domingo, 19 de noviembre de 2017

MARIO URTEAGA ALVARADO

La siembra, 1936. Con Los leñadores y El muertito, este óleo formó parte
del conjunto de tres que obtuvo el primer premio en Viña del Mar, Chile, en 1937.

LA VIDA DE LOS AUTÉNTICOS
INDIOS SOBRE EL LIENZO

Mario Urteaga Alvarado (1875 - 1957). Fue un pintor cajamarquino de renombre internacional que retrató fielmente la realidad del campesino. No tuvo un inicio temprano en la pintura, pero el destino se encargó de ponerlo en el camino de los elegidos cuando bordeaba los treinta años y de allí en adelante fue progresando, madurando lentamente, hasta convertirse en uno de los representantes más notables de la escuela pictórica indigenista.
 
Después de desempeñarse algún tiempo como profesor y dos años como tenedor de libros en una hacienda cajamarquina, en 1903 llegó a trabajar en un colegio del Callao, donde comenzó su romance con la pintura. El caballete, los pinceles y las pinturas entraron a su vida para acompañarlo por siempre.
 

El pintor indigenista en su estudio fotográfico
de Cajamarca, a mediados de la
segunda década del siglo XX.
De regreso a Cajamarca, en 1912 se casa y tras dedicarse temporalmente a la fotografía, se trasladó a un fundo que heredó su esposa en Otuzco, lugar en el que se nutre de las costumbres de los campesinos y desarrolla un profundo amor por la naturaleza; allí, en una modesta casa de campo, pinta esporádicamente, con una técnica todavía en fase primaria.
 
Una década después, establecido ya en la ciudad, se comprometió a tiempo completo con la pintura, haciendo prosperar su arte de manera autodidacta. Cuando no estaba frente al caballete, estaba leyendo periódicos y revistas que le llegaban de Lima.
 
Pintaba imágenes religiosas y reproducía cuadros de pintores famosos, hasta que en 1923 lo visita su sobrino José Alfonso Sánchez Urteaga — convertido ya en el pintor Camilo Blas—, quien le habla del surgimiento de una corriente de arte nacionalista que encabezaba José Sabogal. A raiz de esa conversación, Mario se convence de que tenía un talento sobresaliente y que había llegado el momento de crear obras personales.
 
Así fue como comenzó a componer escenas campesinas que más tarde los entendidos dirían que son «copia fiel de la realidad», porque muestran los espontáneos gestos de los indios y el realismo mágico de sus costumbres. El también pintor autodidacta Teodoro Núñez Ureta dijo que Urteaga hizo conocer al mundo entero «los indios más indios que jamás se han pintado».
 
Su primera exposición en Lima, allá por 1934, le permitió hacerse conocido y no tardó en brillar con luz propia. En 1936 ganó un concurso en Viña del Mar (Chile). En 1945 fue premiado en San Francisco, California. Y fue el primer peruano en tener una obra en la colección permanente del Museo de Arte Moderno de Nueva York. Siguieron muchas exposiciones más en el país y en el extranjero.
 
Entre sus óleos más famosos están: Después de la faena, La riña, Tejedor de ponchos, Entierro de un hombre ilustre, Los leñadores, El muertito, Los adoberos, Día de pago, La siembra, La trilla, La siega, Fiesta campesina, La saca de papas, Patio de hacienda, Primer corte de pelo, Baile familiar, La procesión de San Lucas de Otuzco, Captura del abigeo, El beso, Entierro de veterano en Cajamarca, Maternidad, El curandero.
 
En su obra destacan la belleza del paisaje, la riqueza individual de los personajes y el valor de las costumbres de los indios. Según el antropólogo Fernando Silva Santisteban: «Mario Urteaga, es uno de los pintores peruanos más sugerentes y originales y representa un valor muy particular en el panorama de la pintura moderna de Latinoamérica, su arte nace libre y espontáneo como una flor silvestre, lejos de toda afectación anecdótica (...) Hizo del indígena cajamaquino el motivo esencial de su pintura; vivió cerca de él y lo pintó con afecto y comprensión profundamente humana».
 
En 1957, a los 82 años, falleció en su natal Cajamarca el artista que se introdujo en el mundo andino y logró extraer de él las imágenes más auténticas del campesino en su quehacer cotidiano.

 
La riña, 1923.
Después de la faena, 1920.
  
