domingo, 14 de febrero de 2021



CUARENTENA


Hoy somos de caminos cortos,
de ojos en alerta permanente,
de sonrisas que se dan sin ver respuesta.
Y de manos cohibidas.


Tapados nos miramos, también nos evitamos,
desaparecemos en la calle de accesos restringidos.
Una molécula con corona de espinas 
nos ha partido el mundo conocido,
la vida, el amor, la libertad mínima.
¡Qué curioso!. Ese mismo enemigo nos lleva
a mirarnos el anverso y el reverso,
a viajar por el microcosmos y encontrarnos,
a recorrer la historia de nuestra torcida conducta. 


Hoy, cuando tiemblan las palabras
y hasta los sentimientos se van con máscara, 
porque la muerte vigila a tiempo completo.
Es claro que el miedo se aleja del miedo.
Y que somos los escudos frente a otros escudos. 


«Resistir» es el santo y seña en el planeta. 
Positivos y negativos, todos romperemos
las espinas en la misión de sobrevivir.
 Estamos por la garganta del camino que resta,
ya vamos a salir por la boca de los refugios.   


Hoy, que la angustia nos agita la paz,
nos toca el cráneo, el pecho y la espalda, 
nos estruja el amor, el pasado y el destino,
hay que conocernos más los ojos
y respetar la salud del hermano humano,
para no estar tan distantes de todo mañana.




© FGM. All rights reserved, 2021.




 

RETORNO AL MOMENTO CERO *

(Cuento cercano del quinto tipo)

