sábado, 25 de enero de 2014

TURU PUKLLAY DE HUACRACHUCO


En algunos pueblos andinos de las provincias Marañón y Huacaybamba, en Huánuco, se acostumbra celebrar el carnaval con un singular Turu Pukllay (Juego del Toro). Se trata de un toro artificial que, diestramente conducido por un fornido lugareño, baila, reverencia, corre tratando de cornear a cualquiera que se encuentre delante, levanta polvo y hasta «toma chicha de jora»; con su séquito de hombres del campo visita diversas casas y no deja de mostrar su gracia y bravura en los caminos; y , por supuesto, es infaltable en el divertido espectáculo del «palo cilulo», «yunsa» o «umsha».
 
Su confección es sencilla. El cuerpo del toro lo forma una estructura triangular de palos y carrizos, revestida con tela blanca la mayor parte, el lomo con paño rojo, negro o verde nilo, y franjas laterales de color alternativo simulando las manchas. Atrás se cuelga un rabo de color dorado y en la parte frontal se coloca una cabeza artesanal con genuinos cuernos de toro. Un cojinete de bayeta y paño sirve al cargador para levantar con la cabeza esta estructura y darle vida al toro del carnaval.
 
Sin duda este Turu Pukllay huanuqueño es resultado del mestizaje cultural:
 
En primer lugar, está asociado a la corrida de toros que se expandió a los pueblos del interior del país desde la época colonial [1], para dar realce a las celebraciones religiosas u otros acontecimientos importantes; en el proceso de fusión de lo español con lo indígena surgió, hacia fines del siglo XVIII, la parodia de la corrida de toros, cuyas manifestaciones son por ejemplo las danzas costumbristas Torollay Pukllay [2] de la provincia de Sihuas (Ancash) y Los Rucus [3] del distrito de Llata (Huamalíes, Huánuco).
 
En segundo lugar, tiene estrecha relación con el carnaval, celebración impuesta por los españoles [4] para contrarrestar la costumbre ancestral de los aborígenes de realizar ceremonias rituales en agradecimiento a los Apus y a la Pachamama, sus dioses tutelares, por el tiempo de lluvias. Durante el proceso de integración o asimilación de la fiesta de carnaval como nueva costumbre se produce una ambivalencia cultural con el predominio de los elementos andinos [5]; asimismo, se da el fenómeno de compenetración cultural, donde el toro español (símbolo de fiesta, religiosidad y poder) se convierte en el vaso comunicante con el mundo andino, en el que ese mismo toro representa a la ganadería y la fertilidad (es muy útil para arar).
 
Mientras el carnaval cristiano se percibe lejano del sentido religioso (la cuaresma) y se caracteriza notablemente por los disfraces y juegos, para la población andina es más que mera diversión, porque se halla enriquecido con elementos ancestrales: rituales de agradecimiento a los dioses tutelares por las lluvias en el mes de febrero, y la «umsha» que simboliza la fertilidad y productividad de la madre tierra (Pachamama).
 
Por añadidura, caló hondo la peculiaridad del carnaval de crear «un mundo al revés» o, lo que es lo mismo, dar rienda suelta al ingenio popular para satirizar y críticar a las autoridades e instituciones [6].

 Así, el Turu Pukllay resultó siendo al principio una forma de burlarse de la corrida de toros impuesta por los europeos, para convertirse poco después en una alegre recreación que tiene enorme significado e importancia para el hombre andino.

En Apurímac, el juego del toro toma el nombre de Yawar Fiesta (fiesta de la sangre), una expresión cultural que refleja el choque de dos mundos, la confrontación entre lo español ( el toro) con lo andino (el cóndor). Asimismo, se considera que nace del descontento de los indios ante los abusos de los gamonales o patrones , quienes impusieron un sistema de explotación que duró desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la Reforma Agraria. En este contexto, el Yawar Fiesta que se celebra en el sur para las fiestas patrias plantea una pelea cruel: el ave sagrada de los indios es amarrada sobre el poderoso toro español-- integrado también a la cosmovisión andina, asumiendo un rol análogo al Amaru o serpiente (dios de a fecundidad y del agua), mediante leyendas del toro que vive o está encantado en las lagunas y puquiales-- y en la lucha por liberarse ambos se lastiman, aunque es el toro el que más sufre porque los picotazos del cóndor hacen sangrar su cuerpo; finalmente el cóndor es liberado y el destino del toro es la muerte, lo que simbólicamente significa que el indio vence al opresor.

Particularmente, en Huacrachuco (Marañón, Huánuco), se realiza la corrida de toros para la fiesta patronal de Santa Rosa, en el mes de agosto. Y la parodia de la corrida o Turu Pukllay para el carnaval, en el mes de febrero, con el ya clásico toro confeccionado artesanalmente.
  

De acuerdo con lo señalado, el Turu Pukllay huanuqueño se puede interpretar como una representación burlesca de la corrida de toros normal y a la vez una manifestación formidable del ingenio creativo del hombre andino. El toro artificial impone en las fiestas de carnaval la mixtura de su simbología; luce su porte brioso y colores heredados, emociona y divierte a los huacrachuquinos desde hace por lo menos un siglo.

Por versiones orales, transmitidas de generación en generación, se sabe que antiguamente los toros no eran tan livianos como los hacen ahora, razón por la cual sólo podían cargarlos los hombres más fuertes. Con la instauración de los concursos y desfiles en los carnavales, ordenada en el segundo gobierno de Augusto B. Leguía, el Turu Pukllay cobró nuevo impulso. Llegó un momento en que se fabricaba toros en casi todos los pueblos de Huacrachuco. Para el día domingo de carnaval los toros de Asay, Yamos, Tucupún (San Fernando), Gochachilca, Shagapay (San Cristóbal), Chocobamba, Quillabamba, Huaychao, Tranca entre otros, se dirigían a la capital provincial acompañados cada cual por su grupo de gente bailando, al ritmo de las cajas y flautas llanas. No faltaba la chicha de jora en las casas y desbordaba la alegría. Los toros competían mostrando su destreza en los movimientos de graciosa embestida contra los lugareños, la forma de bailar y su estilo de reverenciar. El mejor era premiado.

En la actualidad, algunos pueblos de Huacrachuco mantienen la costumbre de armar su toro y celebrar a lo grande la fiesta del carnaval. Bien por ellos, porque año tras año se nutren del riquísimo legado cultural que los hace mirar el futuro con optimismo.








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[1] «A partir de los inicios de la fiesta taurina que posiblemente se dieron en el último tercio del siglo XVII hasta la actualidad, se ha logrado identificar tres etapas, la primera denominada, festejos taurinos del periodo colonial, la segunda, de expansión y consolidación del poder terrateniente y la tercera etapa denominada de mixtura y compenetración con el mundo indígena» (Toro Puqllay Escenario de Diálogo Intercultural, 2011, Tesis del antropólogo Luis Ernesto Murguía Sánchez).