La trilla.
Fiesta campesina.

 
Entierro de un hombre ilustre, 1936. En el Museo de Arte Moderno de Nueva York.
   
Entierro de veterano en Cajamarca.
Los adoberos, 1937.

La captura del abigeo, 1940.

Primer corte de pelo ( o Landaruto)
 

viernes, 17 de noviembre de 2017


 
ÁLBUM DE FOTOS
 
 Mi historia comienza tarde y termina pronto
en las páginas de un álbum setentero,
donde mis padres y tres niños
se mueven aprisa del blanco y negro
a la revolución de los colores.
 
La sólida puerta del libro se levanta y cae
escondiendo el anverso más reconocido del estante.
Me hallo en el templo de los momentos capturados.
Los anfitriones están vivos en el primer salón de la galería.
Un viejo negativo de los patriarcas del XIX
y los retratos de mis abuelos en traje de gala
provocan que mis ojos se internen en situaciones grises
y que se encienda la luz en el rincón de los recuerdos.
 
Las hojas se someten a la dictadura de mi mano derecha.
Los cuadros pasan lentamente por mi cabeza.
Ojeo el gesto severo de mi padre profesor
mordiendo el frío en la quebrada de Llanganuco,
las manos de mamá esquilando un carnero en Huacrachuco,
la risa y el saludo con sombrero de ambos en la campiña,
y la muda de ropa en la ruta del campo a la ciudad.
En Trujillo se estableció la familia a dibujos con tiza y a colores;
me he reconocido gringuito, moviendo la hamaca de papá.
 
¡Oh mi casa! ¡Oh mis hermanitas Samantha y Pilar!
En mi casa norteña siguen felices sus inquilinos móviles.
Cuántos familiares se turnaron en las instantáneas
y cuántos niños perennizaron en el espacio de juegos su risa,
cerca de las dalias, rosas y flores de campanilla,
delante de los retoños del durazno y del manzano.
Extraño mi casa grande donde tuve una infancia amarilla
y donde Coquito se sentía como en la escuela.
 
!Oh mi patio-jardín! ¡Oh mis compañeritos chaposos!
Mis recuerdos se arrojan a las fotos, al patio de la casa.
Y me veo jugando a saltar la soga, a la ronda, a la chapada,
a la rayuela con cabeza redonda y cuerpo de cajones.
Teníamos un árbol grueso con un hueco para guardar «oro»
y un muro bajito en ele que era como un fortín
donde se protegían los sueños de los niños como yo.
En el patio-jardín estaba el mundo,
en el columpio del pacay se balanceaba la risa de todos.
 
Las fotografías en mi jardín son obras de arte
con angelitos en movimiento.
Allí estoy, ya saltando de alegría con Lassie,
ya meciéndome en el columpio
donde me hice amigo de la línea curva,
y allí están los piratas imberbes en la isla del tesoro,
los novatos boy scouts en noble acción social,
las princesas y heroínas con aroma a manzanilla,
las pitusas apuntando a los frutos, a las rosas, al ruiseñor,
llenando de juego el cuadro impresionista.
 
Del álbum se han volteado las últimas hojas,
donde alguna vez dio saltos y se escondió mi niñez.
Por allí ya no estoy silbando, en escena
sólo están mis padres y otros queridos viejos.
No importa, fui otra vez feliz en el vaivén del columpio.
Y cierro contento el libro, despacio, midiendo el tiempo,
como para que nadie quede afuera.
 
 
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martes, 14 de noviembre de 2017

 

LA MITAD DIFERENTE

La mitad del todo mostrado no está sola.
Otras mitades guardan secretos.
Y hay repeticiones de esas mitades
que reproducen el todo público,
el escrutado entero perceptible.
Aunque juntas forman el todo perfecto,
las mitades no son exactamente iguales.
Son relativas y dispares entre sí.
 
La matemática no encuentra la unidad,
se enfrenta a la proclama de un quebrado:
una mitad por dos no completa el mapa original.
El plano cardinal sagital separa magnitudes inexactas,
igual que el corte coronal divide las orejas desiguales.

Toda mitad es diferente a su pareja.
En el amor, la mitad es uno y la unidad es dos.
La media naranja no es la mitad sino el complemento.
Las mitades no iguales se buscan, se atraen, se sueñan,
se magnetizan en el aire, en el agua, en tierra firme,
se juntan en un beso que forma el todo.
Y no hay todo más perfecto
que la unidad que sellan con un beso
cuatro labios enamorados.
 