I

La energía se desplazó quince mil años luz y se materializó retomando la forma de una astronave que imponía el destello de sus anillos giratorios en la oscuridad galáctica. Cuando recibió la señal musical esperada, el cosmonauta amplió la imagen del mapa en la pantalla y vio la ubicación exacta de Cestox, su próxima parada; pronto lo tuvo enfrente y entonces, sin vacilar ni un instante, varió la velocidad para atravesar su atmósfera.
Su pensamiento guía era un mensaje en lámina de oro hallado por su padre en un artefacto que flotaba como materia inerte en el confín de la Galaxia Espiral M31: «Somos de la raza superhumana, del planeta Cestox. Seres del espacio infinito les ofrecemos nuestra amistad. Viajeros galácticos que acortan el tiempo y atraviesan los portales de los planetas, queremos conocerlos».
La silenciosa nave espacial se detuvo y quedó suspendida un momento a dos metros de la superficie, manteniendo la rotación mínima, luego se asentó. En el tablero de mandos un botón azul estaba encendido y seguían apareciendo datos del exterior en la pantalla. El cosmonauta tenía una idea cuasi clara de lo que había afuera antes de pulsar la tecla verde para abrir la puerta; enseguida, se fijó al suelo una escalerilla dorada y por ella bajó a paso firme y solemne.
El gonto usaba un tricolor casco ovoide, que hacía juego con un finísimo traje, a modo de segunda piel, de tonos azul, dorado y plateado, colores muy contrastantes respecto a los del paisaje desolado, seco y polvoriento de Cestox. A juzgar por el contorno de su cuerpo, parecía tener la figura de un ave.
«¿Dónde están los habitantes de Cestox? ¿Qué ha pasado aquí?», se preguntaba el visitante galáctico, mientras infinidad de nombres y cálculos numéricos cruzaban el cielo de su pensamiento. Tras la exploración mental que realizó en absoluta quietud, el gonto giró la cabeza 135° a la izquierda y pudo detectar un ser en movimiento a cinco kilómetros de allí; después, giró la cabeza 105° a la derecha y percibió la voz moribunda de otro ser, así como el sonido de un chorrillo de agua subterránea a ocho kilómetros.
Ávido de respuestas, el gonto guardó el casco, se adhirió al pecho una especie de escarcela, separó las piernas, abrió los brazos y empezó a volar por Cestox; observó suelos cuarteados, restos óseos por aquí y por allá, lomas y cerros carentes de vida verde: el panorama era tétrico. El primer habitante que avistó vagaba desnudo por una hoyada; este, al notar su presencia en el cielo huyó despavorido. El explorador galáctico descendió y caminando llegó a la boca de la cueva donde se escondía; intentó comunicarse telepáticamente, pero el cestoxiano no respondía. «No tiene idioma. ¿Qué le pasó a este superhumano?», se dijo.
Leyendo las imágenes en la mente del individuo oculto, supo que era sobreviviente de una explosión nuclear, razón por la cual había quedado sordo y totalmente limitado para entender algún sistema de símbolos; no podía pronunciar palabra, sólo emitía sonidos guturales. Conociendo la triste realidad del primitivo, se apartó de la cueva y alzó vuelo nuevamente.
En segundos estuvo con el superhumano moribundo. Era este un viejo de barba larga y blancuzca, los labios resecos, la piel arrugada y prieta por la sobreexposición al sol, los ojos avellana que se cerraban y abrían, como resistiéndose al último abrazo del cansancio; vestía una raída túnica púrpura y estaba recostado en posición fetal, sufriendo el abandono de las fuerzas y el dolor inmenso de tener que dejar el mundo así, solo.
Al ver claramente al gonto haciéndole sombra con la capa de sus brazos, el agonizante experimentó un gran susto inicial, después resignación y al mismo tiempo felicidad, porque sentía que estaba ya en el último trance donde, suponía, todo era bello y fantástico. El cuerpo de aquel ser desconocido, con el traje tricolor que permitía ver los pliegues membranosos colgando de sus extremidades, le pareció raro y extraordinario, pero no así el rostro, porque los rasgos faciales eran similares a los de cualquier superhumano.
El explorador le tocó la frente y mirándolo fijamente a los ojos comenzó a leerle la mente. El anciano se sintió un tanto aliviado de sus dolencias y sonrió brindándole sus recuerdos al gonto.
En la memoria del viejo el investigador galáctico vio imágenes de múltiples explosiones, de impresionantes metrópolis convertidas a escombros en un instante, de abundante humo negro y cuerpos mutilados, de la muerte masiva de las hembras superhumanas a causa de un arma biológica, de gigantescas olas del mar devorándose construcciones portentosas, de los suelos abriéndose hasta formar abismos, de gente desesperada corriendo en todas direcciones, de aves y otras especies animales migrando hacia un lejano horizonte, de lugares desérticos y la búsqueda del agua, de un grupo de privilegiados que vivían en refugios subterráneos fortificados hasta que se les acabó la comida y tuvieron que salir a sufrir como los demás, de luchas entre bandas de supervivientes por alimento y agua, todo ello espectado o vivido por un padre y su hijo. El gonto reconoció la importancia, sabiduría y pragmatismo del añoso aborigen de Cestox, por ello quiso saber más, así que emprendió un viaje mental al pasado profundo del superhumano; allí le agradó ver el disfrute de momentos felices en un mundo tranquilo, mas no las acciones de los líderes de las naciones que condujeron a los cestoxianos al borde de la extinción; entre tantos episodios conmovedores uno le llamó especialmente la atención:
-- ¿Padre Fares, por qué tenemos que estar siempre en guerra?. ¿Por qué tenemos que matarlos?-- preguntó contrariado el joven.
-- Porque son ellos o nosotros, hijo-- fue la fría respuesta del maduro líder.
El visitante del espacio exterior tuvo la sensación de familiaridad con los superhumanos que pudo ver en la memoria del moribundo, porque su modo de proceder era parecido al de los seres ancestrales --creativos y sensibles, pero ambiciosos, egoístas y proclives a la violencia-- de quienes le hablaba su padre, el gran viajero universal; siempre le decía: «En el macrocosmos perviven especímenes que progresan sin control, destruyen su hábitat y se destruyen a sí mismos, completan su ciclo de desarrollo hasta enfrentarse a su propia extinción y luego comienzan un nuevo ciclo. Hace como un millón de años, en alguna parte del universo, nuestros antepasados vivían así, pero hubo un ciclo en que un puñado de sobrevivientes integrado por sabios y justos logró atravesar un portal intergaláctico y llegó a Gont, nuestro hogar en la galaxia Andrómeda, donde se pudo forjar un modo de vida diferente».
De pronto el anciano Fares hizo contacto con la piel verde del gonto y poniendo sus ojos en los de él, con la respiración agónica dijo sus últimas palabras: «Hombre ave, busca a mi hijo Arrajin. Cestox se partió, el mar nos separó. Hombre ave, vuela, salva la vida...»

(...)