[2] «los danzarines representan todo un proceso, desde el momento que se reúne a los bravos toros en la altas Punas, terreno que pertenece a Mama Nieves, antes de llegar los toros al pueblo uno de los arrieros va adelante reventando cohetes, advirtiendo la llegada de los toros, así la gente se pueda cobijar en sus moradas» [...] «Los que se encargan de jugar con el toro son valientes campesinos que premunidos con sus ponchos o simplemente con su cuerpo esquivan al animal, teniendo como único objetivo apoderarse de los moños y enjalmas para llevarse como una presea, muchos son heridos y otros muertos en intento» (ronald-danzasperuanas.blogspot.com/2012/.../ancash-torollay-puqllay).

[3] «El personaje "toro", lo asume un danzarín, tiene la cabeza y el pecho cubierto con un pañolón bordado con hilos multicolores y motivos zoológicos (aves) y florísticos. En la mano en alto lleva la figura de un toro confeccionado de paño, lleva cuernos verdaderos, está adornado con un cintillo rojo» [...] «Se afirma que la danza tiene raíces republicanas y resulta de un hecho histórico de trascendencia en la vida política ligada al levantamiento independentista, emprendido por la precursora Juana Moreno, en el año de 1777» (Toro Puqllay Escenario de Diálogo Intercultural, 2011, Tesis del antropólogo Luis Ernesto Murguía Sánchez).

[4] «En los Andes la celebración fue impuesta en el siglo XVI por los conquistadores europeos y los misioneros católicos. En todos los territorios cordilleranos, los carnavales (como fiesta cristiana) intentaron aplastar ceremonias y creencias (p.e. el Pawcar Raymi del actual Ecuador), un objetivo que no lograron: a la postre, la festividad europea terminó sirviendo de «tapadera» o fundiéndose con las locales, y adquirió unas características particulares que la vuelven única e inconfundible» ( Artículo: Introducción a la Música de los Carnavales Andinos. Edgardo Civallero, revista digital Tierra de Vientos N° 11, Julio - Agosto 2012).

[5] «Esta festividad tiene connotaciones muy diferentes a las que los españoles trajeron al espacio andino, pues el Carnaval para los indígenas de los Andes es una fiesta profundamente ritual propiciatoria de la reproducción, tanto en el campo de la agricultura en la chacra, como en la crianza de sus animales en los corrales y en las interrelaciones entre solteros y solteras, por lo que la permisividad sexual en estas celebraciones es mayor; incluso es una fecha propicia para iniciar los "servinakuy" o matrimonios de prueba» (Artículo: La fiesta de Carnaval en los Andes, suntuosidad y sexualidad para propiciar fertilidad. Guillermo Llerena Cano, 2011, Blog Compilatio de Conceptione http://guillermollerena.wordpress.com).

[6] «La fiesta del carnaval, que es de origen europeo, tiene otro proceso. Es un momento en el que se manifiesta la crítica a las instituciones, es el momento de libertad para desnudar la hipocresía de la sociedad» (Artículo: El Carnaval en los Andes, espacio de vida y muerte. David Mendoza. La Paz - La Razón, 23/02/2003. www.bolivia.com/noticias/AutoNoticias/DetalleNoticia11851.asp).


     *** FOTOS: Gochachilca Lima, facebook

domingo, 19 de enero de 2014

CARNAVAL DE CAJAMARCA


 
Días antes del miércoles de ceniza, en diferentes pueblos peruanos comienza el carnaval. La forma de celebrar difiere pero el sentir es el mismo. En todas partes el carnaval trae colorido, alegría y desenfreno, pero es en Cajamarca donde la festividad adquiere brillo sin igual, porque tiene matices culturales que mantienen la algarabía general de principio a fin: singulares coplas, patrullas y comparsas, la umsha o yunsa, el juego con agua, harina y pintura, todo ello con la anuencia de su anfitrión el Ño Carnavalón.
 
«Arriba caballo blanco, cilulo.
Sácame de este arenal, huaylulo [bis]
Porque tengo un desafío, cilulo
el martes de carnaval, huaylulo [bis]
A la una, a las dos y a las tres un machetazo,
umsha, umshita hoy te tumbarán
el año que viene te colocarán [bis]»
 
Un acontecimiento extraordinario es anunciado por pregoneros, altoparlantes y radioemisoras: la llegada del Ño Carnavalón o Rey Momo, el mítico líder de una multitud que enfervorizada se entrega a la diversión y la sátira festiva durante el carnaval de Cajamarca, el más vistoso y concurrido del Perú.
 
Aparece por Grifos «El Che» moviendo los brazos y mostrando una enorme sonrisa. Está parado en un carro adornado con serpentinas, globos y cintas de colores. Nunca está solo, los jóvenes suben al vehículo, hacen fiesta a su alrededor, las chicas bailan con él, lo besan y le cuelgan serpentinas. Él no se niega a nada, le pone su risa a todo; y es que el Ño Carnavalón es un muñeco relleno, vestido con traje estrafalario y que lleva una gran cabeza de yeso.
 
Mientras el carro avanza, grupos de jóvenes se encargan de fomentar el alegre desorden en las calles y plazuelas; como el Rey de la Alegría anda suelto, hacen lo que les viene en gana, unos corren con baldes de pintura dándole un brochazo a las paredes, otros tocan las puertas, mojan con chisguetes o globos, arrojan polvillos de colores, abrazan, saltan, bailan. Es sólo el principio de la fiesta, donde todo o casi todo está permitido.
 
Las coplas de versos pícaros y canciones como «Gavilancito», «Carolina» y «Matarina» toman por asalto las calles, con el acompañamiento musical de guitarras, acordeones, violines y cajas. La diversión y la burla contagia a todos los pobladores, inyectándoles una motivación especial para exteriorizar sus alegrías y, quien sabe, realizar locuras o las acciones más insospechadas.

«Gavilancito, gavilán,
caza tu polla haragán [bis]
Llévala al monte gavilán,
deja las plumas haragán.
Chau, chau, gavilán,
caza tu polla haragán [bis]
Guapi, guapi, gavilán,
caza tu polla haragán [bis]»
 
En medio del desenfreno colectivo, el carro del Ño Carnavalón atraviesa la calle Amalia Puga e ingresa a la Plaza de Armas, donde se confirma su matrimonio anual con Doña Carnavalona. Luego, los recién casados son escoltados hacia el barrio de Chontapaccha para tener allí su noche de bodas. Así, con este loquerío del sábado, comienza oficialmente el carnaval.
 
BAILE, MAGIA Y COLOR
 
Al día siguiente salen las Patrullas y Comparsas, integradas por entusiastas jóvenes de los barrios de San Sebastián (los valientes), San Pedro (los más unidos), Cumbemayo, La Merced, San José, Dos de Mayo y Pueblo Nuevo. Apadrinados por el Clon, un pintoresco personaje que lleva un gran sombrero puntiagudo, las agrupaciones desfilan frente a un jurado calificador.
 
