viernes, 21 de abril de 2017

COSECHA DE YUCAS EN MAMAHUAJI [*]
 
El grupito fue recibido con entusiasmo por doña Primi y su comitiva. Los chicos hablaban al mismo tiempo, orgullosos de la pesca; todos recibieron felicitación, en especial Óliver, quien fue abrazado por Eulogia, acariciado por Grizel y René, y cargado con amor por su madre. Christian se rezagó un poco del resto, pero no tardó Juaneco en acercarlo nuevamente al grupo; fue en ese momento que Grizel, la niña rubia, lo vio de cerca por primera vez, deteniendo un instante la mirada en sus ojos pardos: le pareció guapo aquel niño blanco, de gorrita vistosa y cuyo nombre no sabía todavía.

Luego, como si estuviera establecido, las mujeres se llevaron los pescados a la cocina y los varoncitos se quedaron con Juaneco en el patio, para ayudarlo a extender la atarraya que debía orear bien antes de ser guardarda. El atardecer cambió de color al volver a brillar el sol en el cielo claro y pronto el suelo quedó totalmente seco, como si no hubiera llovido ese segundo viernes de enero.

Christian vio la señal que le hizo su padre con un leve giro de cabeza y supo que debía ir con él. Juaneco, Milton y Casimiro se quedaron mirando al ingeniero Galarzé, quien avanzaba presuroso hacia su camioneta pick-up blanca.

--¿Papá, ya nos vamos?--le preguntó.

--Sí, hijo. Súbete, vamos a Cajabamba. Por allá están los carreteros, con un tractor parado, parece por falta de combustible. En esta época de invierno el tractor tiene que estar bien, porque con las lluvias hay que estar limpiando constantemente la carrretera.
 
--¿Habrá caído huaico en Chúcaromonte?

--¡Esperemos que no, hijo!-- contestó, al mismo tiempo que encendía el carro.
 
--¡Quédese don Armando a la merienda!-- le dijo doña Primitiva, dirigiéndose a la huerta con la niña René para recoger limones--. Habrá chilcano.

--Hay trabajo que hacer arriba en Cajabamba y pasaré hasta Huacrachuco-- respondió--. Y, sin más demora, se despidió al vuelo--: ¡Regreso doña Primi!

Cuando volvieron de Huacrachuco, una semana después, Christian se apuró en bajar del vehículo de su padre para buscar a sus amiguitos, pero no vio a ninguno. No había chicos en el río y nadie jugaba por ningún lado; estaban ausentes las voces de los niños. El lugar estaba tomado por los adultos. Había llegado de Pataz un viejo camión, cuyo chofer conversaba apurado con doña Primitiva en el patio, y sus cinco pasajeros comían papaya sentados en las bancas y poyos del exterior del restaurante; era obvio que no se quedarían al almuerzo, porque faltaba más de una hora para el mediodía.

El padre nunca perdió de vista a su hijo y viéndolo desandar tan solo, bajó de la camioneta y se aproximó a él.

--Hijo, vamos a comprar. ¿Quieres algún refresco o papaya?

--Mejor maracuyá, papá.

--Bueno. Yo tomaré una gaseosa.

Doña Primitiva, siempre muy atenta a todos los requerimientos, vio el brazo en alto de Galarzé y se acercó pronto con su manojo de llaves para abrir la tiendita ubicada al costado del huerto. Rápidamente, a Christian le invitó dos maracuyás y a su padre le vendió galletas y Concordia, la bebida gaseosa que se fabricaba en Chiclayo y se veía por doquier, en todo el norte del país, como el símbolo de éxito económico del Grupo Concordia.

--¿Y Juaneco, doña Primi?-- preguntó el blanquiñoso.

Juaneco, Casimiro, Anita y Óliver se habían ido con el hortelano Buñi a la chacra de yucas, situada como doscientos metros a la izquierda del puente, al pie de la carretera que se dirige al río Marañón. Su amiguito Milton ya no estaba en Mamahuaji.
 
--Más ratito voy para la chacra, ¿vamos?-- inquietó al niño la fundadora de Mamahuaji--. Déjelo don Armando; su hijo se halla con los chicos de acá-- dijo, mirando al papá, intentando convencerlo.