[*] Primera parte del cuento "Retorno al momento cero".
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viernes, 22 de enero de 2021




LAS REVISTAS : TRINCHERAS
DEL PERIODISMO CULTURAL

En el Perú el periodismo cultural está siendo desplazado de la prensa escrita diaria, de la televisión y también de la radio, donde priman el sensacionalismo, la desinformación, la crónica roja y los inflados sucesos de farándula; lo trivial se vende con la falsa etiqueta de importante y el público lamentablemente consume eso, casi con normalidad. Sin pasar por alto los suplementos Domingo, de La República, y El Dominical, de El Comercio, en los que encontramos buenos productos culturales, es evidente que en este mundo del entretenimiento cotidiano vía medios masivos, la cultura es subestimada y encasillada injustamente como un producto que «no vende» y que «no le gusta a la gente».
¿Hay espacio para la cultura?. En los medios masivos no. Pero sí en los pequeños medios como las revistas locales y regionales, y últimamente en algunos sitios selectos de internet (verbigracia La Mula y blogs confiables).
La red de internet es una herramienta revolucionaria y en proceso de adaptación social para ser mejor aprovechada. Hoy gana todas las carreras por las primicias noticiosas, pero en lo que a cultura se refiere tiene un panorama difuso, debido a que millones de usuarios producen información y de ellos poquísimos pueden considerarse fuentes confiables; el común de los lectores no tiene todavía plena conciencia de los filtros de calidad y, por prejuicios, afinidades o por el factor tiempo, puede dejarse llevar y elegir una información casi al azar, con lo cual podría pasar de contrabando la mala redacción, datos erróneos, pseudo literatura, análisis antojadizos, pseudo investigaciones, etc.
En el caso de las revistas culturales la situación es diferente, comenzando porque son producidas por equipos de intelectuales y profesionales interesados en elevar el nivel educativo del público lector. En ese sentido, toda revista cultural tiene un fin ambicioso: apuesta por el progreso, la reafirmación de la identidad, el fomento de los valores humanos, las artes, la literatura, la educación, la historia y la ciencia; va más allá de la difusión de actividades y manifestaciones culturales (presentación de un libro, exposiciones, obras de teatro, eventos musicales, etc.), brindando en sus páginas investigación, ensayos para la reflexión, ideas nuevas, descripción detallada, análisis e interpretación de las productos artísticos, conocimientos revolucionarios para que el hombre se ilustre y la sociedad mejore.
Difícil es mantener una revista en el tiempo, los activistas del periodismo cultural lo saben. Y permanecen con la pluma entintada para seguir escribiendo y trabajando heroicamente, a veces ad honorem, sin egoísmos, todo por el bienestar del colectivo. El trabajo cultural es asumido como una misión humana, un deber para preservar los legados generacionales.
Conozco de cerca dos revistas huanuqueñas que, pese a sus limitaciones de orden económico y de distribución, contienen en esencia parte de lo anotado líneas arriba. Estas trincheras del periodismo cultural son: La revista Puka Yaku, que se edita en el distrito La Unión, provincia Dos de Mayo, y la Revista Marañón, vocero cultural de la provincia Marañón, que se edita en Lima.

domingo, 17 de enero de 2021

 


TIEMPO DE SIEMBRA 


Ha llovido anoche, el suelo comienza a sonreír...

Intenso el vozarrón que repite la garganta 

y firme el brazo fiero del arador. 

Garbosos los macizos bueyes

que abren surcos jalando el fálico hierro. 


Caen las semillas de una noble mano

a las celdillas sagradas de la tierra fecunda. 

Es el momento cero del alimento de mañana.

Su origen a partir de la vida encapsulada.  


Están viajando más nubes desde el mar

para formar las vivificantes masas grises.

Los campesinos recuestan su fe en las rayas.

Y es dócil la Pachamama: Regresan 

sus maduros hijos para crecer y multiplicarse.  


Cielo, tierra y ser humano entran en equilibrio. 

El tiempo de siembra corre a campo abierto,

pintando del mismo tono las chacras.

El paisaje está en feliz movimiento. 


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jueves, 14 de enero de 2021


 CHICOS EXPLORADORES [*]

Cuento
En la pequeña habitación junto a la huerta, el reloj biológico despertó al ingeniero Galarzé. Medio dormido su hijo le escuchó decir, cerquita al oído, que estaba saliendo y volvería para el almuerzo; instantes después, el efímero ruido de la camioneta pick-up sacudió la tranquilidad de Mamahuaje en esa hora seis del sábado. Óliver miró hacia la carretera y entonces se puso a imitar el sonido del vehículo moviendo su carrito de piedra por el horno de media luna, en tanto Cazador y Pantera luego de un par de ladridos quedaron enhiestos viendo alejarse la nube de polvo.
Conforme se iban levantando, salieron a la claridad doña Primi, Eulogia y las niñas de Piso. Pronto escaparía humo de leños de huarango por la chimenea y los pasos humanos cruzarían el puente, llegarían al río, darían vuelta por los corrales y la huerta, se acercarían a los cuartos y entrarían nuevamente a la cocina. De alguna manera todos en la casa resultarían en breve conectados con las tareas matinales adicionales: preparar un fiambre y dos pequeñas cargas.
A media mañana, cuando el balido de las cabras ya no se escuchaba, salieron el hondillero Casimiro y su hermana Anita rumbo a Huagana; Grizel y René se quedaron paradas en el patio, como prolongando la despedida con la mirada, mientras que Christian y Juaneco decidieron acompañar un rato a los viajeritos, desapareciendo muy entretenidos por la curva de la carretera. El niño llevaba frutas y yucas en un costalito que cubría el ancho de su pequeña espalda y era sostenida con pretina de lana en la frente; la niña del sombrero grande llevaba limones y naranjas, lo que podía cargar, en su mantita de bayeta azul.