El derroche de expresiones folklóricas es impresionante. Es un festival de música, danza y color. Las manifestaciones artísticas en las vestimentas, máscaras y coreografías evidencian un esfuerzo creativo de largo aliento en todos los sectores de la ciudad.
 
Se aprecian disfraces insólitos: extraterrestres, gladiadores, dioses del Olimpo, viejos con enormes sombreros, seres alados, héroes de teleseries animadas, abejas, simios, árabes, personajes de la farándula, políticos, etc. Los participantes llevan grotescas cabezas o caretas, parodian movimientos y se entregan totalmente al ambiente festivo, olvidando el temor al ridículo, los rencores y las frustraciones del mundo real. Y es que en el carnaval se crea un mundo mágico donde los cajamarquinos y sus ilustres visitantes gozan de libertad para alcanzar la felicidad, sin importar las jerarquías sociales ni cualquier otra diferencia.
 
El lunes, día principal, se realiza el Gran Corso de Carnaval. Los carros alegóricos que representan a los barrios e instituciones muestran decorados variopintos y sensacionales creaciones artísticas, pudiendo ser: un castillo medieval, el Inca en su trono, ciclópeos cisnes, estampas costumbristas, paisajes, etc. Cada barrio participa con su propia banda, reina de belleza, patrullas y comparsas.
 
El espectacular desfile recorre las principales calles y la Plaza de Armas, siendo apreciado por cientos de espectadores. De los balcones arrojan papel picado, serpentinas, pétalos de flores; abajo, siempre hay espacio para cantar, bailar y jugar. El bullicio de la fiesta popular llega a todos los rincones de la ciudad, la alegría se desborda. Por todas partes están los chisguetes y globos con agua, los polvillos de color, las harinas, el betún.
 
DIVERSIÓN ENTRE COPLAS Y CONTRAPUNTOS
 
Los varones mojan a las mujeres con jeringas de carrizo o latón, chisguetes, globos o las famosas «tripas de agua» que se compra en las tiendas (globo largo que al ser llenado puede alcanzar la longitud de un metro y medio). Ellas corren graciosamente, pero a la par tienen harina y anilina para replicar en singular ataque a los pícaros juguetones.
 
Desaparecen los problemas y tensiones, es tiempo de festejar y sonreirle a la vida.Visitantes y pobladores de la zona se juntan, forman grupos de amigos, se les ve con huellas de pintura o salpicados con talco perfumado, llevan collares de serpentinas; luego, un tanto mareados, pasean con violín, guitarra, acordeón y caja, entonando graciosas coplas.
 
«Dónde está ese calzón blanco
que te compré en Lima,
conmigo lo has estrenado
con otro le diste fin»
 
«Qué bien te sienta ese poncho
no recuerdas lo que has sido,
con tu pantalón parchado,
calzoncillo no has tenido»
 
En las casas no falta la chicha de jora, el aguardiente, la cerveza y la chicha de maní (se sirve a los niños). Se escuchan las coplas de Guillermo Salazar y Anita Peña, los graciosos contrapuntos entre Gregorio Mendoza y Florencia Urbina, así como las canciones festivas de «Los Reales de Cajamarca» y del Indio Mayta. Los anfitriones sirven cabrito con yucas, picante de cuy, chicharrón con mote, la tradicional «fritanga» (vísceras y tripas de chancho fritas), el chupe verde, el puchero, el caldo de cabeza de cordero en las mañanas o quesillo con miel en las tardes.
 
EL CORTAMONTE
 
Después del corso, en las calles de cada barrio y en los patios de algunas casas se planta el «palo cilulo», «umsha» o «yunsa». Es un árbol de capulí (prohibido), aliso o eucalipto, elegido por su ramaje frondoso, donde se cuelgan frutas, regalos, globos, serpentinas. Alrededor de este bailan los asistentes tomados de las manos, al ritmo de canciones festivas.
 
«Me gustan los granos de oro, cilulo,
dulces, tiernos de maíz, cilulo [bis]
Mi más preciado tesoro, cilulo,
para una vida feliz, cilulo [bis]
Agua fina en la piernita, cilulo,
es puro canto de cuna, cilulo,
canto de lluvia bendita, cilulo,
alegría en la laguna, cilulo.
A la una, a las dos y a las tres un machetazo [bis]
Umsha, umshita hoy te tumbarán,
el año que viene te colocarán [bis]»

 «Gavilancito, gavilán,
goza que goza haragán,
en esta tarde de carnaval [bis]
Vamos, vamos, a bailar
vamos, vamos, a cantar,
goza que goza haragán,
esa umshita vamos a tumbar [bis]»
 
A la costumbre de tumbar el «palo cilulo» se le llama cortamonte. En la ronda cunde el entusiasmo; en parejas se van turnando para darle con el machete o hacha tres veces uno, tres veces otro, y así sucesivamente hasta que caiga el árbol con los ansiados regalos. Aquel suertudo que lo tumba plantará la «umsha» el próximo año, en el mismo lugar.

VELORIO Y TESTAMENTO DEL ÑO CARNAVALÓN

Después de las carcajadas y bromas pesaditas que muchos se atrevieron a gastar, inexorablemente ocurrirá el mayor suceso del martes de carnaval: la muerte del Ño Carnavalón. La penosa noticia de su deceso corre como reguero de pólvora por toda Cajamarca. El diagnóstico del médico es «paro cardiaco por sobredosis de chicha de jora».

Lo trasladan desde Chontapaccha en un ataúd semidescubierto. En el pasaje San Martín, barrio Santa Apolonia, lo velan con « profunda tristeza» los amigos y sus siete viudas (hombres disfrazados, maquillados, con senos postizos y traje de color negro, verde o fucsia).

Como en ningún otro velorio, muchos de los asistentes acuden disfrazados o sencillamente con antifaces. Allí reparten bocadillos y dan café a los que se hallan más próximos al féretro del difunto. Los acompañantes beben aguardiente o chicha de jora y fuman cigarrillos sin filtro . Después, faltando poco para el amanecer, se les sirve calientito un apetitoso caldo de cabeza de carnero con mote.

El miércoles de ceniza el féretro es llevado al balneario turístico de Baños del Inca, donde se da lectura al esperado testamento. Momo deja a su esposa principal ( la de negro) el 70% de sus bienes, recomendándole que ayude a los pobres y done parte del dinero para las obras púiblicas; a las autoridades les aconseja sarcásticamente que se rebajen el sueldo; a los visitantes les pide que «vuelvan a Cajamarca, para conocer sus riquezas arqueológicas, su artesanía y pueblos modelo». Aún muerto, el Rey de la Alegría provoca la hilaridad en el público.

