Y estabas allí, agazapada,
temblando de timidez,
temblando de timidez,
jugando a la enamorada.
Al verme pasar, alguien reía contigo
detràs de los magueys y las yerba santas.
Fràgil y graciosa, eras una mariposilla,
Desde la altura de mis diecisiete años,
alguna vez te vi aparecer entre las flores
cantando en feliz entrega al viento.
Lamenté no tener tu edad
para corretear contigo en plena libertad
y te adoré en silencio,
llevándome tu voz por todo el valle.
Eras muy niña, tan verdecita,
con la belleza asomando
en tu delgadez de maíz tierno.
En tres esquilas subiste al grado de mujer,
en seis estabas aquí y allá,
titilante cual luciérnaga,
ilusionando a galantes solteros.
Detenido en la cuesta de mi vida
te observé encantado en la iglesia
donde otra dama me tomó por esposo.
Y en un minuto matinal de domingo
te volví a mirar sin que me vieras,
lejano, extraño, pálido,
como una palabra entre comas,
el día que te casaste:
sentí el abandono de la precoz enamorada.
y yo estuve allí,
en otros minutos intensos,
bajo la lluvia de arroz y pétalos,
recibiendo tu risa, tus manos, tu abrazo,
tu amistad sin mancha.
Llegaste a mí en aparición temprana
y desde entonces brillas en mi cielo.
Qué suerte, mi menor, que existas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario