sábado, 14 de noviembre de 2015

EL USHNU DE HUANCHAY

Un templo preinca de culto al agua

Delante del ushnu se halla el pueblo de Huanchay.
El ushnu de Huanchay (Huacrachuco, Marañón, Huánuco) fue construido en la parte central de su territorio, teniendo delante la plaza principal y una posición estratégica respecto a la salida del sol. Por los marcados desniveles del terreno y los restos de pircas rudimentarias, se puede inferir que por lo menos tuvo cuatro plataformas circulares, superpuestas y concéntricas que le daban el aspecto de una construcción piramidal, cuyo acceso a la parte superior era por una escalinata.

Fue un sitio sagrado donde se oraba y ofrendaban líquidos a los dioses con atributos de control de la lluvia (Libiac, señor del rayo reluciente) y la fertilidad (Pachamama), ya que de su intervención dependía que tuvieran una buena producción agrícola. Al ushnu acudían los habitantes de lugares aledaños y también peregrinos de tierras lejanas, en una jornada marcada por el fervor religioso y la solemnidad de los rituales; el acto público era simbólicamente una forma de acercarse a la fuente de vida: el agua. El mismo nombre del lugar, huanchay, que significa «el que llega de lo sagrado» o «llega el agua sagrada» [1], habría originado una fuerza de fe muy grande.
   
Cabeza clava del ushnu de Huanchay. Nótese las lágrimas en este rostro tallado
en piedra. Podría ser el precedente de las cabezas clavas de Tinyash (Pinra,
Huacaybamba, Huánuco), donde el rostro es liso, la nariz prominente y las lágrimas 
aparecen sólo dibujadas; también la forma más primaria de las estilizadas cabezas 
clavasde Chavín (Huari, Ancash). Fue hallado por el patacino Walter Ramos Correa.
Las pircas hechas con piedras toscamente labradas y unidas con argamasa de barro , así como los hallazgos de fuentes-paqcha de piedra, un huaquito que representa a un guerrero wacrachuco, las cabezas clavas --rostros con lágrimas, que guardan relación con las cabezas clavas de Tinyash (Pinra, Huacaybamba, Huánuco) y por extensión con las de Chavín (Huari, Ancash), notablemente más estilizadas--, y diversos utensilios de confección primaria, nos indican que en Huanchay hubo un templo preinca muy importante.

Allí residía un sacerdote sabio conocido como yachaq (el que sabe), quien dirigía las ceremonias de culto al agua y a los dioses tutelares, función que pudo recaer en el curaca local; como no podía ser de otra forma, se le consideraba hijo del rayo, un elegido, una persona tocada por el dios Libiac para ser guía religioso del pueblo; con el transcurrir del tiempo su prestigio fue aumentando y llegó a reconocérsele habilidades de adivino -- sobre todo por su capacidad para predecir el clima-- y, tiempo después, de maestro curandero o chaman; con la imposición de la religión cristiana, en la época colonial, el yachaq pasó a ser llamado despectivamente brujo, aunque la gente aborigen continuó respetando su conocimiento.

Al igual que el sacerdote, en la antigüedad, un curaca de las zonas altoandinas de Huánuco también era considerado hijo del rayo, un ser escogido por Libiac para ser jefe de los ayllus y conducir los destinos de su pueblo; como máxima autoridad local, gozaba de gran respeto y prestigio. «El rayo ha tenido desde tiempos antiguos un significado que lo relaciona con el conocimiento. Es así como, las personas relacionadas con él, pueden convertirse en chamanes en el mundo andino. Los hijos del rayo, es decir, los gemelos (o curis) y los nacidos con lunares o manchas, tienen un carácter sagrado (...) Asimismo, las personas ‘tocadas por el rayo’, aquellas a las que les ha caído un rayo y han sobrevivido, son consideradas como elegidas por la divinidad, y no tan solo pueden convertirse en chamanes o maestros curanderos, sino que además gozan de un gran prestigio», sostiene la historiadora y arqueóloga española Ariadna Baulenas i Pubill [2].