Ante el llanto incontenible de las viudas, se procede a incinerar el ataúd con los restos del que en vida fue el Ño Carnavalón. Así termina su historia, hasta el próximo año, cuando vuelva a renacer de sus cenizas y sea aclamado por la multitud, silenciosamente pícaro detrás de su más elocuente sonrisa.
 
 
 
 
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° Este 2014 el carnaval de Cajamarca se celebrará del 1° al 5 de Marzo
° Foto: cajamarcaglobal.com




miércoles, 11 de septiembre de 2013

RASCACIELOS PREINCAS


Enigmático legado de los Señores Yarowilcas
 

En la misma época de los castillos feudales europeos, en el antiguo Perú se levantaron formidables edificios hasta de cinco pisos, dentro de complejos militares-administrativos, en las crestas de empinados cerros de la sierra. Quienes los construyeron fueron los yarowilcas, etnia jamás sometida por los incas. Más de mil años después, los castillos peruanos continúan en pie, recordándonos la supremacía y poder que tuvieron los Señores Yarowilcas.

Los castillos son vestigios de una gran cultura. El pueblo yarowilca  estuvo formado por valerosos guerreros y hábiles constructores que entre los siglos X y XIV ocuparon la región del Alto Marañón (Huánuco, Ancash). Se consideraban hijos de Libiac, dios rayo, y como tales se situaron en las partes altas de los cerros, desde donde mantenían el control absoluto de su territorio. Para protegerse de posibles invasiones de sus enemigos -- las tribus selváticas principalmente--, construyeron torreones de vigilancia en las cumbres y delimitaron sus tierras a manera de feudos, con murallas altas; asimismo, contaban con terrazas de cultivo, corrales para el ganado y un sistema de canales que evidencian amplio conocimiento de la ingeniería hidráulica.

El cronista Felipe Guaman Poma de Ayala, quien se autotituló descendiente de los yarowilcas, cuenta que pertenecieron a la cuarta generación de gente guerrera (Auca Runa). En su obra «Nueva crónica y buen Gobierno» (1615) escribió: «De sus pueblos de tierra baja se fueron a poblarse en altos y serros y peñas y por defenderse y comensaron a hazer fortalezas que ellos les llaman pucara. Edeficaron las paredes y zerco y dentro de ellas casas y fortalezas y escondedixos y pozos para sacar agua da donde beuían [...] Abido grandes rreys y señores y señoras prencipales y caballeros [...] Sobre ellos fue enperador apo (poderoso señor) Guaman Chaua, Yaro Uillca [...] fue señor apsoluto en todo su rreyno de los yndios antigos desde su nación, aunque abía otros muchos rreys de cada fortaleza. Pero éste tenía más alta corona antes que fuese Ynga y después fue temido del Ynga y ací fue su segunda persona del dicho Ynga».

Y es que los yarowilcas llegaron a ser la etnia más importante y poderosa entre todas las naciones que habitaron en el antiguo territorio de Huánuco. Su poderío militar fue tal que los Incas no pudieron someterlos. La ubicación de sus fortalezas en terrenos agrestes y flanqueados por abismos, hacía fracasar cualquier ataque.

En «Historia de Huánuco» (1959), José Varallanos refiere que no fue fácil para el Inca Túpac Yupanqui la conquista de los pueblos del norte: «Los Wanucos y demás, a la sazón gobernados por la dinastía de los Yarowilcas, conforme a Guaman Poma, y capitaneados por su Rey Apo Capac Chaua, opusieron poderosa y organizada resistencia a las tropas cusqueñas; usando de sus fortalezas situadas en partes estratégicas y sacando ventaja de la topografía del terreno, en defensa de su patria, costumbres y libertad [...] En verdad, los Incas, luego de comprobar el poderío de la nación Yarowilca y aliadas, conforme a su política de acercamiento, antes de una guerra larga y acaso riesgosa, pasadas las primeras batallas, habrían llegado a trabar relaciones amistosas con los huanucos, celebrando finalmente las paces.[...] Así habría nacido la Confederación Inca Yarowilca».  

Se cree que el correinado de la región del Chinchaysuyo duró hasta 1532. Pedro Pizarro, en la narración que hace de la captura de Atahualpa en su obra «Relación del descubrimiento y conquista de los indios del Perú» (1571), nos proporciona otro dato relevante: «detrás de la litera del Inca venía otra, igualmente importante, lo que causó desconcierto entre los españoles. Cuando se inquirió por la identidad del personaje, respondieron que era el Señor de los Chincha».

Julio César Tello, padre de la arqueología peruana, consideró al Chinchaysuyo como una poderosa nación o imperio constituido por pequeños reinos confederados sujetos a un emperador Yaro.

FORTINES DE PIEDRA Y BARRO

Los yarowilcas habitaron en complejos urbano-militares magníficamente diseñados para su abastecimiento, quehaceres domésticos, ceremonias rituales, defensa y ejercicio del poder. Cada una de estas fortalezas —suman 81 sitios arqueológicos, en un área aproximada de 65 kilómetros cuadrados de dominio imperial— están construidas con piedras en forma de adoquines, puestos en hilera y unidos con barro.

En las ciudadelas además se distinguen casas-habitación, de un solo nivel y techo a dos aguas; torreones o atalayas para vigilancia, de planta semicircular o redonda, con escalera interior tipo caracol; se cuentan hasta tres murallas de defensa, en cuya cara interna sobresalen peldaños de piedra, dispuestos estratégicamente para que los soldados parados allí se vieran más grandes, y con sus lanzas y hachas repelieran cualquier intento por tomar el fuerte.

Los fortines se hallan a una altitud de 3400 a 4100 m.s.n.m., la mayoría en la sierra de Huánuco, muy cerca a la selva. Se los encuentra desde Chavinillo y Choras (Garu), distritos de la joven provincia Yarowilca; los hay en los distritos huamalianos de Llata (Huaman-Huilca), Singa (Huata), Puños, Miraflores, Punchao, Chavín de Pariarca, Jircán (Urpish) y Tantamayo (Susupillo, Piruru, Japallán), donde al parecer estuvo el corazón del Imperio Yarowilca. También los hay en Rapayán, provincia de Huari, Ancash. Por añadidura, se puede mencionar que guardan cierta familiaridad con las construcciones de Tinyash (Huacaybamba, Huánuco) y Marcahuamachuco (Sánchez Carrión, La Libertad).

Al respecto, el historiador huanuqueño Límber Rivera Dionisio indica: «La arquitectura de Tinyash muestra cierta semejanza con la de Tantamayo, lo que supone una influencia intercultural. En las construcciones de Tantamayo también se utilizó el cuarzo blanco como un aditamento ornamental, como se puede observar en la parte posterior del Castillo Sussupillo, donde una franja blanca de cuarzo marca el inicio del último piso del edificio» (Huánuco: Etapa Prehispánica, 2001).