-- Y a qué hora llegarán arriba?-- preguntó el niño de Lima, cuando los hermanitos cruzaron la acequia y tomaron el camino de subida hacia su pueblo de la altura.
-- Vamo llegar como en tres horas -- respondió Casimiro, volviendo la mirada, pero sin detener su paso por la cuesta.
-- De aquí no veo los eucaliptos que se ven desde el puente-- advirtió Christian.

-- No pue-- asintió Juaneco--. En esta dirección nomás están, yo conozco Huagana-- agregó luego, apuntando con el dedo.
-- ¡Chao Cashi! ¡Chao Anita! ¡Chao!
-- ¡Chau!
Casimiro agitó el brazo, girando apenas la cabeza; Anita solo les mostró su carita alegre.
Christian levantó la visera de su gorra y se quedó quieto un momento, mirando el andar de los niños de Huagana; de pronto soltó una pregunta:
-- ¿Por qué se llama Limón por acá?
-- Es que arribita hay una chacra de puro limón-- le dijo Juaneco--. ¿Quiéres conocer?. ¡Vamos, te muestro!
El rostro de Christian se iluminó de entusiasmo con la idea de conocer Limón y de inmediato siguió al morenito del temple, quien ya avanzaba por el camino marcado en la ladera. Al llegar al terreno, Juaneco aligeró el paso y desapareció entre los limoneros, mientras Christian llenaba sus pulmones con el olor a limón y observaba con singular admiración las filas de arbolitos, donde los cítricos estaban creciendo como escondidos, protegidos por las hojas color verde mate.
-- Contemos cuántas plantas hay-- propuso Christian, confiado en que dominaba la tabla de multiplicación.
-- Yo ya loy contao con el dueño. Es don Santos, un gentecito de Huaychao-- respondió Juaneco.
-- ¿Cuántas son?
-- Veintisiete.
-- ¿Estás seguro?. Contemos-- dijo Christian, caminando un poco por la chacra--; hay seis por el frente y cuatro hacia atrás, son 24, más tres de esa esquina... si pues, son 27.
A Juaneco le asombró la forma rápida en que el blanquiñoso contó los limoneros y quería decir algo, pero antes que pronunciara palabra Christian comenzó a moverse hacia la única casita del lugar.
Curiosearon alrededor de la vivienda de tapial, notando que la puerta de palos estaba asegurada con una tira de cuero y que el viejo techo de paja tenía un hueco. En eso estaban cuando un conocido animalito color amarillo verdoso pasó por encima de la zapatilla Sin Fin de Christian, asustándolo; Juaneco se rió bulliciosamente, provocando también la risa de su amiguito.
-- Esa lagartija no hace nada, corre nomás-- aseguró el bronceadito--. Culebra si asusta, poray tarán, entre piedras y espinas paran.
Habiendo recorrido todo Limón, terminaron junto a un ramoso árbol de huarango, delante del cual manaba un hilito de agua subterránea. Allí se sombrearon y refrescaron, aunque la aventura seguiría.
-- Allasito hay otro ojo de agua, sale más que acá-- mencionó Juaneco--. ¿Quieres conocer? ¡Te llevo!
-- Ya pue, ¡vamos!-- contestó Christian, creyendo que estaba cerquita.

Sin más demora Juaneco tomó la delantera, dirigiéndose al camino por donde media hora antes habían pasado los hermanitos de Huagana. Christian avanzaba emocionado detrás de su guía, viendo al principio solo un largo muro de piedra que delimitaba la chacra de Limón, pero después la impresionante flora silvestre de la yunga fluvial, que iba apareciendo ante sus ojos a medida que ganaba altura; eso era más de lo que antes había visto en Mamahuaje.
A campo abierto, Juaneco se salió del camino para buscar paulunchos, unos frutos esféricos que eran la delicia en esa tierra de los cactáceos, pero ya alguien se los había cosechado; Christian se quedó con las ganas de conocer y probar el pauluncho, pero estaba fascinado al ver tantos gigantones, cactus con brazos nudosos y en forma de candelabro, patis, calalines y otras especies de plantas que no conocía. Había vida vegetal hasta sobre las piedras.
-- Esos cactitos blanquitos le dicen «llullu cactus», porque son como cactus bebé, con pelusitas. Crecen encima de piedra.

