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sábado, 27 de agosto de 2022


SITIO ARQUEOLÓGICO

AWILO MARKA - HUACRACHUCO

Awilo Marka fue una importante ciudadela de los wacrachucos, construida al borde del precipicio por razones estratégicas de poder y dominio territorial. Se halla al oeste de la ciudad de Huacrachuco (provincia Marañón, Huánuco), en una cumbre del pueblo de Gochachilca, por encima de los 4 000 m s. n. m.
Consta de una muralla exterior o pirca rudimentaria de 80 centímetros de ancho, construida con piedras gigantes, grandes, medianas y pequeñas. Al interior se observan habitaciones circulares con pórticos de acceso, situados de forma contigua y en varios niveles, siguiendo la topografía del terreno; en su época de esplendor, las construcciones circulares en los niveles superiores se habrán visto como coronas en las crestas del cerro.
En la partes bajas del frente estaban las áreas de cultivo y en la parte posterior, sector del abismo, hay una cueva funeraria con restos óseos.
Su proximidad al colosal monolito denominado Urhuarrumi (piedra estéril o piedra sola), le daba a esta ciudadela y a los wacrachucos que la ocupaban una presencia doblemente poderosa e intimidante frente a sus enemigos.
















sábado, 11 de septiembre de 2021

 LA CASA GRANDE, EL TRAPICHE 

Y EL PRIMER BESO [*]  
















A comienzos de agosto, el ingeniero Galarzé  trajo nuevamente a su hijo al temple marañonense. Siempre lo hacía viajar con él aprovechando las vacaciones del colegio, para que disfrutara de la naturaleza, las bondades del campo y también aprendiera el valor del trabajo y el esfuerzo de la gente. 

Llegaron a Mamahuaje sucios, cansados y hambrientos, casi a las once de la noche. La camioneta pick up estaba totalmente empolvada por el largo viaje desde Tayabamba. Doña Primi les dio la bienvenida como si fueran de su  familia y entre  amenos comentarios se dirigieron a la cocina; los viajeros  se sentaron a la mesa  y su hambre se estiró hasta las ollas cuando empezaron a sentir los olores de la cena. 

La magia del sueño eliminó el cansancio. Apenas amaneció, el supervisor de obras se calzó el casco blanco y abordó su camioneta, procediendo  a inspeccionar el tramo carretero Mamahuaje-Chúcaromonte; al regresar conversó con el capataz de la cuadrilla,  informándose de la situación de la vía hacia Huacrachuco y del avance de las labores de mantenimiento. Enseguida llamó al tractorista conocido como «Torito» y le indicó que por la zona de la Cruz de Pati había que ensanchar la carretera, pues la angostura constituía un factor de riesgo para el paso de los camiones; todos se dirigieron allá. El ingeniero Galarzé desayunó al vuelo y salió.

Christian desayunó con calma  y luego pasó como una hora curioseando con Juaneco, de un lado para otro . Mamahuaje estaba distinto, había bastante movimiento de gente y de carros que pasaban hacia Huacrachuco. Se acercaba la fiesta patronal de Santa Rosa, sí, pero además algo nuevo y transformador se estaba gestando allí.

-- ¿Y el horno? ¿Qué pasó con el horno? ¡Solo hay la mitad!-- manifestó con extrañeza Christian.

-- El río se lo llevó. Una noche se creció y de una sola pasada  se llevó la mitad del horno-- dijo Juaneco. 

-- ¿Cuándo?

-- Eso sido en febrero, después que te fuiste. Casi se lleva mi casa. El agua llegó hasta la carretera. Asustados corrimos, toditos  amanecimos por arriba-- respondió el niño del temple, recordando el terrible desborde del Huacrachuco a consecuencia de las intensas lluvias de invierno.

-- ¡Oh! Menos mal que corrieron. 

-- Sí. Da miedo el río cuando crece. Por eso mi mamá está haciendo levantar otra casa, para tener a donde irnos si el río nos quita la de acá.

-- Otra casa, Juaneco, ¿dónde?

--  Arriba en la pampa, por el campo donde juegan pelota los carreteros. Allí tan trabajando los albañiles.

Un rato estuvieron entretenidos con el  carpintero  Zenón, quien trabajaba a la sombra de las plantas de laurel, al costado de unos largos palos de eucalipto traídos recientemente de Nueva Esperanza.  En ese momento,  estaba  labrando  con azuela un tronco de molle; los niños querían saber qué estaba fabricando, a lo que el prieto hombre de Huagana les contestó con voz suave: «Estoy haciendo un dintel para  la casa nueva, esa madera que va encima de la puerta; ya entregué varios ayer y tengo que hacer más,  son ocho puertas y ventanas». 

-- Señor, estos redondos con hueco,  ¿qué son?-- indagó el costeñito, levantando levemente la visera de su gorra blanca.

-- Esos son rodillos para moler caña, me falta hacerle los surcos nada más y estarán listos. En esos huecos se colocan unas palancas para hacer girar el rodillo. Doña Primi quiere hacer guarapo y chancaca, para eso ha pedido que le construya un trapiche-- contestó el veterano carpintero, que era tío de los ausentes Casimiro y Anita.

-- ¿Qué es guarapo?.

-- Es jugo de caña. Los grandes lo tomamos maduro para nuestro valor, es como la chicha, emborracha. Ustedes pueden tomar también, pero el jugo fresco, cuando recién se muele la caña.