Armando Galarzé vio a su hijo con ganas de quedarse y resolvió:

--Entonces, se lo encargo doña Primi.

--No se preocupe don Armando, Christian va estar bien.

--Yo voy al campamento de Chibche y regresaré tarde. Tengo que darle su navidad al guardián y hacer un inventario de las cosas que hay abajo. A partir de mañana se vienen para acá los carreteros también; ya llega febrero, tiempo de más lluvias y huaicos.

--Bueno, acá tienen su vivienda ellos-- contestó alegre doña Primitiva, refiriéndose a los dos cuartos que habían construido los carreteros en la banda, a la derecha del puente.

--¡Cuidate hijo, ah!
 
--Está bien, papá--respondió Christian, algo entusiasmado.

--Sólo le pido algo doña Primi-- expresó medio en broma --: ¡Hágalo trabajar!. Que juegue, pero también que ayude en lo que haya que hacer. Acá nadie debe estar con los brazos cruzados.

--Yo hago trabajar a todo el mundo. Para comenzar, ahorita lo llevo a traer yucas de la chacra.
 
--Hijo: ¡haz caso en todo a doña Primi!-- recomendó a su pequeño, moviendo de arriba abajo el índice derecho--. ¡Te quiero, hijo!--le dijo luego, abrazándolo con ternura.
  
Definido todo, la Toyota blanca cruzó el puente y dobló hacia la izquierda, levantando mucho polvo por la carretera; alborotados, Cazador y Pantera lanzaron un par de ladridos desde el puente. El niño de Lima vio partir también el viejo camión hacia Huacrachuco, antes que doña Primitiva regresara a su lado; cuando se pusieron en camino hacia la chacra, desde la puerta de la cocina, la rubicunda Grizel y su hermanita René los siguieron con la mirada hasta que desaparecieron.

Christian le preguntaba de todo a doña Primitiva: ¿de quién es esa huerta?, ¿cómo se llama por aquí?, ¿de dónde viene ese canal?, ¿cómo se llama esa planta?. Esa curiosidad infantil le agradaba a la mujer del temple y sonriendo respondía. Así continuaron hasta que el pequeño advirtió la presencia de una carretilla al borde de la carretera.

--!Allí está don Buñi!-- exclamó, alcanzando a ver primero al hortelano, que aflojaba la tierra con una lampa para poner al descubierto las yucas--. ¡Y Juaneco, Casimiro y Anita, y Óliver!.

Al lado de las plantas de yuca, los niños eran bajitos; sólo el viejo sombrero de paño de don Buñi se veía a nivel de los penachos de hojas palmeadas y lobuladas de los arbustos más altos. Cada integrante del grupo asumió al principio una función: Juaneco se encargaba del desramado, dejando solo una pequeña copa al final del tallo verde oscuro; don Buñi cortaba el tallo a medio metro del suelo, escarbaba y apartaba suavemente la tierra de encima con la lampa o con el machete, y luego jalaba el tronco hacia arriba; Casmiro, Christian y Anita terminaban de desenterrar los tubérculos, palpando su cáscara leñosa, notando la blancura de su pulpa y asombrándose continuamente de su gran tamaño y variado grosor, pues algunos superaban el medio metro de largo y pesaban tanto que los retiraban arrastrando; en tanto Óliver y su mamá los metían en un costal. Al final, todos se pusieron a desenterrar y juntar las yucas, en medio de amenos comentarios; sin duda, no faltaron las preguntas de Christian.

-- De qué crece la yuca? ¿Tiene semilla?

-- Yuca crece del tallo. Se corta en trozos de una cuarta y cada trozo se siembra inclinadito, haciendo hoyo en la tierra-- dijo doña Primitiva.

Don Buñi recogió un tallo, cortó de este un trozo de más o menos veinte centímetros y lo mostró a los pequeños, señalando con el dedo los seis nudos que tenía y el ojo germinativo. Acompañaba su demostración con palabras, pero sólo doña Primitiva lo entendía. 

-- El palito debe tener seis o siete nudos, dice-- intervino ella en el momento preciso--. De ese ojo verdecito va crecer la nueva yuca, dice. Y así es-- aseguró, señalando también con el índice el mismo ojo de retoño que era fácil de ver en la pequeña estaca--; ¿no don Buñi?.