No hay forma de conocer el todo absoluto.
Siempre habrá una parte desconocida,
una historia oculta, una escurridiza pieza clave
que perteneciendo a una mitad y al entero,
se aleje de los sentidos y permanezca perdida,  
 tal vez protegida detrás de un solitario portal.
Asusta descubrir el rostro equis del todo,
las cuentas en rojo, los misteriosos signos
alojados en lo externo o en lo interno,
en las mitades derecha o izquierda,
en el plato viajero que se va por el multiverso.
 
¡El hombre en alerta roja!
Lo atemoriza, lo apoca, lo subleva
que se conozca su mitad oscura,
su vida paralela,
la parte de su mundo íntimo
moldeado a tiempo parcial por errores y pasiones.
!Qué terrible la tempestad interior!
La lucha de los yoes por el máximo espacio,
por el poder en la profunda caverna interna
donde grita el yo encadenado, el yo reprimido,
donde es feliz el yo oculto
y donde goza de libre albedrío el más temido yo:
el yo desconocido.
Aquel capaz de lanzar rugidos de fiera a un mes luz,
el que puede saltar a la palestra solo un minuto
y deshacer las ataduras, romper las alegrías,
dinamitar toda regla de convivencia,
herir con huracanado impulso el hincado amor,  
reducir a cenizas los pactos por la paz,
destruir la casa del yo responsable y diplomático,
la obra del yo autocontrolado;
es esa la mitad opuesta del yo de vanguardia,
la otra cara del yo tolerante,
la bestia que nadie debiera conocer jamás.
 
¿Qué es el todo absoluto?
Es la armonía de dos mitades:
partes desiguales, complementos perfectos.
¿Qué es el ser absoluto?
Es el recipiente compartido por los yoes,
por los opuestos en resistencia,
por los distintos unidos.


 
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miércoles, 25 de octubre de 2017



LA HORA SIGUIENTE
 
Cada hora de vida no es igual a la siguiente,
el guión se deshoja en el escenario cotidiano.
Y en cada hora puede estar comprendido un momento
de contraste emocional, de ruptura social
o de trascendental florecimiento.

Hay momentos en que viven o mueren las ideas.
La cabeza sufre, los sentidos revolotean,
caminan aprisa los segundos en cuenta regresiva.

El artista frente al lienzo virgen:
¿y ahora qué pinto?
La huella de la materia.

 Un novelista ante la página en blanco:
¿y ahora a quién hago hablar?
Al que hace rato quiere hacerlo.

El predicador en el sabbat:
¿y ahora cuál es mi rol?
Escuchar al Supremo.

Un presidente en la soledad del poder:
¿y ahora qué decisión tomo?
Presionar el último botón verde o el único rojo.

 El ser humano después de la hecatombe:
¿y ahora..., qué hago con tanto conocimiento?
Sobrevivir.
Para hallar a algunos más en vía de extinción.

Y comenzar de nuevo, todo, de manera diferente.

 


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domingo, 2 de julio de 2017

MODELO ALTERNATIVO AL CAPITALISMO



Una nueva visión de la economía

Ciertamente, el economista Hugo Salinas González (Huacrachuco, Marañón, Huánuco, 1942) se está convirtiendo poco a poco en el gurú de la economía moderna, porque a partir del estudio de los procesos de trabajo ha identificado las fallas de origen del sistema socio-político-económico que impera en el mundo actual y ha desarrollado una teoría que propone la creación de un segundo sector en la economía, donde las utilidades pertenezcan al país y por ende sean repartidas de manera más o menos igualitaria entre todos los habitantes del país.

Cabe mencionar que, en el ámbito teórico, ha estudiado temas que van más allá de El Capital, de Karl Marx, quien se ocupó básicamente del capitalismo, pero dejó rutas abiertas para investigar, como por ejemplo en la afirmación siguiente: «[…] el hombre que no posee nada más que su fuerza de trabajo será obligatoriamente, en cualquier sociedad o civilización, el esclavo de otros hombres que se habrán erigido en detentores de las condiciones objetivas del trabajo». Hugo Salinas se internó por años en los terrenos de la Historia buscando las causas de los problemas de la humanidad y halló las respuestas que le han permitido teorizar una posible solución.

