapaínos eran convocados para bailar. Después, ante la necesidad de contar con una danza propia, los pobladores de Shagapay sacan los Monterillos, que sin duda renació o fue producto del mestizaje cultural y ya tenía fuerte arraigo en los pueblos patacinos de Huancaspata y Chilia, así como en el pueblo marañonense de Huambo, donde funcionaba una importante parroquia religiosa.

Entre las cuatro teorías, considero que tienen mayor asidero las dos últimas, siendo imposible descartar absolutamente una de ellas.

[1] Diccionario Simi Taqe, Academia Mayor de la Lengua Quechua, Cusco, 2005.
[2] Ibid.
[3] Límber Rivera, Las cordilleras Raura y Huayhuash: su importancia geoeconómica, Instituto de Investigación y Desarrollo Comunal, 2003, p. 61.
[4] Geografía física y organización del III Congreso Nacional de Geografía, Iquitos, volumen 4, 1967, p. 141.
[5] Francisco Izquierdo Ríos, Pueblo y bosque: folklore amazónico, 1975, p. 263.
[6] Diccionario electrónico Quechua Ancashino de Francisco Carranza. http://www.romanistik.uni-mainz.de/que…/plantas_quechua3.HTM

Agradecimientos: A Teofilina Villaorduña Caldas, Rosalina Villanueva Malqui y Teodoro Casiano Payajo.

jueves, 29 de diciembre de 2016

ETIMOLOGÍA DE GOCHACHILCA


A poco menos de un kilómetro de la ciudad de Huacrachuco, capital de la provincia Marañón, Huánuco, se halla el acogedor pueblo llamado Gochachilca. Su nombre proviene de las voces quechua «qocha», laguna, y «ch’illka», «chilka» o «chillca», planta silvestre de hojas resinosas y flores de color amarillento o blanco, que crece a orillas de los ríos y en terrenos húmedos; o sea, Gochachilca significa «laguna rodeada de chilca».

Viejos pobladores cuentan que la planta de chilca abundaba en los contornos de las parcelas y sobre todo en la quebrada que baja desde el lugar conocido como Ponto; respecto al porqué existen tantos sitios húmedos, algunos tienen la creencia que bajo el suelo de Gochachilca hay una laguna.

Pero vayamos más allá. Recorriendo su territorio nos damos cuenta que, efectivamente, hay sectores húmedos en casi todas las parcelas, los que son más notorios en época de invierno; asimismo se observa, a simple vista, el marcado desnivel entre algunas chacras y la delimitación por acequias y arbustos. Esto nos remite, primero, a la otra acepción de «qocha», que también significa «lagunitas artificiales que se utilizan en la agricultura para guardar el agua para diferentes cultivos en la época de invierno y sequía» [1]; y, segundo, a la técnica agrícola prehispánica llamada «wachaques» [2], que eran chacras hundidas (a desnivel) para aprovechar el agua subterránea y asegurar la producción normal de vegetales, aunque sobreviniera la temporada de sequía.

De acuerdo a las premisas señaladas, surgen dos teorías:

A) En Gochachilca se represaba el agua en pequeñas pozas (lagunitas) para irrigar los campos agrícolas en la época de sequía; las plantas de chilca delimitaban las chacras.

B) En Gochachilca se empleó el sistema de «wachaques», excavando los terrenos hasta alcanzar el nivel en el que filtra el agua de la capa freática; los arbustos de chilca, sobre bloques anchos de tierra, rodeaban las chacras hundidas.

[1] Diccionario Simi Taqe, Academia Mayor de la Lengua Quechua, Cusco, 2005.
[2] http://www.historiacultural.com/2008/06/cultura-chim.html

Fotos: Cortesía de Gochachilca Marañón Huacrachuco - Facebook.

En el suelo de Gochachilca se da muy bien el maíz, el calabazo,
 la numia (frijol andino), el trigo y la alverja.

Gochachilca en su periodo verde.

Gochachilca en época de cosecha.

Ponto, parte alta de Gochachilca.

Parte baja, hermoso paisaje con los matices de la fertilidad.


GOCHACHILCA :  TIERRA FECUNDA


Hermoso pueblo del distrito Huacrachuco, provincia Marañón, departamento de Huánuco. Tierra de las chilcas y las hierbasantas, de las lúcumas y las tunas, de los purupurus y las zarzamoras, de las dalias y azucenas, de las rosas y campanillas, de la manzanilla y el chincho, de los alisos y eucaliptos, del nogal y la tara, del arrayán y el molle, de las tayancas, del maguey y las achupallas; de los huertos de frutas, hortalizas y hierbas medicinales.