Mientras los mayores terminaban la explicación, Óliver se había ido al canto de la chacra, donde curiosamente miraba por entre las hojas pecioladas de la planta trepadora llamada mate, calabaza americana o porongo. Anita y Christian caminaron hacia el pequeñín y descubrieron el maravilloso fruto del mate, sentado sobre el suelo; era de forma redonda y aplanada, de piel lisa, color verde claro y de un diámetro aproximado de treinta centímetros. En ese instante de fascinación, Christian recordó el recipiente que usaban los campesinos de Huacrachuco para medir la cantidad de sus granos o para aventar el trigo en la era, al terminar la trilla; también se le vino a la mente los mates burilados, piezas con hermosos grabados, que había visto en las tiendas de artesanía en Lima; se hincó junto a Óliver y Anita, y emocionado tocó delicadamente el único fruto que había brotado de la planta.

-- ¡Qué lindo está mi mate!-- manifestó satisfecha la dueña del pequeño yucal, acercándose --. Hay que cuidarla, es mi nueva siembra-- recomendó. Entonces, los niños se pusieron de pie y regresaron a la faena.

El hortelano puso dos costales con yucas sobre el buggy y los niños, que acalorados subieron a la carretera, agregaron un tubérculo cada uno. Doña Primitva cercó con espinas la entrada de la chacra y don Buñi, una vez acomodada la carga, comenzó a empujar la carretilla hacia la casa, siendo escoltado alegremente por los niños. La huerta de la patrona se veía espléndida desde la carretera de la banda y el río Huacrachuco calmado, inalterable antes y después de su unión con el Anchic, manteniendo el ritmo de sus olas matizadas de verde y blanco.

En el trayecto, Christian se dio cuenta que sudaba más que los demás, sensación que ya había experimentado tiempo atrás, pareciéndole eso muy extraño; sin embargo, dejó de pensar en la sudoración y, mirando más bien a su alrededor, comprendió lo beneficioso que resulta usar sombreros y gorras. Las ramas de los molles apenas se movían; el sol inclemente estaba en el centro del despejado cielo.

Como era de esperarse, ni bien llegaron al patio de la casa, los niños enrumbaron en fila hacia el río para refrescarse. Doña Primitiva ingresó presurosa a su cocina, donde Eulogia y las acomedidas niñas Grizel y René la pusieron al tanto de todo; afuera, don Buñi ya sabía lo que tenía que hacer con el cargamento de yucas. En minutos, el almuerzo consistente en una sopa casera y seco de res estaría servido para los animosos cosechadores de yuca.


(...)


[*] Continuación del relato «Pesca con atarraya en el Anchic»

 

domingo, 5 de marzo de 2017

CARIÑO TIERNO



Mi ubicua, carialegre y tierna moza:
En tus ojos soy pirata,
en tus labios sólo un nombre
en tu piel un soplo vital.

Te encontré  helada por encima,
recostada en un kilómetro de playa.
Desde entonces siempre te has quedado.

Besas mi piel roja
para demostrar que ardes en el Ártico
y cuando tu niñez y juventud retozan
en mis tres décadas,
caigo de las nubes sobre ti.

Continúo envuelto en tu fragancia
mientras tú corres ruborizada en el Olimpo.
¿Por qué te veo en estas barcas pardas
si temprano te fuiste a iluminar tu casa?
¿Por qué me asilas en tu pecho
si sabes que he besado muchas flores del prado?
 
Pocas veces he escogido una sola rosa del rosal,
una sola ruta para llegar al hogar de Reuel.
Esta vez penetré en la floresta y en el mar,
salí bailando con una princesa.
Ya no admitirè el olor
ni el tacto osado de otras manos.
Después de tantos viajes encontré un tesoro.
 
Mi flecha de nativo Rey isleño
ha viajado ciento ochenta leguas
y se ha clavado en el mejor cuidado jardín.

© All rights reserved, 2017.

 

sábado, 4 de marzo de 2017

MI QUENA MÁGICA


Sentado sobre una laja
o caminando en ojotas
por los pastizales de la meseta,
silbo con mi quena mágica,
para gusto de mis llamas y alpacas,
de mis vizcachas y cóndores imperiales. 