-- Lo tomaremos, sí o no Juaneco.

Juaneco movió la cabeza afirmativamente. En eso, llamó su atención el ruido de carros por la bajada de Huancaspata y se puso a mirar las curvas de la carretera hasta verlos aparecer; se trataba de los camiones  conocidos como «Los Chivos», dos enormes  Volvo de propiedad de un comerciante patacino de apellido Lozano, que traían toda clase de mercaderías para Huacrachuco. Y se fue corriendo a darle aviso a su mamá.

Christian se quedó junto a don Zenón, viéndolo trabajar y haciéndole preguntas acerca del trapiche y la molienda de caña. El viejo le contestaba con gusto y paciencia, aunque cada respuesta suya motivaba una nueva pregunta del pequeño.

-- Hijo, ven, vamos al campamento de Chibche-- lo llamó su padre desde la camioneta pick up que rugía en la carretera.

-- Está bien-- contestó--. Hasta luego señor-- dijo, despidiéndose del carpintero.

Padre e hijo se dirigieron al río Marañón en la Toyota. Momentos después llegaron por el puente un viejo camión trayendo a los primeros «shillicos» (comerciantes de Celendín, Cajamarca) del mes festivo, dos camionetas desconocidas y «Los Chivos», que no demoraron ni diez minutos en la parada obligada y siguieron carretera arriba, como en caravana,  hacia la ciudad capital de Marañón.  

Nueve y media de la mañana. En la punta carretera, Chibche, el ingeniero Galarzé se entrevistó con don Justino, el solitario guardián. Inventariaron las herramientas, materiales, combustible, cascos, repuestos, la carabina de retrocarga y demás existencias en los tambos; Christian, que estaba familiarizado con ese tipo de conteo, registraba mentalmente todo, pero guardaba respetuoso silencio para que los adultos en su rol de trabajadores responsables  se entendieran con los papeles y los números. 

Acabando el inventario, el guardián y el hombre del Ministerio de Transportes recorrieron el lugar siguiendo un camino marcado sobre la hierba seca;  iban conversando de la falta de presupuesto, de las carencias y dificultades en el campamento y, claro, de la enorme importancia de que se continúe la construcción de la carretera hasta Sihuas. 

El pequeño Christian apreciaba el paisaje panorámico yunga cubierto de cactus, calalines, achupallas, patis, etc. En algún momento se distrajo con las lagartijas colilargas que parecían escapar de la presencia humana entre la maleza y las piedras. Pero era el río el que realmente lo apartaba de los grandes: contemplaba  sus olas que avanzaban como pesados mantos de agua, le asombraba que fuese  tan ancho y veía tan lejana la orilla de enfrente que, supuso,  nadie sería capaz de cruzarlo  a nado. 

Dicha idea varió repentinamente cuando notó la presencia de una huerta en la otra banda; al instante en su pensamiento aparecieron deliciosas naranjas y mangos, con lo cual  le nació hacerle la pregunta clave al maduro guardián: 

-- Señor Justino, ¿alguien puede cruzar el río?.

-- ¡Sí!. Hay uno. Salvador Llapo, el hijo de doña Efrusinia, él puede. 

-- ¿Lo ha visto?.

-- ¡Sí, acá mismo!. Se tiró de allacito y llegó a la banda más o menos a la altura de esa huerta. ¡Y regresó trayendo frutas!. Nada muy bien ese muchacho.

Esa respuesta dejó fascinado al niño de la gorrita blanca, quien se quedó mirando el frutal con un rictus de alegría. Imaginaba a un nadador braceando y haciendo llegar al campamento las frutas de la banda.
 
-- ¿Papá, podemos bajar al río?... Hace mucho calor.

-- Bajaremos, hijo. Con mucho cuidado, porque este río es peligroso, el agua jala y es muy hondo-- le previno el  padre--. Justino, vamos al río, qué tal si aprovechas para anzuelear-- dijo luego, animando al guardián.

-- Claro, inge. ¡Voy por la caña!

En el caminito de bajada sugerido por el cuidador de Chibche, Christian recogió del suelo dos coloridos caparazones de caracol y no había terminado de admirarlos, cuando descubrió maravillado unos caracoles auténticos adheridos al tronco y los brazos de un pati. 

-- Son lindos, hijo, eh-- le dijo su padre, admirándolos también.

Llegaron a un sector seguro de la orilla, flanqueado por  dos inclinados arbolitos de pati y al amparo de  grandes piedras, que eran como la última barrera donde llegaban ya sin fuerza las olas del Marañón. Armando Galarzé se quitó aprisa el casco y los botines punta de acero,  don Justino puso una lombriz en el anzuelo y Christian les ganó a los dos en estar listo. 

-- Vamos, hijo, despacio, estoy a tu lado. ¡Al agua!

El niño estaba emocionado porque era la primera vez que tocaba las aguas del majestuoso río. Conocía muchos ríos, pero ninguno como el gran Marañón; siempre lo había visto desde lejos nomás.

La brisa los hizo olvidarse del quemante suelo de Chibche, a esa hora de brillo solar en plenitud. Los tres, con el pantalón remangado hasta las rodillas, se remojaron presurosamente la cabeza y los brazos.

