jueves, 1 de septiembre de 2016



 ÚLTIMA FRONTERA

He llegado al final del gran camino.
Mirando mis huellas reconozco
la línea torcida que he marcado.
Admito que la mayoría de curvas tomadas
fueron para ir al encuentro de la suerte,
supervivir con dignidad,
y conocer las fronteras humanas.
Celebro y sufro en el recuento de errores y aciertos,
he tenido momentos de gozo y de infelicidad,
no hay equilibrio, no puede haberlo.
 
Yo soy ahora el centro del poder, la noticia.
Antes, ajeno al dolor ajeno,
me fui de la vida de muchas personas,
por cualquier puerta.
Ahora, a contracorriente, voy saliendo del mundo
por la única abertura señalada para mí.
Es contagiosa la voz triste, no escucho reproches.
Me habrán perdonado muchos, porque faltan pocos.

 
He llegado a la cima de mi vida,
curado de mis heridas.
Desde aquí puedo capturar la naturaleza entera,
ver a los que se quedan
y a los que ya me alcanzan.
Distingo decenas de líneas torcidas
detrás de la gente que ha venido a despedirme;
compruebo que no hay un solo ser humano perfecto.
Ya los he visto a todos y todos me han visto a tiempo.
 
Mi carga se ha petrificado un paso atrás,
al lado de tantas otras.
Estoy liviano, sobre mi última huella terrenal.
Todo pasa, sin pausa, todo es tan natural.
Tengo la mente plena de recuerdos,
pero ya no sé cuánto tiempo mide mi cuerpo.
Nadie debiera llorar, ni los de mi casa,
porque delante de mí veo un inmenso jardín
donde la risa se une al viento para besar las flores.
La paz es maravillosa, hasta puedo volar.


© Florencio Goicochea M., 2016.


 

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