Cuento
Olsen era un ganador. Hijo de un empresario de la industria del cuero, había incursionado con éxito en la confección de maletas viajeras; tenía una docena de personas a su mando en la fábrica que tenía en Chacra Ríos y era dueño de una tienda en la avenida Rivera Navarrete donde se vendía toda clase de maletas, pero él no se dejaba absorber totalmente por el trabajo; su pasión por el deporte lo rescataba siempre. Con la temprana práctica del footing y otros deportes había desarrollado un cuerpo atlético, gallardía y el carácter extrovertido. A simple vista no parecía empresario, pero sí un deportista, vaya si lo era: cinturón negro en kung fu, maratonista, astro en las pichangas de fulbito en el Campo de Marte y el primer tablero aficionado en el Palacio de la Reina, un salón de recreo en San Isidro.
Sus citas con el ajedrez eran impostergables. Siempre llegaba a la cuadra 32 de la avenida Petit Thouars minutos antes de las tres de la tarde, todos los viernes; con casaca de buzo o una llamativa camiseta Adidas, muy seguro de sí mismo, descendía de su Sedán rojo mostrando la sonrisa fácil a la señora que vendía periódicos frente al local de recreo comunal. Allí se había ganado el respeto de cuanto adversario lo había enfrentado; algunos lo consideraban un artista del juego ciencia, por su capacidad para crear celadas y jugadas de ataque profundo en el tablero de los 64 escaques. Movía sus trebejos y comía la pieza adversaria con fineza, sin agresividad; solía jugar sereno, hasta que lograba realizar la crucial jugada que anticipaba el inminente jaque mate, entonces rompía el protocolo para expresar su temible y memorable expresión: «¡Ya estás en el saco, paquete!».
Cierto viernes de noviembre, del año del mundial Argentina 86, Manuel Olsen Bolaños llegó al Palacio de la Reina dispuesto a entretenerse y ganar algunas partidas. Esa tarde, en el salón de los juegos de ajedrez no encontró ningún retador a la vista. Como nunca, se sintió solo en su lugar preferido, solo como un general que vislumbra el panorama y los diversos escenarios de guerra en un mapa, solo ante las dieciséis mesitas dispuestas como campos de batalla donde permanecían inmóviles los pequeños ejércitos de blanco y negro. Él se vio solo en el recinto de sus victorias, pero su soledad no era absoluta: al fondo del local, en una mesita de la última fila, había un niño moviendo activamente las piezas en el lacado tablero. Olsen avanzó hacia él, solemne como un soberano que recorre el territorio conquistado y espera la mansa reacción del súbdito. Su acercamiento no llamó la atención en lo más mínimo al pequeño.
Samuelito Díaz estaba concentrado en su partida, aunque sólo jugaba contra él mismo. Era un niño de apenas nueve años al que le brillaban los ojitos cuando movía las piezas. Desde una prudente distancia, Olsen vio con disimulo la torre blanca que el niño colocaba volteada en el tablero y sonriendo con cierta ternura se fue a una mesa próxima, para esperar la llegada de alguien con quien jugar.
Pasaron diez minutos y nada, cinco más y todo continuaba igual. El salón del juego ciencia donde Olsen había demostrado que podía moverse en tres mesas a la vez y dar mate a los tres reyes, estaba distinto; no había retador a la vista. Pronto centraría su atención únicamente en el chiquillo y no tardaría en abordarlo.
-- Hola jovencito. ¿Te animas a jugar una partida conmigo?-- preguntó con espontánea alegría Olsen.
El niño sorprendido levantó su carita inocente y luego de una pausa le contestó al desconocido:
-- Está bien, juguemos señor.
-- ¿Y cómo te llamas?
-- Samuel, pero me dicen Sadi.
-- Bien, Sadi. Yo soy Manuel Olsen.
-- ¿Has venido solo?
-- No. Mis amigos están jugando por ahí, afuera creo.
--Viven cerca.
--Somos del barrio.
Allí estaban ambos rivales sentados frente a frente. Uno era espigado y cuarentón, el otro un menudito escolar. Olsen dominaba muy bien las aperturas, el medio juego y el final, tenía libros de ajedrez y gustaba de reconstruir las grandes partidas de los campeones mundiales; cuando jugaba podía aparecer algo del ataque incisivo de Alekhine, la solidez posicional de Botvinnik, el instinto del cubano Capablanca, la perfección del norteamericano Bobby Fisher, el pragmatismo de Karpov o la proclividad al sacrificio de piezas de Kasparov, proclamado campeón mundial en 1985 con solo 22 años de edad; al menor descuido del rival, habría brechas y desarrollaba un ataque despiadado. Samuelito ignoraba el background del adulto; nunca vio un libro de ajedrez y el único ajedrecista famoso que conocía por las noticias y admiraba era el joven peruano Julio Granda, que recientemente había obtenido en Cuba el título de Gran Maestro Internacional; para él el ajedrez era un entretenimiento, aunque también un juego de descubrimientos y desafíos, en el que lógicamente no le gustaba perder; tenía talento, le ganaba a todos los chicos y a veces a su padre, quien le daba consejos y enseñaba de manera divertida todo lo que sabía del deporte ciencia.