Refuerzan tal aseveración los dos lunares que se aprecian en el ídolo denominado Curaca de Huanchay, valiosa pieza arqueológica esculpida en piedra blanca que muestra el rostro de la autoridad local. Además de las marcas divinas, este vestigio lítico descubierto hace dos años en el mismo ushnu, nos proporciona información sobre el carácter dominante del jefe de ayllus, la importancia que tuvo y la etnia a la que pertenecía. El tocado, en particular, lo relaciona con los wacrachucos, antiguos habitantes de la región del Marañón, ya que semeja una bolsa cuyas puntas le dan la apariencia de un sombrero con cuernos («wakra», cuerno; y «chucu», sombrero); tal apreciación coincide con lo que menciona el profesor Melanio Rojas Villaorduña, en «Huacrachuco, su historia y sus costumbres»: « los wacrachucos usaban como sombreros unos gorros tejidos de paja pita o cabuya en forma de una pequeña bolsa o red amarrada en la parte superior, lo que le daba el aspecto de un cuerno» [3].

Cabe referir que Libiac fue la principal deidad de los yarowilcas, quienes se llamaban a sí mismos descendientes del rayo y consideraban que de ese origen divino emanaba su conocimiento para el dominio de las técnicas agropecuarias, la organización social, la arquitectura y el arte de la guerra. Según el cronista Guaman Poma de Ayala, la etnia yarowilca llegó a ser la más importante y poderosa entre todas las naciones que habitaron en el antiguo territorio de Huánuco; conformó con los wacrachucos y otros pueblos vecinos el Imperio Yarowilca. 
Fuente-paqcha desenterrada en Huanchay. Era un utensilio que se usaba en los ritos
ceremoniales de culto al agua; se colocaba en la parte superior del ushnu para
empozar el agua de lluvia destinada a fertilizar a la Pachamama. Obsérvese
que el recipiente de piedra tiene la forma de un estanque natural con su canal,
ni más ni menos que la diminuta representación en piedra de una
laguna andina con la naciente del río.
La práctica religiosa en todos los ushnus de la serranía se modificó en el incanato; en el de Huanchay también se produjeron variaciones. Al ser sometidos los wacrachucos, los incas impusieron el culto al dios Inti (Sol), a la diosa Quilla (Luna), a Wiracocha (creador del mundo) y a los hijos del Sol, pero no pudieron relegar a un segundo plano al dios Libiac, produciéndose una simbiosis socio-religiosa que permitió incorporar la figura de Illapa, dios inca de la lluvia, y mantener el ancestral culto al agua y a la Pachamama.

Diseñado para filtrar las ofrendas líquidas, contaba el ushnu con un sistema de drenaje para el agua de las lluvias que llenaban el pozo y las fuentes-paccha que había en la plataforma superior. El agua se secaba, literalmente desaparecía, porque había en la estructura del ushnu una abertura de entrada y otra de salida. Tan cierto es esto que el poblador huanchaysino Eber Herrera Medina, quien vive en la parte baja del ushnu, nos cuenta: «Detrás de mi casa hay un sitio donde el agua desaparece, entra y entra, es como un hueco, lo he tenido que tapar y desviar el agua por otro lado». Al parecer el conducto de salida para el agua que se filtra del ushnu está obstruido, porque en el sector que corresponde a la plataforma inferior el suelo es muy húmedo.

A pesar del crecimiento urbano que ha afectado parte de su estructura, el ushnu mantiene su prestancia de lugar sagrado y encierra muchos misterios por descubrir aún. Su importancia no ha mermado; delante de él, en los terrenos que donara generosamente doña Toribia Pantoja Rivera, se halla actualmente el pueblo de Huanchay.


Curaca de Huanchay


Se ha denominado así a un ídolo de piedra que muestra el rostro de una autoridad local preinca o del jefe de los ayllus que antiguamente habitaron la región de Huanchay. La talla artística permite apreciar la dentadura completa, ojos profundos, nariz clásica cubierta al parecer con una láminilla que viene de la frente y dos lunares: las señales divinas del elegido o las marcas sagradas que identifican al curaca representado como hijo del rayo.
Rostro del jefe de los ayllus, con las señales del elegido:
los lunares que lo distinguen como hijo del rayo.
Aunque su acabado es rudimentario, resaltan la expresión dominante del rostro, las orejeras y el tocado que no era sino una bolsa cuyas puntas le daban el aspecto de un sombrero con cuernos, lo cual lo relaciona con los wacrachucos, habitantes que en la antigüedad ocuparon las actuales provincias huanuqueñas de Marañón y Huacaybamba.