-- Bueno, ¡ahora a pescar!-- expresó muy resuelto don Justino.

Caña en mano, el guardián dio unos pasos río adentro y se trepó a un piedrón, tomando estratégica  ubicación para pescar. El ingeniero y su retoño se sentaron en una piedra cercana, más o menos plana, quedando sus pies sumergidos en el agua verdosa;  sonreían entre ellos haciendo breves comentarios en voz baja, sintiendo el pesado oleaje y sobre todo viendo en acción de pesca  a don Justino. 

-- Mira papá, ¡pescó!

-- Ajá... ¡Qué bien Justino!.¡La suerte está contigo!

-- ¡Es un pez grande!

El guardián les mostró desde su sitio, a manera de trofeo, un pescado de por lo menos medio metro, de cabeza ancha y bigotes largos: ¡un gran bagre!. Luego volvió a tirar el anzuelo con nueva carnada y al rato picó otro de similar tamaño. En sólo veinte  minutos pescó dos bagres grandes; sin duda, el río era su amigo y tenía la suerte del pescador.  

-- ¡Llévese uno inge, para un caldazo!. Un bagre es suficiente para mí, que pues paro solo acá.

-- Gracias Justino. La próxima vez pescamos los dos y hacemos un rico cebiche como de la costa; para eso voy a venir trayendo  papas, cebolla, limones y te acompaño todo un día, qué tal.

-- En serio... Así quedamos, inge.

Christian fue testigo del pacto de caballeros, apartando apenas la vista de los bagres tendidos sobre una piedra. Ante sus ojos de niño, los ejemplares pescados eran raros y enormes;  jamás imaginó que existieran en el río peces así: feítos, con bigotes, cabezones y grandotes. 

Terminada la visita, el ingeniero Galarzé y su hijo retornaron a Mamahuaje. Dejaban alegre y tranquilo, aunque solo, al hombre fuerte de Chibche. 

Don Justino estaba acostumbrado a la soledad, al clima, al río, a las culebras, a todos los esfuerzos y riesgos que  implicaba ese trabajo de guardián residente. De vez en cuando se daba una escapadita a Mamahuaje y regresaba en corto tiempo. Cada tres sábados venía de Piso su esposa trayéndole víveres y se quedaba con él un par de días; en las vacaciones escolares, bajaban  también a verlo sus dos menores hijas, pero no se acostumbraban en el campamento, razón por la cual  la madre las traía a Mamahuaje y las dejaba con su tía Primitiva, recomendándoles que la ayuden en los quehaceres hasta que regrese de Chibche para llevarlas a casa. 

-- Doña Primi, ¡aquí le traigo un bagre, cortesía de Justino!

-- Gracias don Armando. Almorzaremos pue o ¿ya se va?

Christian dejó a su padre conversando con la patrona del temple y se juntó con Juaneco, quien tenía un vaso en la mano y esperaba a que saliera de la cocina Eulogia con la jarra de limonada para los albañiles. El infante Óliver estaba aparte, jugando cerca de don Zenón.

-- Estamos llevando refresco para los tapialeros. ¿Escuchas esos golpes?. Son golpes con mazo. Vamos, para que veas-- lo invitó Juaneco.

Los albañiles se mostraron alegres, sobre todo con la presencia de Eulogia, porque  era bonita y amable; doña Primitiva la enviaba con Juaneco para que no se demorara. 

Christian conoció a don Salomé Príncipe, jefe constructor,  y a sus dos ayudantes. A diferencia de Eulogia y Juaneco que veían todo con naturalidad, él quedó impresionado con lo que tenía ante sus ojos; estaba viendo el origen mismo de una casa andina: cómo se preparaba la tierra y cómo se armaba el cajón o molde de madera sobre el muro avanzado; descubrió que los huecos que quedaban en la pared fresca se debían al uso de dos palos cortos sobre los cuales se asentaban dos tablones, que a la vez determinaban el tamaño del cajón y el ancho de la tapia. 

La buenamoza de piel canela se regresó pronto, pero los niños se quedaron un rato viendo trabajar a los albañiles. La tierra era humedecida y volteada por los ayudantes hasta lograr una masa homogénea, entonces procedían a tirarla hacia el cajón en lampadas que los hacía doblarse y estirarse hasta el máximo de su talla y alcance. Arriba, don Salomé, el espigado y fuerte maestro de obra, les indicaba cuando parar; tras ello, él comenzaba a compactar la tierra en el cajón con un mazo de cara ancha y plana, golpeando primero los contornos para luego descargar mazazos sobre el centro. 

La casa nueva, según comentaba Juaneco, iba tener varios cuartos y sería de dos pisos, una casa grande. Al mediodía de aquel primer jueves de agosto de 1983, los albañiles estaban haciendo la quinta hilada de tapia y se observaba que ya habían  colocado varios dinteles para las puertas y ventanas del primer piso. 

Tramo a tramo, el cajón avanzaba hacia la esquina. Por un momento el niño de Lima desconoció a don Salomé, porque veía desde abajo a un enorme hombre levantando el mazo en dirección al cielo y lo hacía caer con descomunal fuerza sobre la tierra húmeda contenida en el molde de madera. Cada golpe con el mazo producía un sonido estruendoso: «Tappp... tappp...».