Pueblo de hombres y mujeres que desde temprana edad se entregan a las labores del campo para hacer producir del fértil suelo el maíz, la numia, el calabazo, la alverja, el trigo, la cebada, la caigua, el curao, la alfalfa, etc. Por ello, acostumbrados al empeño en el trabajo, los gochachilquinos (as) pueden abrirse camino en la misma madre tierra o en otros lugares a donde los conduce el caprichoso destino. Hay hijos de Gochachilca en costa, sierra y selva, en Bolivia, Chile, España y en Japón.

Gochachilca todo el tiempo es un pueblo acogedor, allí la vida parece estar siempre en tonos de verde, los sueños de su gente recorren las sementeras, se asoman por las lomas y vuelven con el mensaje de que hay más allá un mundo por conquistar, pero después se ha de regresar para contribuir al desarrollo de la patria chica. Ni la tecnología ni cualquier otra ola de la modernidad ha podido -- y no podrá-- debilitar el cariño de los gochachilquinos (as) por su tierra y sus costumbres, pues la identidad está intacta en el interior de cada uno y especialmente, protegida e invulnerable, en cada una de las casas de tapial con techos de calamina del lugar.









lunes, 31 de octubre de 2016

MARCO: EL GRAN OJO DEL PODER DE LOS WAKRACHUCOS

 
Marco es un jirca que custodia el valle de Huacrachuco y alrededores. La naturaleza lo ha ubicado en el centro estratégico de un amplísimo territorio que en la época preinca estuvo dominado por los wakrachucos; desde este cerro se vigilaba todos los sectores, manteniendo bajo control los cuatro puntos cardinales.
 
Recinto circular construido con piedra y argamasa de barro.
Por sus construcciones circulares de evidente disposición para la vigilancia, su concepción como gran ojo del poder de los wakrachucos y por presentar plataformas escalonadas que le dan el aspecto de una estructura piramidal, puede considerarse a Marco como un ushnu de tipo complejo, cuya función habría comprendido lo religioso, administrativo y militar, predominando lo último, ya que sin duda sirvió como un eficaz instrumento de defensa y control territorial. Este jirca era y es el centro de todo.

Plataforma triangular que apunta en dirección sureste.
Las plataformas son concéntricas, aunque irregulares y discontinuas en algunos sectores; se observa que rodean el cerro, a manera de pisos escalonados, contándose en el sector sureste ocho niveles desde la base hasta la cima. La tercera plataforma es la que más llama la atención, porque es de forma triangular y apunta, por un lado, hacia el sureste (Gochaj, Pueblo Viejo y la ceja de montaña) y, por el lado opuesto, hacia el noroeste (todo el valle de Huacrachuco, Mamahuaje, río Marañón), semejando los ángulos de un gran ojo de observación; y es en este mismo nivel donde comienzan a verse en su real magnitud las construcciones circulares de piedra y barro que nos remiten a reconocer el ingenio constructivo y el poder que tuvieron los wakrachucos.

Plataforma superior de Marco, con huellas de excavaciones.
La plataforma superior, en la cima de Marco, era redondeada, plana, de aproximadamente nueve metros en su parte más larga y contaba con una pirca de escasa altura por todo el borde, a manera de soporte. Allí, en la antigüedad, como era usual en los ushnus, se habrían realizado ceremonias de culto al agua, a la pachamama y otras deidades tutelares. Hoy, nos jalan la vista las achupallas y algunos huecos, huellas de excavaciones que realizaron en tiempo indeterminado los buscadores de tesoros o huaqueros.
 
Muro preinca al descubierto.
En los niveles inferiores hay restos de numerosas construciones cubiertas por maleza, zarzas y otras plantas espinosas, lo cual dificulta la mejor observación y valoración de los mismos. Sería muy bueno que se promoviera desde la municipalidad jornadas de limpieza para conocer el diagrama de la real estructura de Marco y ponerlo en valor como un importante atractivo turístico de Huacrachuco.
 
Se recomienda visitar este magnífico mirador en la mañana hasta la una de la tarde, con brillo solar, así se pueden lograr fotos y filmaciones espectaculares (llevar trípode); hay momentos, especialmente en horas de la tarde, en que el viento es implacable con el que está en la cima.
 