Danzan mis dedos sobre los agujeros
y de soplido en soplido,
surge la voz sentimental de mi quena,
formando melodías que Eolo lleva
en ondeante ritmo por las punas,
para que vibren las flores del papal
y meneen su ramoso tallo las habas.

Mi quena es pariente del pincullo 
y sus notas musicales descienden 
del eco de silbidos ancestrales 
afinados por milenios entre los cerros. 
Hay herencia, fuerza espiral 
y amor vibrante en su cuerpo de caña.

Soy un flautista andino 
 introducido en mitos y leyendas;
sanado en varios días por curanderos;
visto en la colinas matizadas de luz y sombra,
durante la esquila, herranza, siembra y cosecha;
elegido para tocar por dentro al ser humano.
Uso faja, poncho y chullo de lana
tejidos con claves geométricas de color.

Ofrezco mis cantos alegres y tristes
a los dioses de piedra y nieve,
a los ojos de agua y a la madre tierra;
a los hijos de la niebla, pastores y campesinos
que moran en el corazón de la naturaleza;
a los citadinos y cosmopolitas
que internan la mirada en los Andes.

De pronto soy músico universal.
Puedo tocar mi aerófono de bambú
en cualquier paisaje del mundo,
igual ante oidores de truenos,
que ante oidores de óperas.
Mi quena y yo somos cósmicos.



© All rights reserved, 2017.


Fotografía: "Tristeza andina", La Raya, Cusco-Puno, 1933, Martín Chambi.

ESTADO NATURAL

 

 Te has pintado el pelo.
No te dije lo hermoso que era
ni lo bien que lo cuidaste veinte años.
Hoy notarán tu paso desconocidos ojos
y volarán sonrisas a la altura de tu ego.
¡Cómo no admirar el cambio, la renuncia,
si floreces en repentina primavera!
Aunque prefiero tu genuino color,
porque ningún dorado me hará olvidar
los rizos azabache que nacieron contigo.

Qué hermosa es la flor silvestre
acicalada con los cristales del rocío
e iluminada por sus colores puros.
Una rosa roja, amarilla, blanca, rosada,
encerrada en un globo de cristal
o reunida con sus hermanas rosas en un ramo,
o parada en el agua quieta de un florero,
se va muriendo antes de tiempo.
La lindura natural es capturada,
la vida cortada, el color debilitado,
por gustos efímeros.
¡Pero qué preciosa se ve una dama
con una dalia modelando en su cabello!
¡Y cuán feliz será una fresca rosa
al ser entregada  por un joven a su amada!
 
El árbol es más árbol
en el bosque intocado,
altísimo, rural, recio y patriarcal;
cuando pasa el marcador de troncos,
comienza a morir su edad.
Un pez es más feliz en el fondo marino;
un pececillo en el acuario
está condenado a vivir en público,
coartado, cautivo en un falso territorio.
 
La mujer sencilla es la belleza bienandante,
una flor exótica reinando en la pradera.
Su hermosura es un jardín al descubierto,
con colores, fragancias y feromonas
jugando a la ronda, inocentemente.
Ella se arregla sin prisa,
sin pensar en ser elegible;
no tiene ataduras ni anclas
ni modelos irrumpiendo en su mente.
No desaparece en citas con los cosméticos
ni busca escapar de su edad real.
 
 
Veo en el horizonte siluetas de mujer,
jironeando, comprando,
corriendo por la vía de la moda.
Hay un desfile de pelucas, bolsos, aros,
adornos, perfumes, cremas, carmín,
vestidos, baby dolls, brassiers.
Sobre la lejana línea azul de este mar
que se rompe a gritos en la playa,
visualizo féminas de elástica edad
que se transforman con tacto de alfarero,
para obtener victorias en la calle;
algunas sueñan con el tinte rubio,
con el corte hechicero,
y la magia de los rulos,
para lograr un renacimiento,
sin dejar de ser ellas.
 
Te preferiría flor mía en estado natural.
Pero te acepto con tu blonda cabellera,
tu nariz polveada, labios en brillo rosa,
tu estilo y vestidos de princesa.
No seré yo quien detenga tu libertad
para verte más angelical y femenina.
No seré yo quien claudique su confianza,
porque pasearemos tomados de la mano
y en cualquier espejo descubriré
la imagen de ambos
mirándonos con amor.


© All rights reserved, 2017.