 El eco del mazazo se dirigía a los cuatro puntos cardinales, cruzaba el puente que une Huánuco con La Libertad, recorría los huertos del temple, se escurría entre los carrizales, se escuchaba desde la cocina de doña Primitiva, desde río abajo y río arriba; algunos  visitantes decían que el «tappp...» también se oía desde el camino a Huagana, desde la chacra del hacendado Quiñones, desde el zigzagueante camino que sube a Huancaspata. Toda persona que llegaba a Mamahuaje en algún momento hablaba de la casa nueva de doña Primitiva y se rumoreaba: será una vivienda y restaurante, una casa pensión o un gran hotel, el primero y más importante en esa zona limítrofe. 

La casa grande se construía imponente ante los gigantones y patis; nadie era consciente realmente de lo que estaba sucediendo, pero la primera casa en esa pampa se erigía como símbolo del progreso y la esperanza, la amplitud del panorama, la extensión del horizonte para los moradores del lugar. 

Volviendo al restaurante, Juaneco le contó a Christian que el maestro Salomé y sus  ayudantes hacían dos paradas en la mañana y dos más en la tarde, y que en esos descansos chacchaban coca y caleaban; el más muchacho, a veces, prefería comer plátanos en lugar de echarse el bolo. 

-- Hijo, apareces como llamado. Qué bueno. Vamos a almorzar y  partimos a Huacrachuco,

Efectivamente, fueron los primeros en almorzar, antes que los albañiles y otros trabajadores, que solían venir a comer al borde de la una de la tarde. Y a Huacrachuco se fueron. 

A su regreso, el sábado, encontraron mucha más actividad en Mamahuaje. Cerca de la huerta, un grupo de cuatro hombres estaban atareados moliendo caña de azúcar en el trapiche artesanal que había armado don Zenón; el hortelano Buñi, los niños y la gente de paso  miraban emocionados  el jugo que caía a una tina y los tallos de caña pasando entre los rodillos que giraban por la acción de la fuerza humana  sobre las rústicas  manivelas; Eulogia y doña Efrusinia, la dama elegante que tenía su casa en la alturita próxima a la huerta, se acomidieron a servirles un vaso de jugo de caña a todos los que por allí estaban, empezando por el rubio Óliver, inclusive subieron hasta la nueva construcción para invitarles la deliciosa bebida fresca a los albañiles. 

El ingeniero Galarzé hizo una venia a las personas que no conocía y le dio la mano a don Juan Salazar, prominente inversionista agrario que producía hortalizas en unos fundos de Cajabamba y sembraba una hectárea de caña en Salinas, su único fundo en Mamahuaje; por la gran consideración que le tenía a doña Primitiva, justamente, don Juan había dispuesto que sus peones trajeran  varias brazadas de caña desde su fundo para la preparación del guarapo y la chancaca. 

Christian se acercó a Juaneco y Óliver que estaban entre los grandes, observando la última limpieza de los tallos con machete y  el funcionamiento del trapiche. Reconoció los rodillos con hueco y buscó a don Zenón con la mirada; al ser ubicado, el carpintero le esbozó una sonrisa. En ese recorrido visual le pareció ver esconderse a una niña en la cocina, por eso disimuladamente volvió a mirar y supo de quien se trataba: era la rubiecita Grizel, que lucía muy bonita con un vestido floreado. Vio por ahí también a la risueña Vicenta -- hija de doña Primitiva, que estudiaba la secundaria en Huacrachuco--, con su  llamativo sombrero negro. Y alcanzó a ver de reojo a la pequeña y no menos simpática René. 

Cuando se dio la oportunidad de estar frente a Grizel y su inseparable hermanita, Christian las saludó y conversaron brevemente: 

-- Hola Grizel, René, ¿cuándo llegaron?

-- Llegamos ayer con mi mamá. Ella se fue a Chibche a ver a mi papá y nosotras nos quedamos acá-- contestó Grizel.

-- Don Justino es papá de ustedes?

-- Sí-- dijo René--. ¿Conoces a mi papá?

-- Lo conozco,  sí. Trabaja en Chibche. Y es un pescador buenazo. Hace unos días lo vi sacar dos grandes bagres del Marañón. 

De todos los presentes, era don Juan Salazar quien conocía a fondo el negocio de la caña. Sabía de trapiches y alambiques, cómo obtener azúcar, chancaca, melaza y ron de caña. Años atrás había tenido en Mamahuaje un trapiche con engranaje de bronce, que funcionaba con la fuerza motora de bueyes. Y es que él tenía visión empresarial, sus emprendimientos tenían como destino los mercados de Trujillo. Los mayores le tenían un gran respeto y los menores admiraban su afabilidad y porte de hacendado, especialmente cuando iba a caballo. Por el sombrero de ala doblada que usaba, las soberbias botas negras y su peculiar balanceo al caminar, parecía  un vaquero  bueno de  Texas, uno de esos personajes héroes del cine western o de los populares libritos del oeste.  

El jugo era colado en baldes grandes. Doña Primitiva hizo lavar un cántaro que después sería colocado   lleno en un rincón oscuro de su habitación para que fermente el jugo de manera natural; en tres días el guarapo estaría en su punto maduro; también sacó un súper perol para la preparación de la chancaca. Había mucha acción en la faena de molienda, movimiento peatonal y regular tráfico vehicular, teniendo como música de fondo  las canciones de Los Reales de Cajamarca que sonaban en una radiograbadora a pilas.  