-- Dime Juaneco, ¿esa planta que tiene como pelusas en las puntas, cómo se llama?-- indagó Christian, señalando la fibra verde claro que resaltaba en los tallos columnares de un tipo de cactus. 
-- Se llama chuná o barbasco, por las barbas que tiene. Esa lanita se cosecha para almohada.

-- ¿Y este que parece un barrilito con espinas?-- volvió a preguntar el costeñito, poniéndose de cuclillas junto a un pequeño y hermoso ejemplar de melocactus, cuya corona lucía floración fucsia.
-- A ese le llaman siete sabios. Mamá dice que es medicina, para curar del daño.
Juaneco tenía todas las respuestas en la punta de la lengua y las brindaba al paso entre sonrisas; él era un príncipe feliz en ese reino natural. Christian se alegró de tener un amiguito que conociera los nombres y virtudes de todas esas plantas.
Jugaban a contar los gigantones, los calalines o los barbascos; buscaban con la vista las pocas achupallas blancas o corrían a los patis para encontrar algún caracol. Ambos demostraban agilidad mental, pero obviamente el niño del temple se desplazaba más rápido por el terreno, sobre todo por los caminitos de cabra por donde no lo seguía su acompañante.
Por momentos, con el sol aproximándose a la hora once en la cúpula celeste, Christian sentía que estaba en el desierto deTexas, caminando como un vaquero sediento, cuya heroica sobrevivencia bebiendo agua de cactus recordaba haber leído en un librito de aventuras del viejo oeste, de esos con los que se entretenían los carreteros en su día de descanso. Sudaba y la ropa le quemaba; no era para menos, la temperatura bordeaba los 30 °C.

Notando que el blanquiñoso se quitaba repetidas veces la gorrita con la letra «C» para abanicarse, Juaneco se puso en el camino que conocía y dijo:
-- Vamos al ojo de agua, ya no falta nada pa llegar.