Los Yarowilcas, según la mano prodigiosa
del dibujante ayacuchano Dionisio Torres Moreyra
Conocidos como los «rascacielos de América prehispánica», los edificios miden de 10 a 13 metros de altura por siete u ocho metros de ancho, algunos hasta de cinco niveles; tienen puertas y ventanales cuadrangulares, escaleras interiores formadas por lajas salientes de los muros y vigas de esquisto micáceo de 2.5 metros empotradas en las paredes; los pasadizos son estrechos, apenas de 1.50 metros, y la altura de cada piso bordea los 1.80 metros. La solidez de los castillos es determinada también por sus muros, cuyo espesor es hasta de un metro.

Precisamente, son estos antiquísimos rascacielos andinos los que más enigmas han sugerido a historiadores, arqueólogos y antropólogos; los que dejan perplejos a los turistas y los que evidencian con su vertical y maciza presencia que los antiguos habitantes del valle de Tantamayo desarrollaron una arquitectura sin igual en América.

Fueron descubiertos en 1828 por el sabio arequipeño Mariano Eduardo de Rivero y Ustáriz. El creyó que eran construcciones incaicas; en su obra «Antigüedades peruanas» (1841) se lee: «Desde el pueblo de Chavinillo comienza un sistema de fortificaciones o castillos, como se llaman por estos lugares, situados en ambos lados de la quebrada. No he podido descubrir lo que movió a los incas a construir en esta parte del interior y fuera del gran camino que conducía a Quito, tantos lugares de defensa, mas presumo que sería con motivo de las guerras o invasiones que sufrieran de las tribus [...] la fortaleza de Urpis que está en el interior de la montaña distante cinco leguas de Tantamayo, camino para Monzón y Chicoplaya, es la más grande, la mejor situada y la mejor construida; casi toda es de piedra labrada».

Antonio Raimondi en 1860, el obispo Rubén Berroa F., el arqueólogo Julio César Tello en los años treinta; el historiador huanuqueño José Varallanos, el etnólogo francés Bertrand Flornoy — quien los estudió durante 30 años y los dio a conocer al mundo desde 1947, designando a Tantamayo como la «Pompeya de Huánuco» —, Augusto Cardich y otros investigadores hicieron también valiosísimos registros recorriendo la zona a caballo y a pie; no obstante la agreste geografía, faldearon, subieron, bajaron y volvieron a subir empinados cerros para estar frente a los castillos.

LA PODEROSA NACIÓN YARO

Los Yaros o Yarowilcas coexistieron con los Wanucos ( o Guanucos), en la largueza del tiempo hicieron alianza y lograron después la anexión de los Wacrachucos y otras naciones vecinas, naciendo así el Imperio Yarowilca. Según Bertrand Flornoy, los complejos de  Tantamayo fueron obras construidas por una cultura preinca que alcanzó el apogeo en el periodo Intermedio Tardío (900 a 1460 años d.C.): la Cultura Tantamayo.

Pero no todos aceptan que la etnia Yarowilca haya evolucionado tanto en el conocimiento de la arquitectura como para atribuirle la construcción de los edificios. La opinión de los investigadores está dividida, los constructores bien pudieron ser de la casta de los Guanucos o de los Guamalis.

Durante décadas se discutió también acerca de la existencia del Imperio Yarowilca. Muchos académicos consideraron que no era sino una invención del cronista Guaman Poma, a quien le hicieron mala fama por supuestos datos imprecisos. Al final, las investigaciones le dieron la razón, aunque sólo en parte.

Surgieron dos vertientes teóricas en torno al establecimiento de los Yaros en la región andina. La corriente del origen local nacida de la obra de Guaman Poma, seguida por Julio C. Tello y José Varallanos, variada y fundamentada por el rigor científico de Bertrand Flornoy, Augusto Cardich, Salustio Maldonado, entre otros. Y la corriente de procedencia foránea defendida por el etnólogo francés Pierre Duviols y los historiadores peruanos Amat Olazábal, Flores Galindo, Waldemar Espinoza y varios otros.

Augusto Cardich Loarte propone la tesis que la nación Yaro  o Yarowilca tuvo su asiento original en Lauricocha y que después se desplazó hacia la región del Alto Marañón, alcanzando el apogeo en el Intermedio Tardío.

Estudios realizados en los años 80 por Elizabeth Bonnier y Catherine Rozenberg revelaron que en el estrato más antiguo de Piruru hay restos de un estilo arquitectónico similar al del periodo Kotosh-Mito ( 2500 a 2000 años a.C.), es decir del precerámico, lo cual significaría que los primeros habitantes de Tantamayo habrían tenido su asiento original en Kotosh.

Por las notables evidencias de un patrón arquitectónico en los complejos arqueológicos ya inventariados, el historiador huanuqueño Salustio Maldonado Robles postula que el Imperio Yarowilca probablemente abarcó «desde Rapayán (Sur de Ancash) hasta el N. de Pasco y del río Marañón hasta las cumbres de la Cordillera Central».

El arqueólogo Daniel Morales Chocano sostiene que «durante los años 1000 a 1400 d.C. (período Intermedio Tardío) existieron en los Andes una gran multitud de reinos y señoríos independientes». Del análisis de las relaciones hechas en los primeros años del virreinato, desprende que en los actuales linderos de Huánuco coexistieron antiguamente los Guanucos, Yachas, Queros, Chupachos y Yaros; plantea que el reino Guanuco controlaba los territorios de las actuales provincias de Huamalíes, Marañón y Dos de Mayo.

Según los estudios realizados por Waldemar Espinoza Soriano, los Yaros fueron un pueblo de pastores venidos de la región aymara, que se expandió por el norte hasta Cajamarca y Chachapoyas, y por el sur hasta Ayacucho. Sostiene que el Imperio Yaro fue de duración efímera, entre los siglos XII y XIII; niega que sean los constructores de los castillos y asevera que desde antes de la conquista incaica los Yaros figuraban absorbidos por los Guanucos.

Para César Espinoza Claudio, el grupo étnico de raíces aymara se desarrolló hasta formar el Imperio Yarowilca, que tuvo vigencia entre los siglos XI y XIII d.C. "Todavía se desconocen las causas que provocaron la crisis de su sistema político, su declinación y destrucción posterior. La arqueología postula que a comienzos del siglo XIV se constituyeron en este espacio centro andino varios grupos étnicos: Yaros, Guanucos, Yachas y Guamalíes. Los Yaros se replegaron drásticamente de un Estado imperial a pequeños reinos regionales pero esta vez sometidos al Imperio Inca", señala.