-- Veamos -- le dijo entusiasmado Olsen, cogiendo dos peones que procedió a revolver en sus manos por debajo de la mesita--. Dime, ¿cuál mano prefieres?-- preguntó enseguida, poniendo a la vista los puños cerrados.
La señalada mano derecha del adulto se abrió y apareció el peón negro, lo que significaba que Sadi jugaría con las piezas negras y Olsen comenzaría la partida con las blancas. Entonces, ambos acomodaron en su campo los trebejos; en breve se rompería la paz y se iniciaría la guerra simulada, el desplazamiento calculado de los combatientes de uno y otro bando con el fin de dar caza al rey contrario; el empresario sonreía, Sadi estaba algo tenso.
Sintiéndose tan mayor y superior al pequeño, Olsen le ofreció cortésmente:
-- Te doy un peón. O un caballo de ventaja, ¿qué te parece?
Sadi lo miró desconcertado, aunque no tardó en contestar:
-- No. ¡Nada de ventaja!
-- Ok. Como tú digas; jugaremos de igual a igual, eh-- dijo Olsen levantando varias veces las cejas, gesto que logró desprender una leve sonrisa del niño.
Olsen dio inicio a las hostilidades avanzando el peón blanco de rey a la cuarta casilla. Sadi respondió colocando su peón de rey a la casilla seis, una salida «tímida» que su maduro retador relacionó de inmediato con la defensa francesa. Las blancas continuaron con «d4» y las negras con «d5»; en este momento, Olsen descartó la variante del cambio de peones porque no le convenía, también la variante del avance porque plantea un juego muy cerrado, en cambio se decidió por el clásico movimiento del caballo de dama a «c3». Sadi miró fijamente la posición de las blancas y pensó un ratito en las posibilidades de avance de sus propias piezas; no quiso capturar el peón enemigo y replicó haciendo saltar su caballo de rey a «f6».
Cuatro jugadas más adelante, Olsen tenía un peón blanco en la casilla «g7», amenazando comerse la torre negra y coronarse dama, con el consiguiente jaque al rey. Aunque tapó la entrada al peón situando su torre en «g8», Sadi se vio en dificultades, porque la zona del enroque corto había sufrido gran daño; de los siguientes dos o tres movimientos del adulto y sobre todo de sus respuestas defensivas dependía la vida del rey negro.
El fabricante de maletas se decidió atacar por la columna de torre lanzando su peón al cuadradito «h4», una invitación al cambio de peones. Sadi se quedó inmóvil pensando qué hacer; en un instante recordó a su padre diciéndole: «Cuanto más avanza un peón, es más débil», «si te ofrecen un peón para comer, desconfía»; pasaron casi dos minutos y seguía mirando el tablero, mientras su oponente aguardaba contento, ya que se sentía en una posición ventajosa; finalmente jugó: «Cc6», el caballo para amenazar el peón central.
-- ¡Chicos, vengan, Sadi está jugando con un señor!-- exclamó «el zancudo» Pedro, rompiendo el silencio en el Palacio de la Reina.
Al momento se aproximaron a la mesita del conflicto lúdico Roberto «toto», Ángel «conejo» y Pedro, los amiguitos de Sadi; estaban emocionados, pero sabían que debían guardar silencio. Olsen los vio con simpatía; el niño ajedrecista apenas sonrió al verlos.
Cayó el peón blanco de «g7», pero otro peoncito intrépido, respaldado por torre y alfil, llegó hasta «h6». La torre negra quedó arrinconada e inactiva en la octava fila; si se movía, entraba el peón y se convertía en dama o torre, con lo cual las negras prácticamente perderían el juego. El ataque se hizo más incisivo con el desplazamiento de la dama blanca por la diagonal hasta «h5», aumentando la preocupación de Sadi, que se echó hacia atrás en la silla, miró al techo y luego volvió a ponerse frente al tablero, apoyando su rostro finito en la manito derecha. Entre tanto, Olsen vislumbraba la destrucción que podría causar en el campo enemigo y la posibilidad temprana de un primer «jaque al rey»; ya se imaginaba regodeándose al decir esta vez: «¡Ya estás en el saco, paquetito!».