Es autor de «¿Hacia dónde va la economía-mundo?» (París, 1993; Arequipa, 1993; y Lima, 2011); «Progreso y bienestar, urbi et orbi. Tomo I. Una nueva visión de la economía y de la sociedad» ( Lima, 2009); «Progreso y bienestar, urbi et orbi. Tomo II. Cómo eliminar el desempleo» (Lima, 2010); «Las empresas-país y la gran transformación» (Lima, 2013); y «Teoría del cambio. Otro mundo es posible» (Lima, 2016).
 
Cada uno de los citados libros muestra la progresión de sus investigaciones y análisis, hasta formular propuestas viables que conduzcan al desarrollo de un modelo alternativo al capitalismo, el cual implica «resolver, en primera instancia, las abismales diferencias socio-económicas entre los habitantes de un país». Tales diferencias, afirma, surgieron hace 10 mil años aproximadamente, en la segunda fase de la actividad socio-económica basada en la agricultura y ganadería, cuando los primeros grupos de trabajadores tuvieron la necesidad de apropiarse de nuevas tierras cultivables para su subsistencia, iniciándose las feroces luchas sociales.
 
«Cuando un grupo social se impone a otro, constituyendo así la sociedad, la fuerza del grupo social vencedor, en términos de potencia militar, potencia económica, etc., se concentra en la clase social dominante; en cambio, el grupo social vencido es arrebatado de todos sus medios de trabajo y de guerra. En adelante, el grupo social vencido no es más que una clase social-fuerza de trabajo. Además, por el mecanismo de extorsión, la proletarización es permanente para uno, la acumulación y la concentración de riquezas será para el otro. Es así como un número reducido de personas de la clase social dominante puede extorsionar, sin piedad ni remordimiento, a un gran número de personas de la clase social-fuerza de trabajo» (Hacia dónde va la economía mundo. Capítulo IV: La sociedad. Título 2: La relacion de dominación).
 
¿CUÁL ES EL ORIGEN DE LOS MALES DE LA SOCIEDAD?

El economista que se formó en las aulas de la Universidad Nacional Federico Villarreal y obtuvo el doctorado en la Universidad de París XII Val de Marne, Francia, sostiene que el origen de los males de la sociedad «radica en la Repartición Individualista. Es decir, en que el 100% del resultado neto de la actividad económica se orienta, única y exclusivamente, al propietario de la empresa o a sus accionistas. La casi totalidad del esfuerzo de un pueblo se concentra en poquísimas manos (menos del 1% de la población total)». Según Oxfam International, la riqueza acumulada de 62 personas es igual a la riqueza acumulada de la mitad de la población mundial (3.7 mil millones de personas).
 
El sistema actual en el mundo entero, dice, tiene efectos sociales perversos: desocupación, marginación, pobreza, desnutrición, analfabetismo, depredación de recursos naturales; países desarrollados, subdesarrollados; millonarios del Tercer Mundo y millonarios del Primer Mundo.
 
«Los procesos de trabajo son realizados por la humanidad en su conjunto y por nadie en particular; la humanidad ha ido creando riquezas cada vez con más productividad. El asunto está en saber a quién pertenece el resultado de esa actividad económica; por lógica, debería pertenecer al conjunto, a todos los miembros de la sociedad, pero desde hace unos miles de años hemos ingresado a una forma de repartición completamente mortífera, porque hacemos que el resultado del esfuerzo de una sociedad sea solamente acopiado por un número pequeñísimo de la sociedad, esa es la repartición individualista. En términos más o menos generales, que los conocemos todos, decimos: las empresas generan utilidades y estas pertenecen a los accionistas, y a nadie más; ¿y el resto?» [...] «No podemos depositar el resultado neto del esfuerzo de una sociedad solamente en aquellos accionistas». (Entrevista en Hora 8 Perú Tv, You Tube, 13 de junio de 2011).

LA RUTA DEL CAMBIO
 
En su último libro «Teoría del cambio. Otro mundo es posible», el Dr. Hugo Salinas, plantea una suerte de ruta a seguir para el cambio de rumbo económico, desarrollando un modelo alternativo al capitalismo.