Una posición intermedia tiene el arqueólogo Alberto Bueno Mendoza, quien afirma la existencia del Yaro Arqueológico y Yaro Histórico, siendo los hombres del segundo grupo los que Huaman Poma llama Yarowilcas; refiere que éstos, a la llegada de los Incas, ya no ostentaban el poder imperial. Sugiere que Piruru fue construída por los Guamalis, etnia aborigen que posteriormente se integró a los Guanucos.

En «Huánuco: etapa prehispánica» (2001), Límber Rivera Dionisio dice: «Desaparecida la influencia Yaro, los pueblos ubicados en la zona del Alto Marañón, al organizarse políticamente, habrían dado lugar al surgimiento del reino Guanuco, cuyo desenvolvimiento abarcó los siglos XIV y XV».

La misteriosa y fascinante historia de los hijos del dios rayo -- pudiendo ser éstos de la casta de los Yarowilcas, Guanucos o Guamalis-- continuará generando controversia. Pero allá arriba, siempre arriba, están sus imponentes castillos, como prueba de que desarrollaron con ambición creativa la técnica arquitectónica de la superposición de pisos y escaleras interiores de caracol, superando a los Incas.

RUTA DEL GUERRERO

En la antigüedad los exploradores demoraban más de una semana para conocer las fortalezas yarowilcas. Los visitantes de hoy tienen la ventaja de las carreteras, que permiten aproximarse lo más posible a todos los sitios arqueológicos, pero también hay que caminar bastante. Las opciones de ruta son múltiples, dependiendo del tiempo disponible —recomendable de dos a cuatro días—, provisiones, dinero y físico. La mejor época para realizar la expedición es de julio a setiembre.

Partiendo en auto de Huánuco se puede virar en Chavinillo hacia el pueblo de Choras, de donde se camina media hora hasta el cerro Cóndor Huaganan (donde llora el cóndor) en cuya ladera está Garu (3700 msnm), una ciudadela muy admirada por sus torreones, gran concentración de edificaciones rectangulares y circulares, calles, canales de agua y terrazas de cultivo.

Por lo general los exploradores llegan en carro hasta el poblado de Tantamayo (3400 msnm) y siguen la denominada «ruta del guerrero», que une Susupillo con Urpish y, si las piernas aguantan, Rapayán; es decir, atraviesan parte de la provincia de Huamalíes (Huánuco) y terminan su recorrido en el distrito limítrofe de Rapayán, provincia de Huari (Ancash).

En el trayecto se podrá observar la evolución gradual de la arquitectura a que hace referencia Flornoy, cuando dice que los constructores lograron «corregir la forma trapezoidal de las primeras edificaciones (Susupillo, Piruru), reducir y suprimir el desnivel prudente de los pisos superiores», hasta levantar edificios de paredes altas y rectas como los de Urpish, en el distrito de Jircán, provincia de Huamalíes.


La perfección de la arquitectura yarowilca. Muros altos y rectos en la fortaleza de Cruzpampa - Urpish.



Lo ideal es salir bien temprano por la mañana. Al sureste de Tantamayo comienza la aventura: hay que dirigirse a Pampa Florida, a pie o en carro, y de allí someterse a la prueba de resistencia que significa el ascenso a Susupillo (4100 msnm). En aproximadamente una hora de camino por la pendiente se logra vencer los 500 metros de desnivel y es entonces que recién comienza a verse la tercera muralla de defensa, el torreón izquierdo de ocho metros de altura y de pronto, a modo de mágico golpe visual, el imponente castillo de cinco pisos, considerado el edificio prehispánico más alto de América.

Según Bertrand Flornoy, Susupillo era, sin duda, el centro del poder, la residencia del jefe: «Allí estaba el poder, por tanto allí estaban los medios de defensa, incluyendo una profunda trinchera, las reservas de alimentos, la representación de la divinidad serpiente...». Desde esta invulnerable ciudadela se visualiza un amplísimo territorio.

Faldeando por la parte baja del mismo cerro, en pocos minutos se llega al Complejo de Jipango (3700 msnm), cuyos castillos de dos y tres niveles se hallan rodeados por terrazas de cultivo.  

Cruzando el río Quenuavado se asciende en aproximadamente dos horas a Piruru (3900 msnm), sitio arqueológico que está frente al pueblo de Tantamayo. Allí la parte más importante está compuesta por una hilera de edificios (los dos centrales de cinco niveles) unidos por una muralla.

En esta parte de la ruta, aquellos que no disponen de varios días pueden regresar a Huánuco; los que sí, encontrarán más maravillas...La luz del día se extingue, hay que acampar; el cielo estrellado, más allá de ser un deleite visual, nos permite reconocernos como microscópicos elementos, pero únicos en el universo.

El camino conduce a Selmín Granero (3850 msnm), un conjunto de 20 colcas o depósitos cuadrangulares alineados siguiendo la forma natural del cerro, parece un tren con vagones de piedra; son los únicos vestigios de presencia Inca en la zona.

Después se prosigue hacia los petroglifos de Llama Llama, donde existe una piedra de cuatro metros de diámetro, que tiene grabados perfectos dibujos de auquénidos en diferentes actitudes y posiciones de movimiento.

A poco más de una hora de allí, literalmente flanqueado por precipicios, se encuentra la ciudadela de Japallán (4100 msnm), que impresiona gratamente por mantener sus construcciones intactas: torreones de planta circular, habitaciones con puertas semitrapezoidales, adoratorios, observatorios y un edificio de cuatro pisos. Algunos estudiosos sostienen la hipótesis que allí moraba una casta sacerdotal.

La vista espectacular de la Cordillera Blanca, en el lejano frente, es un aliciente para seguir la huella de nuestros antepasados.

Luego de pasar Laguna Blanca y Mishquicocha, donde lucen su hermosura huachuas, patos y garzas, se continúa por el Camino Inca hasta Urpish (3474 msnm), la meta mínima para todo explorador que se precie de serlo.

A mitad de camino se tendrá que decidir si se toma o no el desvío que conduce a Laguna Carpa (3200 msnm). En el pequeño pueblo de Carpa se encuentra comida caliente, la necesaria ofrenda al paladar y al estómago antes de pasar a admirar la maravilla lacustre y conocer la piscigranja, que ha convertido a este recóndito lugar en un polo de desarrollo; en el río que baja se puede pescar truchas. Conviene saber que de Carpa se sale a Monzón y de allí a Tingo María.

La tercera noche será bajo algún techo del poblado de Urpish. Se comprobará, una vez más, que los peruanos del interior acogen con su sencillez y calor humano a los foráneos; son hospitalarios y buenos anfitriones.

Los valientes guerreros, habiendo capturado en notas, fotografías, vídeo y en su propia memoria las bellas construcciones de Urpish y parte de la esencia de los yarowilcas, pueden continuar indoblegables hacia Ancash. En la continuidad del hermoso paisaje aparecerá pronto la frontera fluvial y ninguno resistirá la tentación de darse un chapuzón en las tranquilas aguas del río Marañón, lo harán, para luego seguir frescos y más motivados hacia Rapayán. No existe carretera, el camino de herradura es la única opción. Viendo aparecer distintas especies de aves, mariposas e insectos, viendo cómo se va transformando y adquiriendo nuevas características la flora en el trayecto, ni se siente el rigor de la caminata.