Este vestigio arqueológico, que tiene un peso aproximado de 30 kilos, habría sido enterrado para evitar que fuera destruido por los españoles en la época de la extirpación de idolatrías. Fue hallado en el 2013 por el poblador huanchaysino Éber Herrera Medina; sin duda, se trata de una escultura de enorme valor cultural e histórico que nos habla de la importancia que tuvo en el pasado Huanchay.


Piezas arqueológicas halladas en el ushnu. En cantaritos como el de la foto se hacían las ofrendas líquidas. 
Huaco de guerrero wacrachuco. Nos indica
que el territorio huanchaysino  no sólo recibió
influencia sino que formó parte de los dominios
de los feroces wacrachucos. Este diminuto
ceramio es de color negro, que
representa el poder, la fortaleza,
el prestigio y el misterio.


 
 

Según la leyenda, en la época de luna nueva se ilumina este lugar y aparece
una puerta celestial en forma de arco, la misma que se abre
permitiendo ver una especie de túnel que va al interior del ushnu.

Puerta del ushnu













¿Qué era un ushnu? 


Era un lugar sagrado, de estructura piramidal trunca y escalonada, por lo general un adoratorio donde se realizaban rituales de culto al agua y a los dioses relacionados con el clima, la producción agrícola y la fertilidad; entre las deidades principales estaban Pachamama (Madre Tierra) y Libiac (poderoso dios de la lluvia, el rayo, el relámpago y el trueno). Según Augusto Cardich, Libiac era una divinidad muy respetada y temida por los pueblos del centro andino peruano, «ordinariamente considerada un jirca o awkillu (espíritu de la montaña o la deidad que mora en ella)».
En Catequil se rendía culto al agua. La estructura destinada
a las ofrendas líquidas tenía contenedores y canales.
El culto al agua y la veneración a Libiac -- conocido con los nombres de Pariacaca, mítico dios andino del agua y de las lluvias; Tunupa, dios del rayo en la cultura Tiahuanaco; Guari, divinidad de Chavín con poderes para llenar de agua las acequias; Catequil, deidad del rayo en las culturas Caxamarca y Wamachuco; y después también como Chuquilla, Catuilla o Illapa, dios de la lluvia y del clima en la cultura Inca-- se remontan a tiempos ancestrales. El agua era de vital importancia para los antiguos peruanos y de su escasez o abundancia dependía la producción agrícola que les permitía subsistir, por ello le rendían culto en ceremonias consideradas de las más importantes dentro de su práctica religiosa.
«Fue general en el antiguo Perú este culto al agua, estos ritos de invocación del precioso líquido fertilizante», asevera la Dra. Rebeca Carrión Cachot en su libro «El culto al agua en el antiguo Perú» (1955), un amplio estudio en el que revela el uso ritual de las fuentes-paqchas (vasijas de cerámica o piedra, hechas para las ofrendas líquidas) desde los albores de las culturas preincaicas. En el mismo sentido, el arqueólogo Luis Rodolfo Monteverde Sotil, quien ha realizado minuciosos estudios sobre los ushnus, señala: «se podría decir que el antecedente del ushnu como estructura arquitectónica compleja estaría en las pequeñas paqchas de cerámica, madera o piedra, presentes en las diversas culturas preincas. Como las paqchas, los ushnus tenían una entrada y una salida para el agua que se ofrendaba» [4].

Pozo para ofrendas líquidas, en Aypate (sierra de Piura).
Los ushnus constituían la base de un sistema religioso complejo que permitía el desarrollo de la vida comunitaria en armonía con las fuerzas de la naturaleza y los dioses. Mediante las ceremonias rituales se lograba la unión del Hanan Pacha (el cielo o mundo de arriba), el Kay Pacha (este mundo) y el Ucu Pacha (subterráneo o mundo de los muertos y espíritus). Esta conexión mágica ocurría en la plataforma superior del ushnu, allí había un contenedor, fuentes-paqcha o pequeños pozos construidos de piedra y barro, donde se vertían las ofrendas líquidas (chicha o sangre de animales).

Eran sitios establecidos donde se oraba y realizaban ofrendas a los dioses para que enviaran el agua a la tierra. En la costa podían tener sólo una plataforma (Tambo Colorado, en Pisco, Ica; Incahuasi, en Cañete, Lima), mientras que en la sierra hasta tres o cuatro niveles (Aypate, en Piura; Pumpu, en Junín; y el monumental Vilcashuaman, en Ayacucho). En las zonas altoandinas, precisamente, los ushnus se situaron en colinas estratégicas; fueron la representación cercana de los grandes cerros tutelares, respetados y venerados desde la época de los pueblos originarios, considerados seres sagrados que recibían el agua proveniente del cielo y la administraban en beneficio de los hombres; así, los ushnus cumplirían similar función, claro que siguiendo criterios religiosos de larga maduración y muy arraigados, de allí su diseño como santuario de estructura piramidal, cavidad interior y canales de drenaje.