Don Juan Salazar fue el primero en abandonar el grupo, él no era de pasar el tiempo mirando trabajar a otros; enrumbó en su camioneta hacia Cajabamba, llevándose a sus peones.  Los demás espectadores se  dispersaron cuando fueron llamados a almorzar. Pero en verdad, todo el que pasaba por el sector del trapiche, aunque fuera extraño, recibía de cortesía un vaso  del zumo de caña. 

El maestro albañil Salomé y sus ayudantes no se emocionaron tanto con lo que acontecía, más bien pasaron de largo a la cocina -  comedor. Almorzaron rápido y la dueña de casa los despachó llenándoles de frutas sus alforjas; así se marcharon contentos, mirando a los hombres del trapiche; se iban a pasar el domingo con su familia en Churas, un pueblito al pie de Huancaspata. 

Casi al final de la molienda, llegaron los trabajadores de la cuadrilla, que celebraron ser recibidos con la exquisita bebida. Parlando en voz alta y riendo a carcajadas se dirigieron a sus tambos situados al otro lado del puente. Mientras esto sucedía, en un sector de la cocina doña Primitiva puso al fuego el ollón casi lleno con jugo de caña, porque sabía que para obtener chancaca debía espesar varias horas. 

A media tarde, la acción se trasladó al río. El ingeniero Galarzé lavó su camioneta  y los carreteros se bañaron en una poza formada abajo del puente. Después de eso, los niños cobraron protagonismo con la llegada de la manada de cabras; Grizel y René corrieron a dar la bienvenida a los chivitos, queriendo cargar a uno y a otro; Vicenta y su mamá sólo sonreían al ver esas escenas de cariño inmenso de las niñas por los lapis.

En ese ambiente de sano entretenimiento prosperó una bonita amistad entre Christian y Grizel. Cada vez que se encontraban se decían algo o simplemente se lanzaban miradas de afecto. «Yo soy Grizel, con zeta», decía ella. «Tienes un bonito nombre. El mío  empieza con la letra che», contestaba él. «Mi pueblo se llama Piso. Escuché que tú eres de Lima», refería ella. «Nací en Lima, pero vivo en Trujillo con mis padres», le contaba él. «Quisiera conocer el mar, el cine», mencionaba la niña de los ojos verdes. «Cuando seas grande vas a viajar y conocer», aseguraba el niño de los ojos pardos. Grizel nunca había conversado así con ningún chico; y Christian, en tantos viajes con su padre,  no había conocido una chiquilla más linda que ella.
 
Eulogia y Vicenta  se turnaban para poner leños en el fogón y mover constamente el contenido del súper perol con un palo; no podían descuidarse,  la chancaca debía salir como debe ser. Llegó la hora de la cena y  a la par de ayudar a servir a los comensales, seguían en su tarea, concentradas en el proceso de espesamiento; faltaba poco, pero faltaba; el extracto de caña debía espesar hasta llegar al punto de jarabe, luego pasar a tomar  el  color marrón o negruzco característico de la chancaca. Doña Primitiva por su parte ya tenía listos los moldes para el vaciado; eran unas  piezas rectangulares con pocillos, que años antes había fabricado en madera sauce el carpintero huaganino Víctor Villanueva. 

La señorita Vicenta, los niños y las niñas de la casa cenaron primero, porque casi siempre dormían temprano. Después lo hicieron don Zenón, Buñi, Edelín y los carreteros.  Al último entraron al comedor el tractorista «Torito», el capataz de la cuadrilla, el ingeniero Galarzé y su niño. 

A Christian le gustaba comer con el grupo de su padre, porque en las conversaciones que sostenían los adultos siempre aprendía algo nuevo. Esa noche no sería la excepción. 

En un momento dado el capataz de la cuadrilla le preguntó a doña Primitiva qué significaba «Mamahuaje», a lo que ella contestó: «El nombre original es Mamahuaji, en castellano quiere decir "casa madre". Por eso también estoy haciendo mi casa;  como en Mamahuaji no hay casa, hay que hacer casa, la primera casa». 

Tal respuesta dio pie a que el ingeniero Galarzé pronosticara: «En esa pampa donde usted está levantando su casa, doña Primi, habrá un pueblo cuando pase la carretera a Sihuas. Eso ha pasado en otras partes, lo he visto». La mujer del temple se alegró al escuchar ello y dijo: «Es que la gente de por acá tiene muchas ganas de trabajar». «Ahí está la fuerza para hacer cosas importantes.  Esta tierra va ser próspera  con el vigor constructivo de su propia gente, allí están las huertitas y cabañas que han surgido al margen del río, ahí vemos al yesero esforzándose día tras día, así se forja el futuro», redondeó su opinión el supervisor de obras del ministerio. 

Como la conversación se prolongaba más y más, Christian, que estaba sólo de oidor, de manera discreta dejó la mesa y pasó riendo entre Eulogia y las niñas de Piso que estaban por la puerta.  

Afuera, muy apartado, en un poyo de maguey estaba don Zeñón coqueando y caleando, y en la banca larga los operarios carreteros habían dejado solo al maquinista «Torito», pues en lugar del frío nocturno prefirieron irse a jugar a los dados y a los naipes en sus tambos. 