La vista panorámica que se tiene desde Marco es impresionante. Uno se siente en el centro del poder mismo, con la capacidad de comprender todo lo que observa a su alrededor; la sensación de dominio del entorno geográfico es increíble. Todos los que visitan Huacrachuco debieran subir a Marco, situado a 3,250 msnm y a sólo quince minutos de viaje en carro desde la ciudad; de seguro vivirán una experiencia inolvidable.


Vista panorámica del valle de Huacrachuco, provincia de Marañón, región Huánuco. 
 
Huacrachuco, desde la cima de Marco.
  
Desde esta construcción se observaba el sector este (tierras del pueblo de Huachaj).
  
San Cristóbal (Shagapay).
 
Yamos.

Panacocha.
 
Majestuoso cerro Marco.


 

LOS YAROWILCAS




Explorador Rolando Pineda (el gran "Rolo") en Susupillo, la principal fortaleza de los feroces guerreros yarowilcas.

 

HIJOS DEL DIOS RAYO

 

Al borde de los precipicios, entre los 3400 a 4100 m s. n. m., hace más de mil años los guerreros yarowilcas construyeron ciudadelas urbano-militares, con murallas defensivas, torreones de vigilancia e imponentes edificios de varios pisos. El centro del poder de la nación yarowilca se hallaba en Tantamayo (Huamalíes, Huánuco), exactamente en Susupillo, donde se mantiene en pie un castillo de cinco pisos, considerado el edificio más alto de América prehispánica.
 
 
Los Yarowilcas se consideraban hijos de Libiac, dios rayo, y como tales ocuparon las cumbres de los cerros, desde donde mantenían el control absoluto de sus tierras. Etimológicamente, «yarowilca» deriva de las voces «yaro» y «willka». El vocablo «yaro» alude a la poderosa etnia andina Yaro. Y la voz «willka» significa en aymara «sol»; en quechua, «sagrado»; la variante «wilka» no se usa en aymara, mientras que en el quechua significa «nieto». Prevaleciendo el quechua, por razones históricas y geográficas, «Yarowilca» significa «descendiente sagrado Yaro» o «nieto de los Yaro». Cabe referir también que en los diccionarios de quechua boliviano aparece «yaru willka»: muy grandioso, eminentísimo.

Según el historiador Salustio Maldonado Robles, posiblemente el territorio yarowilca abarcó desde Rapayán (sur de Ancash) hasta el norte de Pasco y del río Marañón hasta las cumbres de la Cordillera Central. Evidencias de la expansión son los 81 sitios arqueológicos preincas que se pueden apreciar, la mayoría de ellos en la sierra de Huánuco, muy cerca a la selva; los hay en Chavinillo y Choras (Garu), distritos de la joven provincia Yarowilca; y en Llata (Huaman-Huilca), Singa (Huata), Puños, Miraflores, Punchao, Chavín de Pariarca, Jircán (Urpish) y Tantamayo (Susupillo, Piruru, Japallán), distritos de la provincia Huamalíes; también hay vestigios de torres o castillos en Rapayán, provincia de Huari, Ancash.


Respecto a su origen, algunos investigadores sostienen que la etnia Yaro habría emigrado desde la región aymara (Amat Olazábal, Waldemar Espinoza, Flores Galindo) y otros que surgió en el centro andino (Guaman Poma, Julio César Tello, Augusto Cardich, Bertrand Flornoy, Salustio Maldonado), alcanzando el apogeo en el periodo Intermedio Tardío. Se emparentaron con los Wanucos, etnia aborigen del territorio huanuqueño, y lograron expandirse hasta formar el Imperio Yarowilca (entre los siglos XI y XIII d.C.), en alianza con los Wacrachucos y otras naciones vecinas.

Los Señores Yarowilcas dominaban un vasto territorio y eran tan feroces que hicieron retroceder a las tropas de Pachacútec; más tarde, su hijo Túpac Yupanqui tuvo que hacer alianza con ellos (Confederación Inca - Yarowilca), para continuar su ambicioso plan de conquista de los Chachapoyas.

Los complejos arqueológicos de Tantamayo fueron descubiertos en 1828 por el sabio arequipeño Mariano Eduardo de Rivero y Ustáriz, quien hizo la primera descripción que se conoce en su obra «Antigüedades Peruanas» (1841). Después los visitaron Antonio Raimondi, el obispo Rubén Berroa y el arqueólogo Julio César Tello. Pero fue el etnólogo francés Bertrand Flornoy quien los dio a conocer al mundo desde 1947 y pasó 30 años de su vida estudiándolos; justamente, él considera que son vestigios de una cultura preinca altamente desarrollada: la cultura Tantamayo.