«La concepción del ushnu como imitación de las montañas y nevados implicaba la adopción de un adecuado diseño que permitiera captar y contener el agua de las lluvias y de las ofrendas líquidas que se vertían en él. Es por ello que presentaban en su interior una cavidad especialmente construida para este propósito» (...) «Las lluvias o las ofrendas líquidas, venidas del mundo de arriba, se depositaban en el interior de los ushnus (mundo del medio) y eran absorbidas por el sistema de acueductos para así pasar al mundo de abajo y fecundar a la tierra. La construcción de los ushnus, en cada centro administrativo, hizo posible que todo este proceso, explicado oralmente a través de la religión, fuera observable y entendible», explica Monteverde Sotil, refiriéndose a los ushnus incas [5].

Pirámide de la Huanca, en Caral (valle de Supe, Barranca, Lima). Este modelo
lo reprodujeron los incas en la plaza Haucaypata y en Machu Picchu.
Las estructuras piramidales son de larga data. El caso más notable lo encontramos en Caral (3000 a.C.), que cuenta con siete grandes pirámides o ushnus con graderías, destacando entre ellas la Pirámide de la Huanca, llamada así porque está alineada a una huanca larga (piedra sagrada), plantada en el centro de la plaza que se halla delante. Otro ejemplo, más cercano, de ushnu con pocitos o contenedores para las ofrendas líquidas y canales de drenaje, es el templo y oráculo de Catequil (800 d.C.), ubicado en Santiago de Chuco (La Libertad), que «estaba dedicado enteramente al culto al agua», conclusión a la que llegó su descubridor John R. Topic. Ello nos confirma que los ushnus tienen sus raíces históricas en la época preinca, en la que diversas culturas construyeron altares donde se ofrendaban líquidos e inclusive se hacían sacrificios de camélidos u otros animales en honor a los dioses. 

Formidable construcción inca en Vilcashuaman (Ayacucho).
Con el paso del tiempo los ushnus fueron adoptando nuevas funciones y se produjeron algunas modificaciones en su estructura y simbología. En la región andina, bajo influencia y control inca, el ushnu fue conceptuado como un estrado, altar o trono, desde donde el monarca o su representante (podía ser el curaca local) dirigía las ceremonias religiosas y cívicas. Según Felipe Guaman Poma de Ayala,  «usno» es el trono y asiento de los incas en cada huamani (provincia). El cronista indio habría tenido tal concepto, básicamente, por los asientos de piedra o tianas que se colocaban para el inca en la plataforma superior.   

Para José Luis Pino Matos, en la época inca, la idea del ushnu «se fue sofisticando, adoptando el aspecto de plataformas, incluyendo tianas (asientos de piedra) y pozos de ofrenda o cochas con sistemas de drenaje, adquiriendo un carácter más complejo, pero comenzando a conformar un nuevo concepto que quizá con el tiempo pudo haber sido redefinido» [6]. El mismo investigador estima que fueron adquiriendo la función de observatorio astronómico, «al estar simbólicamente amarrados a sus deidades los astros y ser el punto de conexión entre los mundos de abajo (Uku Pacha) y de la superficie que habitaban (Kay Pacha) y demostrando en forma conjunta una ‘teatralidad del poder’, en ceremonias donde el Inka o su representante ocupaba una posición central que conectaba todas las direcciones sagradas»[7].

Ushnu de Aypate (Ayabaca, Piura).
Sin duda, fue en la época inca en que el ushnu es convertido en un eficaz instrumento de dominio y control social, en un importante símbolo de poder político y religioso. Pino Matos afirma categóricamente: «La sociedad inca en su política imperial utilizó muchas ideas desarrolladas por sociedades anteriores a ella, entre las cuales la del ushnu fue empleada como parte de la dominación ideológica en los territorios conquistados, sobre todo en la región del Chinchaysuyu con más monumentalidad»[8].

