viernes, 17 de noviembre de 2017


 
ÁLBUM DE FOTOS
 
 Mi historia comienza tarde y termina pronto
en las páginas de un álbum setentero,
donde mis padres y tres niños
se mueven aprisa del blanco y negro
a la revolución de los colores.
 
La sólida puerta del libro se levanta y cae
escondiendo el anverso más reconocido del estante.
Me hallo en el templo de los momentos capturados.
Los anfitriones están vivos en el primer salón de la galería.
Un viejo negativo de los patriarcas del XIX
y los retratos de mis abuelos en traje de gala
provocan que mis ojos se internen en situaciones grises
y que se encienda la luz en el rincón de los recuerdos.
 
Las hojas se someten a la dictadura de mi mano derecha.
Los cuadros pasan lentamente por mi cabeza.
Ojeo el gesto severo de mi padre profesor
mordiendo el frío en la quebrada de Llanganuco,
las manos de mamá esquilando un carnero en Huacrachuco,
la risa y el saludo con sombrero de ambos en la campiña,
y la muda de ropa en la ruta del campo a la ciudad.
En Trujillo se estableció la familia a dibujos con tiza y a colores;
me he reconocido gringuito, moviendo la hamaca de papá.
 
¡Oh mi casa! ¡Oh mis hermanitas Samantha y Pilar!
En mi casa norteña siguen felices sus inquilinos móviles.
Cuántos familiares se turnaron en las instantáneas
y cuántos niños perennizaron en el espacio de juegos su risa,
cerca de las dalias, rosas y flores de campanilla,
delante de los retoños del durazno y del manzano.
Extraño mi casa grande donde tuve una infancia amarilla
y donde Coquito se sentía como en la escuela.
 
!Oh mi patio-jardín! ¡Oh mis compañeritos chaposos!
Mis recuerdos se arrojan a las fotos, al patio de la casa.
Y me veo jugando a saltar la soga, a la ronda, a la chapada,
a la rayuela con cabeza redonda y cuerpo de cajones.
Teníamos un árbol grueso con un hueco para guardar «oro»
y un muro bajito en ele que era como un fortín
donde se protegían los sueños de los niños como yo.
En el patio-jardín estaba el mundo,
en el columpio del pacay se balanceaba la risa de todos.
 
Las fotografías en mi jardín son obras de arte
con angelitos en movimiento.
Allí estoy, ya saltando de alegría con Lassie,
ya meciéndome en el columpio
donde me hice amigo de la línea curva,
y allí están los piratas imberbes en la isla del tesoro,
los novatos boy scouts en noble acción social,
las princesas y heroínas con aroma a manzanilla,
las pitusas apuntando a los frutos, a las rosas, al ruiseñor,
llenando de juego el cuadro impresionista.
 
Del álbum se han volteado las últimas hojas,
donde alguna vez dio saltos y se escondió mi niñez.
Por allí ya no estoy silbando, en escena
sólo están mis padres y otros queridos viejos.
No importa, fui otra vez feliz en el vaivén del columpio.
Y cierro contento el libro, despacio, midiendo el tiempo,
como para que nadie quede afuera.
 
 
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