Era cierto. En menos de diez minutos asomaron a una quebrada cubierta de árboles coposos y matorrales. Juaneco decía que el ojo de agua estaba allí; Christian no podía imaginar ni cómo era el mentadísimo lugar, pero estaba entusiasmado con la sola idea de conocerlo.
Tras atravesar un caminito casi invadido por la planta rastrera pachacasha (espina de suelo), estuvieron frente a un hermoso árbol de suyo, el más alto y frondoso de varios que allí había, y a paso ligero entraron a la sombra de la quebrada. Lo primero que vieron fue un arroyuelo de aguas cristalinas y luego los centenarios troncos de varios suyos, torcidos y cruzados.
Pasado el momento de la primera impresión, el agua los atrajo. Uno se quitó los llanques, el otro las zapatillas, volaron también los polos y acto seguido se remojaron medio cuerpo, en una lagunita que había construido con piedras Eulogia, hacía tiempo ya; Juaneco contaba riéndose que la moza, de cuando en cuando, desaparecía de la casa y se e iba hasta el ojo de agua para bañarse, porque no quería que nadie la viera.
-- ¿Y dónde está el ojo de agua?-- lanzó su inquietud guardada Christian.
-- Por aquí, ven. De allí sale el agua-- le dijo Juaneco, haciéndole ver, detrás de algunos palos cruzados de suyo, el origen del arroyuelo y el punto exacto donde borboteaba el agua.
Christian se sentía satisfecho. Había sido fabuloso atravesar los terrenos del temple, bajo el sol inclemente, con la boca seca y llegar finalmente al fantástico lugar donde nace el agua. En esa parte del desierto de Mamahuaje el agua manaba del subsuelo, bañando dos gruesas raíces del principal árbol de suyo y allí mismo se originaba el arroyuelo.
-- Acá llegan a tomar agua toda clase de animales-- contó el morenito--. Las huertas que están cerca se riegan con esta agua.
-- Así, no-- dijo un tanto asombrado el de la tez clara--. ¡Ah!, es bien importante.
Una vez que se sintieron descansados y totalmente frescos, los chiquillos coincidieron en que ya era hora de volver a casa, aunque lo harían por una ruta diferente.
Juaneco propuso cruzar la quebrada y enrumbar por un sendero que decía conocer muy bien, asegurándole a su compañerito que saldrían pronto a la carretera; en realidad atravesaron una pampa de cactus y tomaron caminitos de cabra, faldeando y zigzagueando cuesta abajo por unas lomadas. Christian avanzaba lento por la bajada, no así el intrépido párvulo del temple, porque estaba acostumbrado a caminar por esos terrenos secos y escarpados. Así, seguidor y guía llegaron victoriosos a la carretera por la zona de Salinas.
-- Mira, esta es la piedra sal-- dijo Juaneco, tocando una roca blanquecina picada en varias partes por la mano del hombre.
-- ¡Sal de piedra! ¡Como de la mina de sal!-- exclamó Christian, recordando a don Moshe, quien les había contado de las minas de «oro blanco» en la montaña.
Carretera abajo ya rumbo al puente, Juaneco mostró al costeñito la piedra - cajón, una rareza natural que semeja un féretro de tapa plana. Aunque estaba apenas a dos metros de la vía, muchos caminantes ni se daban cuenta de su presencia y alguno que otro la veía solo como un bloque rectangular de piedra.
-- Aquí se echa Eulogia siempre que viene-- refirió Juaneco, recostándose en la piedra de cara al firmamento, cubriéndose del sol con la mano.
-- A ver, yo también me echaré-- pidió turno Christian. Se echó muy contento boca arriba, de costado, boca abajo, encogido, estirado, con los brazos abiertos o cruzados; con tantos acomodos hizo reír a su acompañante.
El río Huacrachuco fluía aparentemente tranquilo, curveando más pegado a la otra banda; los niños caminaban mirando por momentos la playa pedregosa. Hasta que llegaron a Carrizales, un humedal poblado de carrizos que al construirse la carretera había quedado dividido en dos; por ambos lados los carrizos altos y cortos, inclinados, erectos y curvos se movían suavemente brindando aire fresco.
Juaneco iba adelante tocando las ramas de los carrizos que sobresalían de la ribera. Por el otro lado, junto a la acequia, venía Christian con la vista más inquieta: miraba los carrizos por izquierda y derecha, las sombras y el agua que caía hacia el canal, pasando entre los carrizos enraizados en la pared de la carretera.
De súbito el niño de la gorrita marrón descubrió la imagen de la Virgen María en una ventanita perfecta, labrada en la cara lateral plana de una piedra gigante; tal fue su asombro que solo atinó a persignarse y mirarla con humildad.
La imagen religiosa estaba situada a más de dos metros de altura, inalcanzable; era una pequeña estatua de yeso finamente acabada: la mirada bondadosa, la piel lozana, la túnica interior blanca y el ropaje externo color celeste cielo.

¿Era real o una ilusión óptica la virgencita?. Un misterio total. Lo único innegable, demasiado real, es que la ventanita vacía la podía ver cualquiera.
Sintiendo la necesidad de compartir su insólito hallazgo, Christian alcanzó agitado a Juaneco para contarle lo que había visto y entonces retrocedieron emocionados.
-- ¡Oh, es cierto!-- exclamó Juaneco al verla, haciendo la señal de la cruz igual que Christian.
Permanecieron varios minutos contemplando en silencio a la virgencita, con las manitos juntas a la altura del pecho. Luego se persignaron y prosiguieron la marcha, hablando en voz baja, como muestra de respeto por el sitio sagrado.

-- Hemos tenido suerte de ver a la virgencita. Mi mamá dice que cualquiera no la puede ver. Y que no hay que andar contando -- comentó Juaneco.
-- Tenemos un secreto entonces -- expresó de manera solemne Christian.
-- Así es, un secreto que no contaré-- aseguró Juaneco. Dicho esto sellaron el pacto con un apretón de manos.
Mas abajo, cerca a la Cruz de pati, los chicos exploradores avistaron al pisino don Porfirio, el yesero, trabajando en la orilla opuesta del sinuoso Huacrachuco. Allá estaba, cerca de su chocita de palos y ramas, entregado en solitario a la dura jornada; lo vieron con la ropa y la cabeza blanqueada, apilando costales de yeso; de un momento a otro una cortina de polvo blanco cubrió su pequeño campamento, significaba que se había puesto nuevamente a moler el mineral.
-- ¿Ese señor vive ahí?-- quiso saber Christian.
-- Pasa días por acá y se va; hace varias vueltas con burro llevando yeso. Tiene su casa pasando el puente-- le informó Juaneco.
Así estaban conversando cuando comenzaron a escuchar el sonido del tractor oruga, al parecer pasando ya la Cueva de los loros. Juaneco pensó en el almuerzo que su madre tendría listo para los carreteros; Christian imaginó la sorpresa que se llevaría su padre al encontrarlo por allí, pero no se preocupó porque le diría la verdad: que estaba paseando y conociendo sitios con su amigo. Siguieron caminando, volteando de rato en rato para ver la máquina color ocre.
El ruidoso Caterpillar se acercaba lentamente, señoreándose por el centro de la carretera con el lampón a media altura. Detrás venían a pie y libres de carga los trabajadores de casco amarillo, naranja y azul. Y a lo lejos recién aparecía la Toyota blanca del ingeniero Galarzé, supervisor de obras del Ministerio de Transportes.
A la altura de la curva de Limón fueron alcanzados los chiquillos. El grueso tractorista y los demás carreteros se alegraron al verlos, pues les tenían especial cariño. Minutos más tarde el padre de Christian tocaba el claxon de su vehículo anunciando que iba a voltear hacia Limón; en segundos la familia de la carretera estuvo reunida y completa para llegar juntos a la casa de doña Primitiva.