Propone la creación de un segundo sector en la economía de libre mercado, que funcione compitiendo en paralelo con el sector uno tal cual lo conocemos actualmente. En el sector económico alternativo, prevé la formación de empresas-país — contando con el soporte financiero de la emisión monetaria —, cuyas utilidades generadas sean repartidas en partes iguales entre todos los habitantes del país, porque el capital pertenece a todos. De esta forma, se reimplantaría la Repartición Igualitaria — que estuvo vigente los primeros 190 mil años de la humanidad— y con el transcurrir del tiempo se resolverían los problemas actuales como la pobreza, el desempleo, la desnutrición infantil, las injusticias y las desigualdades en general.
 
«Hace diez mil años que hacemos lo mismo sin mayores resultados. En el Perú y las tierras de los pueblos originarios del Tawantinsuyo, desde hace seis siglos. Cambiemos de actitud y de prácticas», expresa con firmeza el Dr. Hugo Salinas, un visionario de la economía y propulsor del cambio.

 
Texto de propuesta, donde formula su tesis de la gran transformación del país.
 
Hugo Salinas tiene su identidad muy bien definida y siente gran aprecio
por el desarrollo que alcanzaron las culturas ancestrales.
 
En Wanuco Marka, capital del Chinchaysuyo. El economista
se inspiró en el modelo Inca para desarrollar su teoría.
 

lunes, 19 de junio de 2017

CONQUISTADOR


 
El verano se detuvo en mis veintiún años,
cuando te descubrí caminando por mi calle.
Desde entonces mi corazón gobierna
y todos los caminos me conducen hacia ti.
Salgo acicalado a rondar por tus fronteras
y mientras avanzo, sigiloso y trepidante,
voy enfilando detrás de mis labios
palabras de amor para robarte una mirada.

Me llaman aquellas margaritas blancas
con sus fieles ojillos amarillos
que se mueven del sí al no en el vuelo de tu falda.
Tu figura, tus hombros, tus vestidos me atraen,
sigo de cerca tu aroma,
y a veces siento que te vas sin haber llegado.
Vengo y voy por donde apareces,
esperando conocer tus ojos
que son tímidos conmigo.
 
Si tan solo voltearas un instante
y luego te fueras sin esperar mis pasos,
seguiría contento mi camino sobre algodones,
ausentándome por horas del mundo.
Si tan solo me alcanzara la luz de tu sonrisa
sabría que el Sol se ha puesto de mi lado
y podría esperar feliz otra señal.

 Quizás un lunes de colegio en la librería,
un jueves en el parque de las palmeras cómplices
o un domingo en que salga la Luna temprano,
pueda verte, raramente atrevida,
acariciando tus cabellos rojos para mí.
Ese síntoma de amor valdría tanto
como un futuro te quiero,
como todos los besos juntos de la primera vez.
 
 Soy un aspirante a enamorado perpetuo,
que vivirá conquistándote en las cuatro estaciones.

 


© All rights reserved, 2017.
 
Fotografía: Señorita tomando café. Cuadro realista-impresionista
del pintor ruso Konstantin Razumov (Moscú, 1974).

 

viernes, 21 de abril de 2017

ACERCA DEL FRUTO DEL DESEO
Y UN MISTERIO [*]


La naranja: el fruto del deseo.
La llegada de una camioneta con tres pasajeras apuró a todos en la cocina-comedor. Doña Primitiva reconoció al conductor y salió a darle la bienvenida. 

 
--Sí, hay almuerzo. Ahorita salen; ya termina de comer mi gente grande.

El sol comenzó a castigar a las viajeras. Eran tayabambinas: mamá, tía y una agraciada joven de uñas pintadas, que iban a visitar a sus familiares de Huacrachuco. Se lavaron las manos y la cara con el agua cristalina de la acequia cercana, como para menguar la sensación de calor intenso. El chofer, que era paisano y amigo de confianza de las damas, realizó con ellas una corta caminata por el lugar, pero el calor era insufrible; no había sombra ni aire suficiente, hasta el suelo quemaba. Terminaron en el río. Después, disfrutaron el rico almuerzo, entre risas y frescos comentarios.