LAS RUINAS Y MOMIAS DE RAPAYÁN

En las partes altas de los cerros de Rapayán existen más de una decena de sitios arqueológicos. El principal es Shuccoraga (3700 msnm), donde hay chullpas de dos niveles con puertas trapezoidales, torreones de dos y cuatro pisos, con ventanas y peldaños que sobresalen del muro para subir a la parte alta. Muy cerca de allí se halla Huashgo, cuyos atractivos son un edificio de tres niveles, numerosos recintos de forma cuadrada y circular, una muralla de 100 m. y una torre semicircular de 10 m. de altura.

Chaupis es otro lugar que asombra, ya que posee dos tumbas decoradas con frisos triangulares, accesos trapezoidales que apenas superan el medio metro de altura, y techos con lajas salientes, sobrepuestos en tres niveles y separados entre sí 60 cm. Un poco más lejos, al oeste del pueblo de Rapayán, están el bien conservado castillo de Tactabamba (4087 msnm) y Mata Castillo. Hacia el sur encontramos el fortín de Qantumarca, que conserva aún la majestuosidad de su arquitectura: muro perimétrico, torreones, chullpas y una atalaya de siete metros de altura. Y hay más por conocer: Wacsa Castillo, Rurijahuan, Uchumarka y otros.

Para los recios caminantes la gloria será completa, porque en el poblado de Rapayán hay un museo donde se exhibe el tesoro arqueológico-cultural recogido de las ruinas: un fardo funerario íntegro, momias desembalsamadas que conservan su piel y cabello, numerosos cráneos --uno de ellos con evidencias de habérsele practicado la trepanación craneana al estilo Paracas (Ica)--, tejidos, hachas, cuchillos, pequeñas herramientas de hueso y diversas piezas de cerámica.

También es de admirar una iglesia colonial, cuya ubicación —según cuentan los lugareños— permite que los tañidos de su vieja campana sean escuchados también al otro lado del río Marañón, en los pueblos huanuqueños de Arancay, Jircán y Singa.

Tras varios días de caminar por las laderas, es bueno abrazarse por haber cumplido el objetivo trazado y, sobre todo, poner en el horizonte de tantas montañas las imágenes que la mente conservará para siempre.

Finalmente, a los exploradores les llega la hora de volver a sus vidas de tiempos limitados y pago de cuentas, al frío cemento y al aire contaminado de Lima. Sólo resta viajar en carro 27 kilómetros más hasta Uco, pintoresco poblado ancashino de donde parten buses y camiones hacia Chavín de Huántar y Huaraz.Aunque retorne a la dura realidad, todo turista vuelve alegre y optimista; eso es muy grato. Cierto explorador dijo a sus compañeros lo siguiente: «Hemos realizado una magnífica exploración por el antiguo Perú y el actual, pudimos integrarnos a la naturaleza, logramos aprender algo de la sencilla vida que llevan los herederos de una cultura milenaria y nos vamos revitalizados, dispuestos a vencer otras montañas muy distintas. Lima es ahora el destino final».








sábado, 7 de septiembre de 2013






VIAJE DE 100 PARADAS HACIA MONZÓN
Crónica, 1993
     Pasamos Ticlio, La Oroya, Huánuco, todo -- como se suele decir-- «sin mayores contratiempos»; claro que ello sería totalmente cierto, si se asume como normal que a uno le pidan cigarrillos para que le devuelvan la libreta electoral en los puestos de control de la Policía Nacional.

     Las latas del ómnibus se helaron, el frío calaba en las rodillas, algunos viajeros no podíamos siquiera dormitar. La invernal noche remecía a todos por igual, pero como las horas vuelan el frío acabó con el canto de los gallos. Al amanecer el clima era otro, la vista otra, el viaje estaba por llegar a su punto crítico: el destino final.

     En la selva la humedad nocturna es eterna. Las ramas, piedras, calaminas de Tingo María, amanecen mojadas por el sereno, pero pronto la estrella del día lo seca todo, de arriba hacia abajo y de lo superficial a lo más profundo.

     Para alguien que por primera vez visita tierras tropicales todo es impresionante, desde el verdor en las márgenes de la carretera hasta la fugaz comodidad en los mototaxis. Como en cualquier metrópoli, a las seis y media de la mañana, en Tingo María decenas de hombres y mujeres han empezado ya a ganarse los nuevos soles, con « buenos días» y « gracias».

      No es necesario que uno sea ducho en Antropología, Linguística o Fonética para concluir que son peculiares características de los pobladores el parlar en voz alta y mostrarse siempre alegres.

     En medio de ese fascinante momento cultural, la noticia llega en moto: «Nos vamos a Monzón en una camioneta rural, no hay otra manera de llegar en ocho horas». ¿Ocho horas?. ¡Dios mío, líbrame!.

      Cuando a uno lo llevan de invitado no hay opción, simplemente tiene que dejarse arrastrar por la corriente, aunque de sobra se sepa que anguilas eléctricas podrían aparecer en cualquier momento; felizmente me mantuve en mis límites, entre tenso y sereno, pero el viaje por sí mismo fue terrible.

      Las torrenciales lluvias durante el invierno y las camionetas, muy cargadas de mercancía y pasajeros, habían convertido la carretera en un lodazal interminable, con zanjas por doquier. Así, llegar a Monzón en el mes de abril  resultó penoso y hasta heroico.

      Más de ochenta veces los varones nos bajamos a empujar o jalar con soga el sobrepesado vehículo. Las mujeres por su parte reían, otras veces se asustaban, pero jamás empujaron un centímetro la camioneta; era comprensible, después de todo las damas no tenían razón para ensuciarse siquiera los zapatos, ¡dónde hubiera quedado en caso contrario la caballerosidad de los huanuqueños!.

      Un hecho curioso y a la vez sintomático a lo largo de la ruta: cada vez que el carro se atollaba en una zanja por más de tres minutos, aparecían niños vendedores de frutas o señoras que ofertaban chicharrones y choclos con queso. Quizás es cierto que en estos casos los bocados alimenticios alivian las tensiones, el descontento justificado; porque varios, después de comer, mostraron caras algo felices.

      Episodios por narrar son muchos, destacando entre éstos los que suceden a diario en los puestos de control del Ejército, que se hallan en número de diez en la vía Tingo María-Monzón. En tales puestos, hombres y mujeres jóvenes son tratados por los militares cual si fueran presuntos subversivos o parte de la mafia del narcotráfico y, sin dar una razón coherente, piden la famosa «colaboración» ( 50 céntimos o un nuevo sol ) de manera imperativa.