En opinión de Monteverde Sotil, durante el incanato, el culto al dios del trueno, rayo y relámpago, «sería el resultado de una serie de sincretismos acaecidos en épocas preincaicas relacionados principalmente con las aguas de las lluvias. Precisamente en la Situa, fiesta que buscaba purificar los males producidos con el inicio de las lluvias [mes de setiembre], la imagen de Chuquilla era llevada al Haucaypata, en donde había un ushnu, en el cual se ofrendaba chicha en su honor» [9]. Por descripciones de los cronistas españoles se conoce que en la plaza Haucaypata, ubicada en el centro del Cusco, había una alberca de lajas, en medio de la cual estaba plantada una piedra larga (huanca sagrada), «de la forma y hechura de un pan de azúcar» ( Cieza de León), que «tenía una funda de oro que encajaba en ella y la tapaba toda» (Pedro Pizarro); dicha alberca (pozo, pila o fuente) «tenía un agujero debajo de [la] tierra hasta las casas del sol y el trueno y Hacedor» (Cristóbal de Molina), lo cual da a entender que las ofrendas líquidas llegaban, o al menos eso se creía, por canales subterráneos hasta los templos Coricancha (Inti), Pucamarca (Chuquilla o Illapa) y Quishuarcancha (Wiracocha).

Por su parte, Ariadna Baulenas, abordando el tema de la religiosidad pre y post-inca, advierte que casi no se tiene constancia del culto a las deidades incas, «mientras que sí disponemos de amplia información sobre la veneración a los fenómenos relacionados con la lluvia y sus expresiones como el rayo, el trueno y el relámpago. Estos fueron oficializados dentro de la religión oficial incaica a través de Illapa, figura que apareció fruto del sincretismo entre la religiosidad de varias sociedades preincaicas y la nueva religión imperial» [10].

Ampliando el panorama, nos dice que al término del incanato los cultos oficiales desaparecen y resurge el sustrato religioso preincaico: «Con la imposición de la religión católica, se produce una especie de sincretismo (al que las poblaciones ya estaban acostumbradas, precisamente por las adaptaciones realizadas con la conquista inca) en el que las deidades andinas se reconvierten en figuras católicas. El caso paradigmático es la asociación de la Virgen y la Pachamama, que perdura hasta nuestros días. Viracocha es reconvertido en San Bartolomé y el propio Illapa en Santiago. No ocurre lo mismo con Inti, quien no tiene paralelo en la religión católica»[11].


En verdad, los cultos preincaicos no desaparecieron del todo, porque de alguna forma mantuvieron su vigencia. Durante la colonia y hasta los años ochenta del siglo XX, en los ushnus  huanuqueños se realizaba el «pagapuy» o ceremonia de pago a la tierra, que consistía en llevarle al espíritu del cerro algunas hojas de coca, un cigarro y una copita de chicha de jora o alcohol. Aún hoy en día, los ushnus como el de Huanchay, el de Gochachilca y otros que hay en Huacrachuco (Marañón, Huánuco), inspiran admiración y respeto, porque son el legado de un grandioso pasado milenario.
Ushnu de Gochachilca (Huacrachuco, Marañón, Huánuco), un lugar sagrado que mantiene
su imponente aspecto de pirámide pentaédrica. Tenía cuatro plataformas sobrepuestas y
concéntricas, afirmadas con pircas de contención, y contaba con una escalinata de piedra
que conducía a la parte superior, donde había una piedra larga plantada en medio y
alrededor varios pocitos para el agua de lluvia. La piedra sagrada o huanca habría sido
«de la forma y hechura de un pan de azúcar» (Cieza de León); ello explicaría
por qué cerca del ushnu hay una zona que se llama Pan de Azúcar.

 En la época preinca, en este lugar se realizaban ceremonias de culto al agua , que incluían
las ofrendas líquidas (chicha generalmente) en honor a la Pachamama y a Libiac, dios del rayo
reluciente y de la lluvia, para ser favorecidos con buenas cosechas y aumento del ganado; los
oferentes llevaban a la cima cantaritos, parte de cuyo contenido era vertido en un hoyo que
literalmente succionaba el líquido, esto debido a que el ushnu contaba con un sistema de drenaje.
En la época inca se continuó con las ofrendas líquidas, pero en honor al Sol. Después de la
invasión española y hasta los años setenta u ochenta del siglo XX sólo se realizaba en el lugar
el «pagapuy» o ceremonia de pago a la tierra, que consistía en llevarle al espíritu del cerro
algunas hojas de coca, un cigarro y una copita de chicha de jora o alcohol.