Sadi pasó más de dos minutos concentrado, buscando los movimientos favorables que le permitieran controlar el ataque rival y a la vez poner a buen recaudo su rey; no quería perder. Tenía muy presentes los consejos de su padre: «ten paciencia, no te apures, piensa bien», «antes de hacer tu jugada mira todas las piezas del tablero, siempre». Movió su dama a la casilla «f6» y, sorprendentemente, en las siguientes jugadas ganó el peón central, jaqueó varias veces con la dama y logró realizar el ansiado enroque largo. Sus amiguitos murmuraban sonriendo, gratamente impresionados con el juego de las negras.
Olsen no lo podía creer. Tenía el control casi absoluto de la columna de torre y un peón en «h7», pero su defensa había sufrido destrozos. Estaba realmente asombrado; miraba el tablero y miraba a Sadi, levantando las cejas como era su costumbre; pensaba: «es talentoso este pequeño». Era obvio que había subestimado a su «rivalcito» y se había precipitado con el avance de peones. Sin embargo, él era Olsen, el invicto en el palacio real, podía en un par de jugadas cambiar las cosas a su favor, sabía salir de los peores aprietos; confiaba en su capacidad y estaba mentalmente convencido que no perdería esa tarde. Salió con «Th3», la torre entraba en acción para incomodar a la dama contraria.
Se comenzaron a escuchar cercanas voces graves. Eran dos personas mayores que, al reconocer a Olsen enfrentando a un pequeñín, sintieron gran curiosidad por ver su juego; a pesar de ser curtidos jugadores, ambos habían sido vencidos por él en durísimas contiendas sobre el cuadriculado tablero de 8x8 escaques. Después se sumaron al grupo varios adultos más, con igual interés. Los amiguitos de Sadi se sintieron afortunados de estar entre tantos ajedrecistas; los habían visto jugar antes, por eso los miraban con cierta admiración y respeto.
Cambio de caballos y crucial avance del peón negro por la columna «c»: Sadi se iba con todo. Hizo retroceder al alfil blanco y bajó su dama a la estupenda ubicación «b6», adelantándose a la pretensión blanca de doblar torres en la columna «g», que de haberse concretado hubiera determinado la victoria temprana de Olsen. Amenazada por el peón del centro, la torre blanca se movió a «a3», mientras el alfil negro tomó el control de la diagonal más importante, apuntando al corazón de la defensa del rey blanco.
Los espectadores viejos movían la cabeza afirmativamente ante cada una de las jugadas de los contendientes, se susurraban un posible escenario siguiente, su lenguaje gesticular era variado: formaban la «o» con la boca, mostraban los dientes apretados, se tomaban la barbilla o la cabeza, en fin. Pero todos estaban admirados del ajedrez de Sadi.
En el tablero, la batalla entre los trebejos blancos y negros era a muerte. Fiel a su estilo aguerrido, Olsen incursionó con una de sus torres hasta «f7», ambicionando sacar una torre de ventaja tras coronar el peón.
Sadi se puso tenso, se sintió en el centro de una plaza con todas las miradas encima; la torre blanca estaba arriba para romper fuego y obligar a la torre negra abandonar el escaque «h8», pero él tenía la fórmula para controlar la acometida: pensar un poco más. En sus pensamientos de idas y venidas, de recorridos visuales por el territorio del ensayo bélico, aparecieron como siempre los precisos consejos de su querido padre: «no veas solo un sector, mira todo el tablero», «antes de mover tú, fíjate en el siguiente movimiento de cada pieza de él». Y fue así como, en medio de la curiosidad general, el niño encontró la salida al problema: jugó la dama a «d3», movimiento que le permitiría más temprano que tarde retomar el control de la partida.
Se eliminaron las torres y aunque el alfil blanco se lanzó a proteger el peón de «h7», tal intento fue inútil porque las negras cerraron la entrada moviendo «f6f5». El panorama se puso gris para Olsen; en la siguiente jugada, la torre negra comió el peón pasado de «h7» y se acabó el ataque de las blancas.
La solitaria dama blanca retrocedió a «f4» y Sadi respondió con la punzante «Th4!». Olsen estaba desconcertado, turbado por el buen juego del niño, se decía: «y ahora qué, Manuel Olsen; este chico simplemente elige la mejor jugada». El que se adelantaba mentalmente tres, cuatro, cinco jugadas, estaba no solo en aprietos, sino a punto de ser vencido; su única chance de salvación era que Sadi cometiese un error garrafal, pero todo indicaba que eso no iba a ocurrir.
La mano de un amigo se posó sobre el hombro del empresario del cuero y este escuchó en tono de comprensible resignación el susurro: «Ya estás en el saco...». Olsen lo miró raro, arqueando las cejas y haciéndole una mueca confusa que no era triste ni alegre.