Afuera, los niños tomaron los espacios de sombra delante de la casa para jugar a las canicas. Casimiro era el que más se regocijaba, porque disparando su bolita desde lejos lograba impactar a las pequeñas esferas de vidrio adversarias; podía lanzar igual utilizando la uña del pulgar, índice o del dedo medio, se sobrentendía que su extraordinaria puntería la había desarrollado jugando en la puna con sus hermanos y primos. Gracias a que el terreno del patio no era muy plano, el niño de Huagana fallaba también, generalmente su tiro final al ñoco; entonces, Juaneco y Christian, cada cual en su turno, afinaban la puntería y, si podían, cascaban fuerte a la canica de onduladas líneas de colores de Casimiro, alejándola lo más posible del hoyo, para luego golpear a la otra bolita y tratar de embocar la propia.

Casimiro ya había ganado dos juegos cuando salieron de la cocina las niñas de Piso. Grizel, la mayor, caminaba nerviosa junto a René, como si tratara de no ser vista por Christian; él ni las vio pasar, porque estaba concentrado en no fallar su tiro contra la bolita de Juaneco. Después, pasaron Eulogia y Anita con Óliver, motivando la suspensión del juego, ya que Juaneco había recibido previamente la orden de su madre de ir a recoger naranjas.

A sus diez años, Juaneco y Christian lideraban el grupo, turnándose para empujar el buggy que llevaba como carga costales vacíos y un machete. Casimiro, menor de ellos por un año, avanzaba distraído haciendo dar vueltas su hondilla de jebe en el índice o lanzando piedritas a cualquier parte; ya sabía que no debía herir a las tórtolas, mucho menos a los guardacaballos que suelen posarse en la copa de los árboles frutales, porque hacerlo traía mala suerte. La adolescente Eulogia llevaba de la mano a Óliver, mientras Anita se divertía viendo cómo las hermanitas de Piso reían sutilmente entre sí, sin ocultar su agrado por estar cerca del costeñito de gorrita marrón y descolorido jean azul; Christian ni se daba cuenta de eso. Así, pasaron la curva de Ocunal y llegaron a la zona de Limón, nombrada así porque en la parte alta se habían sembrado sólo limoneros.

Cuando todos hubieron descendido de la carretera al huerto de los naranjos, pasó la camioneta con las tayabambinas. La faena debía comenzar. Estaban ante dos árboles verdes de copa redondeada y de más o menos cinco metros de altura, cargados de naranjas; sí, allí estaban los frutos deseados, luciendo su forma esférica y llamativo color, protegidos por ramas ligeramente espinosas y numerosas hojas ovales y lustrosas.

-- Busquen los ganchos, chicos-- mandó Eulogia. Se refería a los carrizos largos que tenían atadas a la punta un gancho de madera, adecuado a la medida para desprender las frutas del árbol.

-- ¡Qué naranja tan grande, esa, allá arriba!-- señaló René con el índice.

-- Hay varias maduras, por aquel lado-- le indicó Anita a Juaneco, quien ya estaba listo para desprender las naranjas con el gancho.

-- Dime, Grizel, ¿cuál quieres para ti?-- le dijo con naturalidad Christian a la niña de rubilindo cabello. Sorprendida, ella enmudeció. Y él, en ese momento, vio los más hermosos ojos verdes y un rostro de cutis sonrosado, que parecía iluminarse con los rayos solares que se filtraban entre las ramas en aquel atardecer. Una vez que reaccionaron, Grizel señaló una naranja y Christian la desprendió para ella; los gestos de amistad entre ambos ocurrían sin que nadie a su alrededor se diera cuenta, ni siquiera René que se había puesto a corretear con Óliver. 

-- Chicos: traten de chaparlas en el aire, que no se golpeen-- aconsejaba Eulogia.

De todos, el único que hacía una labor de cosecha impecable era Juaneco; él enganchaba en el punto exacto, jalaba despacio acercando la rama y luego hacía un leve giro con el gancho para desprender la naranja, la cual caía directo al sombrero que sostenía su colaboradora Anita. Casimiro y Christian trataban de imitarlo, contando con el apoyo de Grizel y Eulogia, pero a ellas las vencía la risa y algunas naranjas cayeron sobre la hierba.