Christian se sentó en la banca y no tardó en comenzar a preguntar acerca del manejo del tractor y los trabajos en la carretera. «Torito» lo escuchaba y le conversaba a medias, pues concentraba más su atención  en la adolescente Eulogia; le gustaba mirarla, verla pasar, pero no le decía nada; era como un fruto prohibido para él, por ser ella de menor de edad; la chica estaba bajo la protección de doña Primitiva y él como trabajador de la carretera no podía excederse en ninguna forma; mirándola y sonriéndole se contentaba, y ella igual. «Torito» no se daba cuenta, pero quien también entraba y salía de la cocina era  Grizel, siempre seguida por René. 

De tanto mirar y suspirar, finalmente «Torito» se paró y se fue a dormir, olvidándose inclusive de su poncho doblado en la banca. Don Zenón tampoco estaba ya. Christian se había quedado solo afuera; viéndolo así, Grizel se le acercaba con la intención de sentarse a su lado, pero su hermanita la seguía como cola. «Ésta me sigue a todos lados», manifestaba un tanto fastidiada la rubilinda. Ante esa divertida situación, a Christian se le ocurrió algo sensacional: se puso el poncho de «Torito» y en un descuido de René ocultó a Grizel. 

Bajo el poncho permaneció en silencio Grizel, mientras René la buscaba por todos lados. «Se habrá ido a orinar, pues», le decía Eulogia. Cuando René se alejaba, Christian se lo hacía saber a Grizel en voz baja;  en esa tranquilidad momentánea, la niña se pegó más al cuerpo de su amiguito, hallándose protegida y contenta. 

Sintiendo cálido el acercamiento de Grizel, el niño de Lima no supo qué decirle, pero su pensamiento voló libremente. Recordó las flores de campanilla y  las rosas color marfil que había visto en la huerta de un amigo de su padre en Huacrachuco;  pensó que sería lindo tener alguna de ellas para dársela a Grizel, en señal de afecto sincero. Esa noche el cielo tenía el color azulado de los cuentos de hadas, con las estrellas titilantes y la luna mostrando su perfil iluminado en forma de  la letra “C”.

René pasaba y repasaba; el poncho era grande y la gringuita delgadita, así que no podía ser vista. En eso algo mágico ocurrió entre Christian y Grizel.  Ella  recostó su cabeza en el hombro de él y puso suavemente la palma de su mano derecha en el pechito masculino; debajo del poncho beige ribeteado de verde,  él vio el rostro de la niña más hermosa y ella, cerrando los ojos, dejó que los labios de él se encontraran con los suyos. Un instante y nada más. Él tuvo que sacar la cabeza de inmediato, por si alguien se daba cuenta de lo que estaba ocurriendo; ella sólo se abrazó muy fuerte a su torso; fueron minutos tiernos de un amor infantil, blanco y espontáneo, de entrega secreta a un beso libre e inocente, casi una travesurilla romántica. 


[*]  Continuación del cuento "Chicos exploradores"

lunes, 8 de octubre de 2018


Tarde de sol en Ushuraj (Huacrachuco, Marañón, Huánuco). Cuentan que cuando es hora de encanto
el día se nubla y el oleaje de esta laguna aumenta, impidiendo el paso de los viajeros.

USHURAJ: LAGUNA DEL ENCANTO

Esta hermosa laguna se halla muy cerca de la cima del monte Ushuraj (4224 m s. n. m.), en la provincia huanuqueña de Marañón. Para llegar a ella se hace un corto viaje en auto, camioneta o moto desde la ciudad de Huacrachuco, capital provincial, hasta el pueblo de Shagapay (San Cristóbal), y de allí se sigue tres horas aproximadamente por el camino de herradura que va a Huachumay. Se puede tomar caballos en alquiler o ir a pie, de cuerdo al físico y a la disposición; y es muy importante contar con un guía.

Belleza, misterio y fama se entrelazan vivamente en Ushuraj, la laguna del encanto. Abundan los testimonios de las diversas formas de encantamiento con que, a veces, amenaza a los viajeros esta fuente natural de aguas cristalinas. La hora del encanto se presenta de un momento a otro: aparecen nubes oscuras, comienza a lloviznar y el oleaje de la laguna aumenta formidablemente, impidiendo el avance de los pasajeros; si alguno tiene la osadía de dar siquiera un paso adelante por el camino, termina encantado en el hermoso pueblo que muchos han visto a través del espejo de agua, o perdido, muy lejos del lugar.

Y es que, a la hora de la sorpresa, todo pierde sentido y proporción; surgen imágenes que impactan los sentidos y las debilidades humanas son puestas a prueba; en la mayoría de casos el miedo impone su ley y la gente o los animalitos (ovejas, reses, perros, caballos, etc.) logran ponerse a buen recaudo, pero en algunos no. Según cuentan, todos los seres que se encantan aparecen luego como figuras grabadas en las lajas cercanas. Es un misterio inexplicable.

Los pastores y las camayas de Shagapay y Gochachilca han aprendido a convivir con el fenómeno sobrenatural. Cuando todo se nubla alrededor de la laguna, aunque les ofrezcan deliciosas frutas o inviten a pasar a verdaderos palacios, así vean las cosas más hermosas que jamás hayan visto, no se dejan tentar; encienden un fósforo y todo se despeja.