      Lo penoso de estos sucesos cotidianos en la zona es que estos uniformados apenas cuentan con 17 ó 18 años de edad. Al margen de que su carácter debe ser fuerte, acorde al clima de violencia en el país y a lo que demanda de ellos la estrategia antisubversiva, lo primero que debieron aprender en este servicio militar obligatorio es que se deben a los civiles y por ende los tienen que respetar; mientras que a los subversivos deben combatirlos en su propio terreno, con inteligencia.

    Estos «morocos» (soldados inexpertos) no han sido bien enseñados, desconocen su verdadero rol de soldados de la patria; están atrapados en un sistema impregnado de antivalores impuesto por la mafia local. Se entusiasman cuando ven dólares y logran desprender algún billete con la anuencia temerosa de su descuidado propietario. Son conscientes que el narcotráfico reina en la zona y no pueden, ni remotamente, saber quienes no tienen nada que ver con la verde telaraña de la coca y la droga.

      Lanzando críticas en voz baja, habiendo pagado o no la colaboración, volvíamos algo tensos a la camioneta pick up, a seguir saltando en los baches, a bajarnos de ella cada vez que la llanta se hundía y daba vueltas en el mismo sitio.

      En sus conversaciones, los pasajeros citaban nombres de diversos poblados que -- hoy sé-- pertenecen al distrito de Monzón, como Palo Acero, Maravillas, Sachavaca, Bella, Manchuria, Chipaco, Cachicoto y Pista Loli, por ejemplo. Las palabras iban y venían, los techos de calamina se veían en algunas lomas y conjuntos de hasta seis casas se encontraban de rato en rato.

      La noche llegó sin ser recibida con expresiones de elogio; el malestar de los viajeros derivaba constantemente en resignación.

      Finalmente, después de más o menos 100 paradas, golpeados, sucios y sin ganas de hacer otro viaje similar en pocos días, llegamos a la capital de Monzón a las ocho de la noche; no luego de ocho horas como se pensaba, sino de ¡doce horas!. Todos los viajantes nos alegramos al pisar el suelo de nuestro destino final; apurados, fuimos desapareciendo, me pareció, mejor dicho no vi, que nadie le mostrara  complacencia ni agradeciera al chofer o a su ayudante; cada quien con su carga y adiós.

      Tras la mitad de un día en la accidentada ruta, no hay nada más agradable que ver a la esposa, al esposo, a los amigos o a la persona que uno ha venido a ver desde muy lejos. Esto último fue mi caso.

domingo, 16 de junio de 2013

HEROICAMENTE SOLA

 

 
 

Un ruiseñor se ha posado en mi jardín
En su canto dice que hoy
vendrás de blanco o azul
y que mañana estarás más radiante
pero heroicamente sola.

Arabella, parejas de ojos te siguen
añorando una señal de bienvenida,
una ráfaga de belleza
dirigida con precisión a un soltero corazón.
A tu paso echas a volar pétalos de rosa
que nadie logra atrapar
y victoriosa desapareces siempre sola.

Mientras otras amazonas
han soltado sus arcos y flechas por un beso
tú, siendo ya grande, no has mirado varón.
Arabella, de las inocentes la más bella,
¿hasta cuándo permanecerás sola?

Tu serena dulzura pasea libre, explorando
el espacio de inconfesos pretendientes.
Aunque vienes con la sonrisa intrépida
no dejas salir a los patios ajenos tu voz:
No hay prisa en regalar a alguien tu rosa.

Cuánta sabiduría hay, Arabella,
en la cautela de tu madre,
que te mantiene feliz y sola!.
 



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ARABELLA BISHOP & MI ARABELLA
 
Cuando leí El capitàn Blood (1922), la fascinante novela del escritor italiano-inglés Rafael Sabatini, quedé fascinado con la omnipresencia de la señorita Arabella Bishop, quien al principio se resistía al amor y terminó finalmente aceptando ser la esposa del aventurero naval Peter Blood. Inspirada en la biografía del pirata Henry Morgan, El capitán Blood fue adaptada dos veces al cine, en 1924 y 1935; la segunda película fue todo un éxito y lanzó al estrellato a sus protagonistas Errol Flynn y Olivia de Havilland.
 
Un día de 1990, tomé el nombre de la joven y la embarqué en un poema, aunque mi Arabella es menos decidida y más candorosa, y por tanto más difícil de alcanzar.
 
El autor

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Henry Stephenson, Olivia de Havilland y Errol Flynn - Film "Capitán Blood" (1935).
Cuando Arabella Bishop y el emisario real Lord Willoughby (Henry Stephenson) son
capturados por el pirata-socio Levasseur (Basil Rathbone), aparece Peter Blood para
el reparto del botín y se produce un duelo memorable entre ambos por la chica.

viernes, 22 de marzo de 2013

RETORNO A CASA (2008)


Llegaron las semanas sin domingo,
los días de comenzar todos los círculos,
de poner los mojones al descubierto.
Hemos vuelto a la madre tierra,
trayendo polvo y tela usada de otras comarcas,
jalando el hilo de la esperanza
teñido en esencia de retamas.

Venimos dispuestos a descargar
desde los minutos de edad del alba,
la energía de nuestros bíceps y tríceps,
en las pircas y en el barbecho.

Falta acostar el techo en la casa abandonada,
curar el horno de media luna,
uncir los bueyes prestados
y sepultar los granos de vida;
falta resucitarlo todo.

Nos humillaron al costado de nuestros muertos,
nos hirieron a gritos de fusiles,
con sus caras de muerte nos desplazaron.
Encargando la tierra a los difuntos gentiles,
recogiendo nuestras voces,
impotentes nos fuimos.

Nos cortaron el cogollo y casi todo el tallo,
después de muchas lluvias, rebrotamos.
El miedo es ahora de un centímetro
y las ganas de trabajar de varias leguas.

A muchos nos echaron cuando niños,
volvemos con los dedos gruesos y la cabeza grande.
Con el deseo que ha madurado cuatro lustros,
retornamos, pobres,
pero tocados por ideas notables del mundo.
Aquí estamos, con las heridas invisibles,
decididos a sacrificarnos el tiempo necesario
en el regazo de nuestra puna,
hasta que el sol alumbre todas nuestras sombras
y el viento lleve a otros nuestro optimista silbido.

Llegaron las semanas sin domingo,
los días de partir los troncos aprisa,
de apurar las manos en las faenas de batán,
de rebuscar en los costales la última moneda,
de unir en casa nueva las letras y los números,
de reconocer ayllus y practicar la minka.

Nos toca ponernos encima el coraje y la alegría,
para llenar de colores frescos nuestro terruño,
convertir el trigo en pan,
dar la bienvenida a los corderitos y a los bebés,
fortalecer la raíz e identidad de la casta;
nos toca devolver al campo las voces que perdió.