(...)


[*] Continuación del cuento "Los chivitos hambrientos y don Moshe"









viernes, 11 de septiembre de 2020


 TORO DE CARNAVAL  -  HUACRACHUCO


En muchas partes del Perú el carnaval es una fiesta donde no faltan
 el agua, la harina, la pintura, los disfraces, las umshas, los concursos 
y un rey Momo o personaje principal. En Huacrachuco, sierra de Huánuco, 
la celebración es similar, con la diferencia que presenta un atractivo 
sumamente singular: el tradicional toro artesanal.

La presencia de este chúcaro y bailarín personaje es tan importante que sin él la fiesta sería  incompleta. El vistoso torito desarrolla la danza continua del Turu Pukllay (juego del toro), escuchando el llamado de un silbador y al ritmo de las flautas y cajas, entusiasmando a la gente a su paso. Lo que se vive en ese ambiente festivo del carnaval es mágico, solo posible con la intervención de algo que es único en el Perú, porque en ninguna otra parte se arman toros de este tipo.  


Su confección es sencilla. El cuerpo del toro lo forma una estructura triangular de palos y carrizos, revestida con tela blanca la mayor parte, el lomo con paño rojo, negro o verde nilo, y franjas laterales de color alternativo simulando las manchas. Atrás se cuelga un rabo de color dorado y en la parte frontal se coloca una cabeza con genuinos cuernos de toro; se le dibujan grandes ojos y se le da fino acabado a la trompa, de modo que pueda colocársele allí un poquito de hierba. Un cojinete de bayeta y paño sirve al cargador para levantar con la cabeza la estructura y darle vida al toro del carnaval [1].


Aparece por las lomas o baja de algún cerro, curioso, inquieto e indómito. Poco a poco, el toro artesanal es rodeado con cuidado, en tanto los chirocos comienzan a tocar las cajas, solo las cajas, espaciadamente: tum, tum ... tum, tum... Una dama le ofrece sal al toro, acercándose y alejándose, invitándolo a seguirla; con el deseo de lamer la sal el chúcaro la sigue. En esos momentos entra en acción un jovencito silbador provisto de un banderín blanco quien lo llama desde el camino, luego se le acerca y vuelve a silbarle corriendo hacia adelante, señalándole la ruta a seguir; el silbido largo u ondulante, indica al toro si tiene que bajar, subir o faldear. Cuando el toro está menos bravo, comienza realmente la música del carnaval, con los chirocos tocando sincronizadamente las cajas y las flautas llanas; es entonces que la gente acompañante se pone a bailar y el toro entra también en ritmo. Vuelve luego a escena la dama de la sal, llamada también la cantora o capitana, una mujer que entona melodías en quechua y secunda al silbador guiando al toro; por momentos se adelanta o se pone al costado, lo ataja impidiendo que vaya a hacer daño al maizal, a manera de engaño coge al vuelo unas hojas y se las ofrece para que el astado siga su marcha festiva.

El toro es la atracción principal del carnaval en los diferentes pueblos huacrachuquinos. Los vecinos lo siguen muy alegres, le ponen ramas, palos y tablas para que cruce las acequias y riachuelos; el toro hace reverencias, juguetea, piruetea, visita todas las viviendas, invita a bailar a toda la población, es el alma de la fiesta. Está presente cuando se trae el palo para la yunsa y se mantiene bailando cuando el árbol cargado de frutas y regalos cae. 

Un acontecimiento sin igual es el concurso de los toros en Huacrachuco, ciudad capital de la provincia de Marañón, donde se escenifica el típico carnaval con la yunsa y el original Turu Pukllay. Los vistosos toros en divertida competencia hacen su presentación con los chirocos, un personaje singular llamado "el viejo", el silbador, la capitana, el grupo de danza y el resto de su séquito en el estadio Mayobamba. Todos los pueblos participantes reciben regalos y  siempre hay un premio gordo para el mejor grupo.