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 [1] Artículo: Acerca del nombre «Huanchay». El Quinto Jinete, 26 Dic. 2014 - http://el-goico.blogspot.com/2014/12/acerca-del-nombre-huanchay.html
[2] Ariadna Baulenas i Pubill (Universidad Autónoma de Barcelona). La divinidad Illapa en el panteon imperial incaico. Investigaciones sociales/ Vol. 16 N°28, pp. 333-341 (2012), UNMSM-IIHS. Lima, Perú.
[3] Melanio Rojas Villaorduña. Huacrachuco, su historia y sus costumbres. Primera edición, p. 31 (2012). MC Gráfica Andina S.A.C. Lima, Perú.
[4] Luis Rodolfo Monteverde Sotil (UNFV, Lima-Perú). Los ushnos en la administración estatal Inca. Boletín Apachita N° 13 (2008). Laboratorio de Arqueología de la Universidad Católica del Ecuador, Quito.
[5] Ibid.
[6] José Luis Pino Matos (UNMSM, Lima-Perú). El ushnu y la organización espacial astronómica en la sierra central del Chinchaysuyu. Revista Estudios Atacameños N° 29, pp. 143-161 (2005). Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo de la Universidad Católica del Norte, San Pedro de Atacama, Chile.
[7] Ibid.
[8] Ibid.
[9] Luis Rodolfo Monteverde Sotil (UNFV, Lima-Perú). Los Incas y la fiesta de la Situa. Chungara, Revista de Antropología Chilena. Volumen 43, N° 2, pp. 243-256 (2011). Departamento de Antropología de la Universidad del Norte, Arica, Chile.
[10] Ariadna Baulenas i Pubill (Universidad Autónoma de Barcelona). La divinidad Illapa en el panteon imperial incaico. Investigaciones sociales/ Vol. 16 N°28, pp. 333-341 (2012), UNMSM-IIHS. Lima, Perú.
[11] Ibid.  

viernes, 28 de agosto de 2015

HISTORIA DE HUACRACHUCO

Al encuentro de las raíces de un pueblo

El descubrimiento de su apellido Villaorduña en un documento de 1548, firmado por los primeros 30 vecinos de Huacrachuco, excitó la curiosidad del profesor Melanio Rojas Villaorduña por conocer su linaje familiar y de pronto se halló investigando acerca de las raíces históricas de todo un pueblo. «Huacrachuco, su historia y sus costumbres» es el resultado de largos años de investigación de un autor que, pacientemente, como si fuera un escritor predestinado, ha logrado reconstruir gran parte del admirable pasado de Huacrachuco.

Todo comenzó, en realidad, con el acto de desprendimiento del ciudadano Luis Ángel Reinoso Laguna, quien en la época que fue alcalde provincial entregó a la municipalidad varios documentos coloniales que permitían conocer los comienzos de Huacrachuco; se sabe que fueron hallados en un baúl, entre los papeles de transferencia de la casa que la familia Reinoso compró de la familia Arellano, en los primeros años del siglo XX. Tales documentos ya no existen, porque fueron quemados por los terroristas.



Educador e historiador
Melanio Rojas Villaorduña
 Acontecimientos y datos que eran desconocidos han sido revelados en este relato histórico de amplio conocimiento e interpretación. Melanio Rojas ha desplegado sus aptitudes de gran investigador y cronista para enlazar las versiones orales con las fuentes escritas y entregarnos este libro que es un compendio de la historia, genealogía, creencias populares, cuentos locales y costumbres de la provincia Marañón; su capacidad pedagógica también se pone de manifiesto en el empleo de un lenguaje sencillo y en la evidente preocupación por proporcionar al lector la información contextual necesaria para la mejor comprensión de los temas.

PUEBLO VIEJO - YAMOS - HUACRACHUCO

Resulta fascinante conocer de la resistencia que ofrecieron los wacrachucos encabezados por los hombres de Tauripún hasta conseguir desplazar a los «barbudos» españoles de Pueblo Viejo, cuyas llanuras eran una gran despensa de alimentos; asimismo, el accidentado traslado a Yamos, que fue el primer pueblo colonial; y la ocupación final del valle de los cedros, donde se fundó la ciudad de Santo Domingo de Huacrachuco.

