viernes, 3 de agosto de 2018


LA FUERZA DEL AMOR

 
 
 
Esta noche de jueves-viernes
vengo despertando a los perros de la cuadra.
A todos les disgusto, porque paso
siempre apurado y más oscuro,
con un olor ya desconocido.
 
Hay días en que la jornada laboral es tan larga
que debe ser cortada con la espada de la medianoche.
Por el sueño tranquilo de los niños, pongo
mis manos y mi fuerza al servicio de una paga.
María, esposa mía, he de seguir atenazado
al quehacer encomendado.
Y aguantar la carga en el lomo hasta la salida.
Uno es capaz de adaptarse al trabajo que sea.

 María, hoy solo te traigo el invierno de la calle.
A esta hora ya no se consiguen flores ni chocolates.
Pero tengo un amor inmenso guardadito para ti.
Me desharé del cansancio con un baño.
Me desharé del hambre con la sopa
que tus manos pondrán a la mesa
en presencia de Dios.
Me desharé del dolor de mi espalda
gracias a la danza de tus cabellos sueltos

y a tus besos terapéuticos.

María, cariño mío, si quisieras puedes
poseerme como quieras,
mas no me quites el abrigo de tu piel,
Después, deseo que te acurruques conmigo
hasta dormirnos.
Y temprano, como hace semanas,
me tocarás la nariz, me moverás,
para nacer e irme otra vez,
al trabajo:
la costumbre más popular del mundo.

En mis sueños y mi realidad presente
hay una familia en crecimiento.
La miro con ilusión desde el dormitorio,
desde cualquier punto de la húmeda ciudad,
desde el peldaño de la escalera
donde estoy firmemente parado
en esta verde etapa
de mi vida.



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