EL CARNAVAL Y LA COSMOVISIÓN ANDINA


En general el carnaval andino es una fiesta en la que participa jubiloso todo el pueblo. Quien tumba la yunsa o umsha se lleva de regalo el "warco", un lote de variados productos de la tierra, asumiendo el compromiso de devolver al siguiente año una unidad más de cada fruto recibido y también el árbol cargado de regalos; esto simboliza la abundancia y la prosperidad que se irradia al entorno.

La celebración del carnaval trae consigo diversión, juegos, desorden, música, baile y emoción desbordante, pero es también una festividad de agradecimiento a la madre tierra por la buena cosecha y un compromiso de todos con el trabajo en el campo, para que el siguiente año la producción sea mejor. Contiene mucha carga simbólica, refleja la cosmovisión andina; así por ejemplo, la umsha o el árbol que se planta, adornado con serpentinas de diversos colores, espejos, cadenetas, y cargadito de toda clase de obsequios, simboliza la fe en tener el suelo fértil con las lluvias, asimismo una buena cosecha y la disposición para compartirla con la familia y amigos.

El toro de carnaval, la umsha y la gente que danza en la fiesta representan en conjunto la productividad (siembra, cosecha, ganadería, agricultura, actividad económica), la fertilidad (el árbol que se hunde en el suelo penetrando a la pachamama), la unión (la ronda), la sencillez y sana diversión (los trabajos en el campo se realizan en armonía y alegría), la complicidad en las tareas (los juegos inocentes), la unidad y complemento entre el ser humano, los animales, las plantas y la naturaleza entera.

Es pues una costumbre neta de Huacrachuco - Marañón. La tradición se renueva año tras año en los pueblos de Gochachilca, Shagapay, Nuevo Chavín, Cajapatay, Huachumay, Cruzpampa y otros.







[1] Artículo "Turu Pukllay de Huacrachuco", El Quinto Jinete, 25/01/2014,  https://el-goico.blogspot.com/search?q=turu+pukllay

Filmación: Herminio Payajo Sifuentes 

sábado, 5 de septiembre de 2020

MOLLY EN EL BRASERO

Cuento breve

Los insultos de un solo lado cortaron bruscamente la alegría de la reunión y se opacaron todos los asistentes. Molly trató de defender sus cosas, se abalanzó sobre el agresor casi llorando, pero una cachetada furibunda terminó con ella en el piso.

—Sí. La chu... me ha dolido para tener todo lo que tengo— reaccionó ella, armándose de un coraje que pocos le conocían.

Hombres y mujeres se quedaron estupefactos y al instante todos dirigieron una mirada de condena al visitante, quien cruzó raudamente el cuadrado de la casa hacia la calle. Luego volvieron a mirar a la madre soltera, pero no encontraron sus ojos ni su rostro; había desaparecido detrás de sus manos.

— Es un salvaje, destruyó todos los artefactos; ese vago que la dejó sola tantos meses con su niño, no tiene derecho a exigir moralidad ni decencia. El estúpido se siente burlado, cuando jamás le dio un centavo para que coma su hijo. Descubriéndola ante todos sólo demuestra lo poco hombre que es— fue el sesudo comentario de Alonso Fajardo, el recién graduado en La Católica, para quien ella seguiría siendo la señora Molly, la que siempre lo animó y apoyó con sus préstamos para acabar su tesis.

— Mejor nos vamos — le sugirió su enamorada. La pobre necesita estar más sola que nunca.

Alonso miró a Molly con profunda pena y salió lentamente, moviendo la cabeza de un lado al otro, apretando los dientes de impotencia.

— Sabía que esta era una puta. Siempre con buenos vestidos, zapatos de charol, dándosela de gran dama, con negocio propio. No es más que una zorra barata como le dijo su ex — susurró Sandra, la pindonga más asediada del vecindario, acercándose lo más posible al oído de doña Inés.

— No hables así— contestó la sexagenaria, con voz calmada pero ácida—. ¡ Tú no sabes por qué esta mujer eligió ese camino!.

Unos opinaron; otros, confundidos por sus propios pensamientos, sólo callaron. Salieron mudos de la casa donde minutos antes festejaban despreocupados. Atrás quedaban varios electrodomésticos destrozados, un equipo de sonido silenciado a la fuerza y una mujer con su pena.

Sólo una voz se impuso a espaldas de tantos cuerpos que huían por la oscura calle:

—Yo me quedo con Molly, porque soy su amiga...