Los castillos fueron levantados en una época de guerras, por tanto es de suponer que los yarowilcas no fueron los únicos que levantaron fortalezas. Los patrones de construcción empleados en otros lugares de la sierra huanuqueña y liberteña indican que hubo influencia cultural entre los Yarowilcas, Wacrachucos y Wamachucos.

Así tenemos: En Tinyash (Pinra, Huacaybamba), principal ciudadela de los Wacrachucos, se empleó el cuarzo blanco en la cara externa del muro circular principal, igual que en Tantamayo, donde una franja de cuarzo blanco en la parte posterior del castillo de Susupillo marca el inicio del último piso («Huánuco: Etapa Prehispánica», Límber Rivera, 2001); asimismo, el techo de las dos chullpas funerarias formado de lajas colocadas a manera de aleros sobrepuestos en varios niveles, guarda cierta similitud con el techo escalonado en tres niveles que se observa en las chullpas de Chaupis (Rapayán, Huari, Ancash). En Marka Huamachuco (Sánchez Carrión, La Libertad), los altos muros perimétricos, los peldaños de piedra que sobresalen de la cara interior de esos muros, así como los recintos circulares y cuadrangulares, son similares a los que hay en los fortines preincas de Tantamayo.

La arquitectura empleada en la vasta región del Imperio Yarowilca nos indica que existió una casta de constructores que dominó la geometría y la física, a tal grado que pudo edificar ciudadelas al borde de los abismos, superando inclusive a los incas en la técnica de superposición de pisos y escaleras interiores de caracol; también nos sugiere la práctica de actividades religiosas y un elevado conocimiento del arte de la guerra.

Vale la pena conocer los rascacielos yarowilcas y disfrutar de los bellos paisajes que los rodean. Entre los destinos más visitados están:
 
Susupillo (4.100 msnm), ciudadela fortificada que cuenta con tres pabellones, 16 habitaciones, un altar, atalayas de vigilancia y tres murallas de defensa;  y Piruru (3.900 msnm), ambos situados en el distrito de Tantamayo, provincia Huamalíes, Huánuco.

Urpish (3.474 msnm), en el distrito de Jircán, provincia Huamalíes, Huánuco.

Garu (3.700 msnm), en el distrito de Choras, provincia Yarowilca, Huánuco. Algunos investigadores consideran que esta ciudadela habría sido la capital del Imperio Yarowilca.

Huata (3889 msnm), en el centro poblado Bellas Flores, distrito de Singa, provincia Huamalíes, Huánuco. En la parte central se hallan las famosas «torres gemelas», dos construcciones rectangulares de más de 10 metros de altura, cuya función habría sido de miradores; la vista que se tiene desde sus ventanas es impresionante.






PRIMER REGISTRO HISTÓRICO:


Como se ha indicado, fueron descubiertos en 1828 por Mariano Eduardo de Rivero y Ustáriz. El creyó que eran construcciones incaicas; en su obra «Antigüedades peruanas» (1841) se lee: «Desde el pueblo de Chavinillo comienza un sistema de fortificaciones o castillos, como se llaman por estos lugares, situados en ambos lados de la quebrada. No he podido descubrir lo que movió a los incas a construir en esta parte del interior y fuera del gran camino que conducía a Quito, tantos lugares de defensa, mas presumo que sería con motivo de las guerras o invasiones que sufrieran de las tribus [...] la fortaleza de Urpis que está en el interior de la montaña distante cinco leguas de Tantamayo, camino para Monzón y Chicoplaya, es la más grande, la mejor situada y la mejor construida; casi toda es de piedra labrada».
 


Página 21 del libro "Antigüedades peruanas",
de 1841. Mariano Eduardo de Rivero y Ustáriz
 menciona aquí la existencia de un sistema de
fortificaciones o castillos que comienza en
Chavinillo, continúa por Tantamayo y se
prolonga hasta Urpish, todos en la antigua
provincia Huamalíes, que en aquella época
estaba dentro de la jurisdicción del
departamento de Junín.
Presentación del libro Antigüedades
peruanas, de Mariano Eduardo de Rivero
y Ustáriz, publicado en Lima, el año 1841.



Segunda edición de Antigüedades peruanas, publicada en 1851. Este libro es la ampliación
del primero, aborda más temas y aporta datos histórico-culturales sorprendentes para la
época; trae referencias de los cronistas españoles e historiadores republicanos, además
contiene dibujos, resultando su lectura muy interesante y enriquecedora. Fue escrito
por Mariano Eduardo de Rivero y Ustáriz, en coautoría con Juan Diego de Tschudi.