Terminando de bajar las naranjas, que juntas sumaban cuarenta y seis, se trasladaron todos al sector de los paltos, donde siempre había algo para cosechar. Juaneco se trepó rápidamente al árbol de palta fuerte y fue cogiendo los frutos que ya estaban a punto de cosecha-- él los elegía por su tamaño y buen aspecto, fácilmente reconocible viendo el pleno desarrollo del color verde en la cáscara ligeramente áspera--, arrojándolos casi de inmediato a las manos de Christian o Casimiro; ellos, por su parte, bajaron con los ganchos algunas otras paltas, según les indicaba Juaneco. Eulogia y Grizel se dirigieron a los coposos arbolitos de palta negra, cuyo fruto piriforme se caracteriza por tener la piel precisamente negra, delgada y lisa, siendo muy apreciada por la pulpa cremosa y su exquisito sabor; estaban recogiendo las que lograban alcanzar con la mano, cuando de pronto escucharon un grito de René: ¡Óliver, adónde vas!.

Huerto de los naranjos y la zona denominada Ocunal.
Alarmados, los cosechadores se volvieron hacia René y buscaron con la mirada al rubio; él no estaba. Eulogia atravesó velozmente el huerto y fue tras René, quien ya había logrado detener a Óliver en el camino que conduce a Ocunal, un pequeño pantano de espeso lodo negro que se había formado hace muchos años con la crecida del río.

--Mi yama, mi yama. Queyo jugay-- le decía Óliver a René.

--¡Por ahí se ha ido un niño gordito! ¡No conozco!-- avisó la pequeña de siete años a Eulogia, señalándole un caminito que pasaba entre las delgadas contoyas.

 El grupo rastreó íntegramente un amplio sector, desde el canto del río Huacrachuco hasta los alrededores de Ocunal, y no vieron a nadie. El niño desconocido había desaparecido. René lo había visto bien, cara a cara, antes que se alejara; por ello, los demás le preguntaban cómo era y ella lo describía una y otra vez. Se hermanaron la curiosidad y el asombro.  

--Era del tamaño de Óliver. Chiquito, y gordito, y chaposito.

--¿Cómo estaba vestido?

--Le vi con camisa a rayas.Pantaloncito negro, de bayeta.

--¿Tiene llanques? ¿O anda descalzo?.

--Sí, llanques; le vi como cualquiera. 

--¿Pantalón de lana?

--Sí, sí. ¿No te digo?. Es de bayeta, negro.

--Y su cara: ¿cómo es?

-- Tiene carita redonda. Le vi chaposito, como niño de puna.

Eulogia deslizó la idea del niño encantado, pidiendo a la vez en voz baja que regresasen y se mantuvieran juntos en el huerto, donde había que terminar la tarea. Chicos y chicas se quedaron pensando un momento en lo dicho por la púber, pero después recobraron la alegría, considerando que habían rescatado a Óliver y que lo llevaban sano y salvo con ellos. Óliver, que no entendía bien el porqué del alboroto previo ni le daba mucha importancia a lo sucedido, se sintió feliz en medio de la celebración, ya que le mostraban caras alegres, lo cariñaban y cargaban; la imagen del extraño niño que lo había llamado hacia Ocunal quedó como un vago recuerdo en su mente. Todo estaba en orden, porque René contó que el «niño del pantano» no había tocado al gringo ni habían hablado.

Tras el misterioso suceso, trasladaron las frutas al buggy y retornaron a la casa. Niñas y niños venían jugando y haciéndose bromas inocentes; ni se habían cansado. Anita llevaba de la mano a Óliver, pero él se soltaba seguido, porque quería ver las lagartijas que buscaba también Casimiro por el margen de la carretera. Siempre adelante iba la carretilla que empujaba Eulogia, con notable esfuerzo.

Y como era su costumbre, Christian sorprendía a cualquiera con sus preguntas; así llegó a saber que Casimiro y su hermanita se marcharían al día siguiente a la jalca y que sobre la carretera, más allá de la cabecera del terreno de Limón, muy cerca del camino de subida que seguirían hacia Huagana, existe un lugar donde brota agua cristalina, razón por la cual lo llaman «ojo de agua» o «puquio», un manantial que provee de agua para el riego, una fuente de vida a la que acude el ganado para calmar su sed; asimismo averiguó que Eulogia tenía catorce años, Anita ocho y la edad que no olvidaría: los nueve años de Grizel.

(...)

[ * ] Continuación del relato «Cosecha de yucas en Mamahuaji» 

Apréciese las plantas de limón y el camino de subida hacia Huagana.
Terreno Limón, en Mamahuaji (Huacrachuco, Marañón, Huánuco).