La reina reculó una casilla más y sobrevino «Th1+», ¡jaque al rey!. El soberano blanco escapó momentáneamente a «f2», pero venía lo peor. En un desesperado contraataque Olsen jaqueó con la torre, mas el alfil negro protegió sólidamente a su rey. Se agotaron las esperanzas, las blancas no tenían nada más que proponer, sólo defenderse.
Al igual que su oponente, Sadi estaba tenso, pero muy seguro movió «Dh8!», la dama respaldando a la torre negra, jugada previa al inminente mate. Los presentes, niños y adultos, miraban nerviosos el emocionante final. El chico maravilla hizo un jaque contundente jugando «Dh4+», dejando completamente frío a Olsen, quien se tomó 30 segundos para aceptar que ya no había nada más que hacer; entonces, tumbó su rey en señal de rendición.
--¡Ganó! ¡Sadi ganó!--festejaron los niños bulliciosamente.
-- Me has ganado. ¡Eres un campeón! ¡Te felicito!-- le dijo Olsen a Sadi, dándole la mano como todo un caballero. Pidió aplausos para la nueva promesa del ajedrez.
Los espectadores aplaudieron muy contentos al niño prodigio, le extendieron la mano, lo abrazaron, lo levantaron en peso, alguno de ellos dijo: «aquí, hoy, ha surgido un campeón». En verdad todos lo elogiaron.
-- ¡Muy bien, jovencito!.
-- ¡Brillante partida, campeón!.
-- ¡Qué buen juego hiciste. Eres un Rey!
Pedro, Ángel y Roberto se sintieron orgullosos de su amiguito Sadi y con más confianza lo agasajaron; no dejaban de palmearlo, levantarle los brazos, revolverle los cabellos, reírse con él: estaban locos de contentos. Repetían: ¡Ganaste Sadi, ganaste! ¡Lo hiciste, amigo!. Sadi apenas podía hablar, de tanto que lo enaltecían, pero le hicieron caso cuando dijo:
-- Vámonos a casa, ya es tarde.
En tanto los jugadores viejos se emparejaban y tomaban posiciones en las palaciegas mesas de ajedrez, Olsen fue a despedirse de los chiquillos. Había perdido, pero estaba feliz; en ágil y espontáneo movimiento fue a su Sedán rojo y trajo un maletín de cuero que le regaló a Sadi y finas cartucheritas para sus compañeritos. Así, viendo la alegría de los niños, se sintió reconfortado y, levantando las cejas dos veces, reingresó al Palacio de la Reina con un insaciable apetito de victoria.
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OLSEN vs. SADI
Defensa francesa variante McCutcheon
1.e4 e6 2.d4 d5 3.Cc3 Cf6 4.Ag5 Ab4 5.e5 h6 6. exf6 hxg5 7.fxg7 Tg8 8.h4 Cc6 9.h5 Txg7 10.h6 Th7 11.Ad3 Th8 12.Dh5 Df6 13.Cf3 Cxd4 (gana peón del centro) 14.Cxg5 Cf5 15.h7 Axc3+ 16. b2xc3 Dxc3+ 17. Re2 De5+ 18.Rd2 Df4+ 19.Re2 Cd6 20.Tae1 Ad7 21.Rf1 0-0-0 22.Th3 f7f6 23.Cf7 Cxf7 24.Dxf7 Tdf8 25.Dh5 c7c5 26.Tf3 Dd4 27.Rg1 c5c4! 28.Af1 Db6 29.Te3 d5d4 30.Ta3 Ac6! 31.Tg3 Ad4! 32.Tg7 c4c3 33.Tf7 Dd3 34.Txf8 Dxf8 35. Ta5 De7 36.Ad3 f6f5 37.Dh6 Txh7! (comió el peón pasado y se acabó el ataque de las blancas) 38.Df4 Th4! 39.Dg3 Dh7! 40.f2f3 Th1+ 41.Rf2 Df7 42.Tc5+ Ac6 43.Df4 Df6 44.g2g3 Dh8! 45.g3g4 Dh4+ [Olsen abandona] Se venía: 46.Re2 De1++ (jaque mate).
TIPS BÁSICOS DEL AJEDREZ
* Desarrollar las piezas de manera que se apoyen unas a otras.
* Tratar de tomar las casillas centrales para controlar el juego.
* No sacar la dama temprano, porque la harán retroceder. Se pierde tiempo y a veces es un riesgo muy caro.
* Enrocar lo más pronto que se pueda.
* No avanzar los peones sin que estén bien respaldados. Cuanto más avanza un peón, es más débil.
* No precipitarse, tener paciencia y pensar bien cada jugada.
* Antes de mover una pieza, observar todas las piezas del tablero, siempre.
* Fijarse cuál podría ser el siguiente movimiento de cada pieza.
* No concentrarse solo en un sector, mirar el tablero completo.
* Para romper una defensa, bien vale un sacrificio, pero éste debe ser bien calculado.