lunes, 10 de diciembre de 2012

IDENTIDAD

  
El niño que elevé al resplandor de la Luna
ha vuelto convertido en un prohombre.
Un dìa se fue cargando clandestino
sus esperanzas.
 Hoy lo veo compartiendo sus cosechas.
Recuerdo que fue lenta
su carrera por debajo del metro y medio.
 Con què prisa fue parando
la cresta encima de los gallos,
clavando las espinas a la zarza,
revolviendo el agua de los mares.
Cuàntas veces lo perdì de vista entre los libros,
tantas veces en que vivìa un minuto y morìa horas.
 
 

 En vuelo de còndor llegò a la cima.
Vio que los sueños podìan moldearse
a semejanza de los conceptos de caballeros andantes,
a pura energìa de los hipotàlamos.
La alegrìa estaba suelta en sus dominios,
sueltos los colores y las formas en su espacio,
pocos oìdos accedìan al vaivèn de los sonidos.
Entre reyes plàsticos, era infeliz.
 Una hora vacìa de un dìa no escogido resolviò volver.
Pudo hacerse un castillo para doscientos años.
Contra todas las lenguas
decidiò enraizar en otro suelo,
labrar su destino con cuchillos de piedra...
Cimentar la uniòn, ahora, con los suyos.





El hombre y su bonanza cambiaron de coordenadas,
los siguiò el escàndalo a paso de elefantes.
Quisieron atajar al general,
emboscarlo con odaliscas.
El rescatò la victoria para la gloria de su tropa.
Los consorcios no pudieron rasgar sus ilusiones,
los autos largos se estacionaron en sus ojos.
Les deseò buena suerte, a todos: los abandonò.
Ajustò la mano del ùltimo hombre,
marchò erecto hacia su libertad.