Afirma que en 1546 se construyó el primer templo cristiano denominado San Sebastián de Yamos y que entre los primeros vecinos de la villa de Huacrachuco estaban los españoles de apellido Villaorduña, Pantoja, Herrera, Carrera, Gamarra, López, de Ocaña y otros. Según sus indagaciones, fue a finales del siglo XVI que surgieron las primeras ganaderías en las punas de Piso, Paracay y Huanchay.

CHOQUE CULTURAL, ABUSOS Y MESTIZAJE

La visión crítica del autor está presente cuando nos habla de «invasores» europeos que impusieron su religión, costumbres e idioma a una población aborigen que cayó a una condición de semiesclavitud. Por otro lado, postula que hubo indios que se negaron a ser sirvientes de los blancos y huyeron a tierras lejanas, formando con el transcurrir del tiempo pequeñas aldeas en Chocobamba, Sinay, Ninabamba (San Buenaventura), Chinchil, Huachumay y otros lugares, donde hasta hace muy poco hubo predominio del idioma quechua sobre el español.

Describe la dura época de las encomiendas y corregimientos, con funcionarios ambiciosos, déspotas y abusivos. Habla de los terratenientes, potentados, autoridades y gamonales; del espíritu progresista de los mestizos y criollos, que se desplazaron hacia las alturas para tomar posesión de terrenos aptos para la agricultura y ganadería; del mestizaje cultural y los cambios sociales; del constante flujo migratorio entre Huacrachuco y la selva, que dio lugar a la formación de pueblos a lo largo de la ruta hacia Uchiza, en las márgenes izquierda y derecha del río Chontayacu; destaca la fuerza de fe que irradió la religión cristiana desde la villa y la gran labor evangelizadora de los franciscanos en los distritos de Cholón y San Buenaventura.

Identifica cuatro momentos migratorios, señalando como el mayor de ellos el que se produjo en la época republicana hasta los años setenta del siglo pasado, cuando llegaron por motivos de trabajo empleados, funcionarios públicos y comerciantes procedentes de diversos lugares; fueron ellos --indica Melanio Rojas-- quienes tuvieron «una participación protagónica en el desarrollo político y sociocultural del pueblo» y forjaron «la gran sociedad huacrachuquina del siglo XX». De Llata (Huamalíes) vinieron las familias Benavides, Bustamante, Hidalgo, Meza, Sánchez y otras. De Ancash, los Vidal, Domínguez, Escudero, Huerta, Melgarejo, Acuña, Borja, Cervantes, Gabancho, Gambini, González, Haro, Ramos y otros. De Huacaybamba, los Tarazona. Y de Pataz (La Libertad), llegaron los Daza, Vigo, Lafitte, Reinoso, Flores, Herrada, Pineda y otros.

PRIMEROS DUEÑOS DE TIERRAS

Es minucioso al contarnos de los primeros propietarios de las tierras: El año 1714 el español Diego Gamarra compró de la Corona de España para su propiedad el fundo de Huachumay, que comprende desde el río Marañón hasta la puna de Uchucruz. A mediados del siglo XVIII el encomendero José Manuel de Ocaña compró los fundos de Sinay, Condorpún, Quirín, Shaglla, Huascarbamba y otros, que fueron heredados por su nieto Juan Ramírez de Arellano o Juan Arellano, el potentado más importante de todos los tiempos. De igual forma, en 1762, el Cabildo de Huacrachuco compró los pastizales de Rajcho, Chonas, Antaquero, Muralla, Chinchaycocha, Agorragra y otros, para la crianza del ganado de todos los pobladores del repartimiento; sin embargo, en un hecho insólito, estas tierras pasaron definitivamente a poder de la Comunidad Indígena de Chocobamba en 1963.

Nos hace saber que las autoridades religiosas y sus familiares llegaron a tener también tierras y riqueza: El cura José Luis Daza, natural de Pataz, fue designado a la doctrina de Huacrachuco a mediados del siglo XIX; antes de morir, en 1880, vendió parte de sus propiedades a don Pedro Herrera y tomó como hijos adoptivos a los hijos de doña Teresa Pantoja, uno de los cuales fue el hacendado Luis Máximo Daza. El cura Manuel Zegarra Castañeda, procedente de Lamas (San Martín), realizó actividades religiosas en Huambo y Huaychao; una de sus hermanas llamada Mauricia se casó con Eustaquio Tarazona, oriundo de Huacaybamba, se afincaron en Huagana y tuvieron doce hijos cuyos descendientes conforman la sociedad huacrachuquina actual. La excepción fue el cura italiano Faustino Cimarolli Zaninelli, quien destacó más por su infatigable labor para hacer realidad la carretera Chimbote-Sihuas-Huacrachuco-Uchiza; estuvo en servicio 35 años, hasta su retiro en 1989. 