La zona de Ushuraj cuenta con una serie de atractivos más: bellos paisajes de puna, el conjunto rocoso llamado Chucurrumi (sombrero de piedra), diversos dibujos en las lajas como el «cabrito tomando agua» o el «toro huaracuy», Ayamachay (cueva del difunto), la «pelea de verracos»", el «trapiche encantado» y  la imponente formación pétrea llamada  Kunkash, considerada por algunos como el centinela, protector o guardián de Huacrachuco y  por otros como la Doncella Kunkash o la Doncella «Meona» (educador y escritor Merarí Salazar Campos). Allá arriba, en los peñascos cercanos a Kunkash se aprecian las figuras del gallo, el cantarito y la vaca, asimismo se distingue la puerta de la iglesia y el cuerpo entero de un hombrecito de piedra (encantado); y mirando al frente se ve Urwa Rumi, la maravilla natural de la provincia Marañón, que por su ubicación y colosal tamaño lo ven también desde varias provincias vecinas de Ancash.

Es recomendable llevar fósforos para evitar el encantamiento amenazador de la laguna Ushuraj y, por supuesto, hacer el «pagapuy» (pago al apu, con coca, cigarro y copita de licor) antes de subir a Kunkash, para tener un ascenso tranquilo y un feliz retorno.
  
Los pastizales de la puna son el paraíso para el ganado.

Rumbo a Ushuraj, es un placer pasar delante de Kunkash,  majestuosa estructura
 de piedra, en las alturas de Shagapay (Huacrachuco, Marañón, Huánuco). 

Desde lejos, el conjunto rocoso conocido como Chucu Rumi se ve como
una persona con sombrero que va cabalgando tranquilamente.

Caballero descansando y jinete de piedra en marcha.

A unos metros de la laguna Ushuraj, el "toro huaracuy" (ser mitológico
que permanece vivo dentro de las rocas o bajo el suelo).

El camino a Huachumay pasa bordeando la laguna del encanto.

De esta laguna baja el riachuelo Ushuraj, que en verano apenas es un chorrito,
pero en invierno trae harta agua que pasa a incrementar considerablemente
el caudal del Saltana, río muy temido por los desastres que ha causado.

El sereno descanso de la laguna en su sitio.

El hombre en armonía con Ushuraj.

Al frente de Kunkash se halla Urwa Rumi.

Urwa Rumi: Un coloso de piedra que está erguido apuntando al cielo. Etimológicamente significa
«piedra estéril». Muchos creen que se trata de un varón con el abdomen prominente, lo consideran
el guardián de Huacrachuco, y hay quienes sostienen que sería una mujer embarazada que está
 allí encantada; en ambos casos, un ser legendario. Según el investigador Merarí Salazar, es el
valiente y poderoso gigante de Huacrachuco (Marañón, Huánuco) que quedó petrificado tras
ganar la carrera hacia la cima a su rival de Huancaspata (Pataz, La Libertad).

Kunkash: Imponente estructura pétrea que muestra el cuello y la cabeza de un ser mítico. Para unos
es el centinela, protector o guardián de Huacrachuco y para otros, como el profesor
e investigador Merarí Salazar, Campos es la  Doncella Kunkash.


** Mi especial agradecimiento a mi tío Clemente López Caldas y a mi tía Sulpicia Félix, quienes viven en Shagapay, por haber hecho posible que este turista de aventura conozca la laguna Ushuraj, Kunkash y toda la belleza natural que hay allá arriba, casi junto al cielo.


KUNKASH: UNA MARAVILLA DE PIEDRA

En la punta del cerro Kunkash, cerquita de las nubes y del cielo azul, luce imponente una misteriosa estructura pétrea que se parece a una cabeza humana vendada. Unos creen que es un camayo con pasamontañas que se halla encantado; lo consideran el guardián o protector de Huacrachuco, porque desde su posición estratégica da la impresión de estar vigilando y manteniendo el control del territorio huacrachuquino. Otros, como el profesor y literato marañonense Merarí Salazar Campos, estiman que se trata de una mujer encantada: la Doncella Kunkash o la Doncella «Meona», la dama más hermosa del mundo, cuyo rostro permanece oculto para que nadie se fije en ella.

Puede verse su lejano perfil desde el barrio de Santo Domingo (Huacrachuco, Marañón, Huánuco), pero es allá arriba, a más de cuatro mil metros de altura, donde se apreciará su soberbia presencia de piedra y estimulante belleza natural. Está a poco más de tres horas de camino desde el poblado de Shagapay (San Cristóbal) y a treinta minutos aproximadamante de la laguna Ushuraj.

Etimológicamente, «Kunkash» viene de la palabra quechua «kunka», cuello. En algunas partes del Perú «kunka» y «kunkash» se utilizan para designar al cuello. Un antiguo registro [1] señala: «Cuncash (cunca=cuello; casha=espina) cuello que termina en punta, en forma de espina». En un diccionario que recoge palabras quechua del centro [2], aparece: «Cuellilargo». Según Merarí Salazar, «Cuncash» quiere decir «puro cuello o cuello visible» [3].

El ascenso hacia Kunkash es una aventura fascinante. Pero antes de subir a la cumbre, hay que hacer el «pagapuy» (pago al apu, con coca, cal, cigarro y copita de licor), para estar en armonía con el cerro. Cuesta llegar arriba, pero vale la pena. Sólo hay que tener cuidado de seguir el camino correcto, aquel que va rodeando Kunkash por atrás; es difícil y peligroso el acceso por la parte delantera, porque los caminos suelen terminar al borde del abismo y no habrá más remedio que retroceder, demorando con ello la exploración y el victorioso retorno. Es recomendable por ello contar con un buen guía.

No está demás advertir del sitio llamado Hatun Potrero, sector misterioso de Kunkash donde se pierden los caminos; dicen que es lugar de encanto o desencanto, debe ser cierto, porque algún pastor de Shagapay apareció perdido por allí, con todo su rebaño de ovejas, después de ser alcanzado por las nubes oscuras que cubrieron la laguna Ushuraj.

Se pueden lograr estupendas fotografías y filmaciones. La vista panorámica y el paisaje de puna son formidables; a la altura de Kunkash, al frente, está el colosal cuerpo de piedra de Urwa Rumi; y en los peñascos cercanos pueden verse las figuras del gallo, del cantarito y de las reses, la puerta de la iglesia y el hombrecito encantado (petrificado). Sin arriesgar la integridad física, es posible conseguir la mejor ubicación para tomas espectaculares.

LA «DONCELLA CUNCASH»

Para el investigador y escritor Merarí Salazar Campos, la impresionante estructura pétrea muestra el cuello y la cabeza vendada de una «mujer encantada», cuyo rostro permanece cubierto con un velo oscuro para que nadie vea su deslumbrante belleza, no vaya ser que alguno se haga ilusiones; ella tiene novio, el más apuesto y fuerte de la región, el varón de sus sueños y el único dueño de su corazón. La «Doncella Cuncash» -- así la llama-- está muy enamorada del valiente y poderoso Urwa Rumi, un coloso de piedra que está erguido en un cerro vecino, tan cerca y tan lejos a la vez de ella.

«Es tanta su hermosura, que su novio ciego de celos le mandó vendar su cabeza y su cara para que nadie se fije en ella, luego le puso en el cerro que hoy lleva su nombre (...) Cuentan que la Doncella Cuncash, sale una vez al año de su encanto y se va a bañar en las límpidas aguas de una laguna llamada Ushuraj en plena luna llena. Es la única que puede bañarse, porque esta laguna no deja tocar sus aguas a nadie más; todos le temen, porque dicen que es una laguna ‘chúcara’, en cuanto se acercan se embravece agitando sus aguas, levantando inmensas olas» (Urwarumy: Leyenda peruana, pp. 61-62).

Según la leyenda investigada, reconstruida y recreada por Merarí Salazar en un texto de  quince capítulos --Urwarumy: Leyenda peruana, 2004--,  la  Doncella Cuncash es la dama más bella de Marañón y del mundo entero. Está enamoradísima de su novio, pero no siempre es dulce y comprensiva; también es celosa. Un personaje llamado Tallicuna, malévolo, muy ambicioso, chismoso e intrigante, le ha hecho creer que Urwa Rumi no la quiere y que está realmente enamorado de la Doncella Piedra Redonda, de Huancaspata; a raíz de tales patrañas, movida por los celos siempre le hace reclamos a su prometido y como éste no le hace caso se enfada, poniéndose furiosa especialmente en época de invierno cuando, dicen, «se mea de cólera». Se la relaciona con los aluviones que han causado muerte y destrucción en Huacrachuco y otros pueblos. Por tal razón -- refiere Merarí Salazar en su relato-- también la llaman la Doncella «Meona».

Siempre habrá un manto de misterio sobre todo lo que ocurrió, ocurre y ocurrirá en las alturas de Shagapay, en los predios de las lagunas y de los seres encantados. Conozcan Kunkash y Ushuraj. A mí me fascinó todo lo que vi y experimenté; allá arriba uno se siente en medio de un imperio de belleza natural, echa fuera de sí las preocupaciones mundanas y se llena de energía positiva.


[1] Boletín de la Sociedad Geográfica de Lima, volumen 61, 1944, p. 52.
[2] Diccionario quechua, Junín-Huanca, Ministerio de Educación, Instituto de Estudios Peruanos, 1976, p. 187.
[3] Urwarumy: Leyenda peruana, Merarí Salazar Campos, 2004, p. 61.


Cuesta llegar arriba, pero vale la pena. Sólo hay que tener cuidado de seguir el camino correcto,
aquel que va rodeando Kunkash por atrás; es difícil y peligroso el acceso por la parte
delantera, porque los caminos suelen terminar al borde del abismo.



Hatun Potrero, sector misterioso de Kunkash donde se pierden los caminos. Dicen que es lugar de
encanto o desencanto, debe ser cierto, porque algún pastor de Shagapay (San Cristóbal)
apareció perdido por allí después de ser alcanzado por las nubes oscuras que cubrieron la
laguna Ushuraj. En las peñas se aprecia la figura del gallo, del cantarito y de la vaca,
la puerta de la iglesia y el hombrecito de piedra. 

Un hombrecito encantado (petrificado) se halla como escondido entre las rocas.

Perennizado en la punta del cerro Kunkash y mirando a través del velo del misterio, luce imponente el guardián de
Huacrachuco — o la Doncella Kunkash—. Puede verse su lejano perfil desde el barrio de Santo Domingo
(Huacrachuco), pero es allá arriba donde se apreciará su soberbia presencia de piedra.