jueves, 1 de septiembre de 2016

 

DESBORDE YUNGA

Un mojado pescador perdió su caña.
Los bagres estarán alborotados,
revueltos en el verde limo de su invierno.

El río invade, hace ruido su hambre.
Lleva trapos, palos y piedras a tumbos.
Pide la vida de los ribereños,
parece salpicarlos en la estampida,
su bramido va tras ellos por costumbre.
El miedo abre las puertas y las bocas parlantes,
recorre los caminos de ida y vuelta,
va a los huertos y sale por la copa de los frutales.


Si el río fuera hombre, razonaría con él.
Si tuviera músculos, mediría mi brazo con el suyo.
Si viera, lo miraría fijamente a los ojos de agua.
Y si estuviera más cerca de ser lobo o serpiente,
lo reconocería por los colmillos;
si fuera inhumano, por la vara y el casco;
entonces me conocería
enojado y bravo, defendiendo la ribera,
devolviendo la muerte a su cauce,
arrancando el grito de la vida para el mundo.

El turbio río está agresivo
y yo, perplejo en la cima,
lejos del yucal y de los molles.
Me siento tan gris, viendo
caer el lodo por la garganta de las quebradas;
y tan castigado por la lluvia
que se ha dormido sobre mi pueblo en el oeste.
No hay sombrero, poncho ni pañuelo blanco
que sirvan de algo en este momento.

Tanta agitación abajo y no poder detener nada.
Siguen juntándose las nubes negras,
los perros se aturden, corren, ladran a salvo,
los tenderos siguen la ruta de los chacareros,
los niños gimen con los pies en el barro;
a su ritmo, los ancianos saben a donde ir,
mientras los carrizos son doblegados.
El susto ha detenido a las cabras en la ladera
y a los caracoles en los brazos inferiores de los patis.

El río está fuera de sí y yo estoy dentro de mí,
desafiado y lastimado a distancia,
conteniendo la exhalación y sintiéndome
tan lejano como un zorro en su madriguera.
Sólo podré volver a estar en paz con el río
cuando vea humear la chimenea de mi casa.
Aunque me traspasan las ideas
igual que las gotas de lluvia,
debo esperar, aún al borde del precipicio.
La espera se convierte en una segunda resistencia
capaz de mantener quieto al tipo bronco
que la fuerza de la sensatez me impide liberar.

El agua, génesis y fuerza esencial del río,
debo entenderlo al fin,
simplemente cumple su ciclo perpetuo.
Por mi bisabuelo, bichozno de arponero,
sé que la lluvia pasará
al soplar los vientos del norte
y que gorjearán uno por uno los guardacaballos
al aclararse el cielo.
Son macizos mis hermanos de río abajo,
ellos volverán a sonreir y a tirar el anzuelo pronto.
Ya quiero saber de los escolares de fe,
trabajando al lado de los talludos,
y quiero ver al tractor excitado,
saliendo del campamento a limpiar la carretera.

Conozco al hombre yunga y al gran río.
Por turnos se agigantan y se faltan el respeto,
pero también se dan treguas, y en esos tiempos
el río es, unilateralmente, tan pacífico.


© Florencio Goicochea M., 2016.

 

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