PUEBLO PATRIOTA Y DE RESPUESTA ENÉRGICA

El patriotismo del pueblo huacrachuquino tiene su página dorada en la gesta emancipadora. Melanio Rojas cuenta que en la proclamación de la Independencia en Lima estuvieron presentes Juan Daniel Villaorduña, su primo Julián Herrera y Rigoberto Pantoja, quienes se adhirieron a la causa libertaria y después lograron la realización del histórico acto de jura de la Independencia del Perú en Huacrachuco, el 18 de agosto de 1821. Añade en ese pasaje de la historia que Juan Daniel fue abuelo de María Concepción Villaorduña y Carrera, quien desarrolló la elogiable tarea de transmitir a sus vecinos y descendientes la historia de Huacrachuco, desde la llegada de los españoles hasta los días que vivió.

Hacendados huanuqueños de la época de los montoneros
Narra con realismo la repudiable incursión de los montoneros de Antonio Prado, que saquearon la ciudad de Huacrachuco, violaron damas y mataron al gobernador Ricardo Arellano, hijo del terrateniente Juan Arellano, dirigiéndose luego a Huancaspata. Un mensajero que tomó la ruta del río alertó a los huancaspatinos, quienes liderados por el hacendado Santos Lafitte defendieron su pueblo e hicieron huir a los bandidos con un Prado herido de muerte. Considerando que se dirigían hacia Acotambo, los huacrachuquinos y huancaspatinos hicieron causa común para emboscar a los montoneros en la hoyada de Huaracuy, cerca a la laguna de Ocococha, donde el 13 de agosto de 1884, ocho días después del saqueo, se produjo la batalla final en la que se dio muerte a todos los bandoleros y sus rabonas, siendo por último descuartizado el cuerpo de Prado.

Más adelante reseña el abominable ataque del grupo maoísta Sendero Luminoso a Huacrachuco, en enero de 1988, donde fueron incendiados la municipalidad, el puesto policial, la subprefectura y el Banco de la Nación, perdiéndose valiosa documentación. En la crónica dice que días después del ataque terrorista, llegó de la selva un contingente de 40 policías al mando de un capitán del ejército y de inmediato inició las investigaciones del caso, capturó sospechosos y se dirigió a Huanchay, donde se supo habían acampado los sediciosos; los padres de uno de ellos confesaron lo que sabían, fue capturado el «camarada Rafico» y se recuperaron armas, municiones y medicinas escondidas en una cueva de las alturas.

CREACIÓN DE LA PROVINCIA MARAÑÓN
 
Cuenta el notable suceso que fue la visita proselitista que realizaron en 1911 los hermanos Juan y Augusto Durand y Fernández de Maldonado -candidatos al Congreso en las Elecciones Generales de 1912-, que ofrecieron gestionar la creación de la nueva provincia Marañón, con su capital Huacrachuco. Los ciudadanos huacrachuquinos votaron masivamente por el Ing. Juan Durand quien resultó electo como senador por Huánuco y ya en funciones, con el apoyo de su hermano Augusto, electo diputado por Lima, cumplió lo ofrecido en campaña. Poco después, el 21 de octubre de 1912, el presidente Guillermo Billinghurst promulgó la Ley 1595 mediante la cual se creó la Provincia de Marañón, con sus distritos Huacrachuco (capital), Pinra, Huacaybamba y Cholón.

Siguiendo el recuento de hechos históricos que hace el autor, no se puede dejar de resaltar la creación del distrito de San Buenaventura en 1955 y la separación de Huacaybamba en 1985, para convertirse en provincia; el movimiento juvenil comunista de 1963, encabezado por el estudiante Hugo Salinas González (hoy economista de primer nivel); y la creación en 1964 del Colegio Nacional Huayna Cápac, que permitió ir cerrando la brecha de la discriminación colonial y dar acceso a una educación digna a todos los alumnos de la provincia, sin distinción ni privilegios.

DANZAS EN FIESTAS RELIGIOSAS
 
En cuanto al folklore, es interesante conocer que la danza del Apu Inga, creada por los indígenas en recuerdo y homenaje a la visita que hiciera Túpac Inca Yupanqui a los pueblos de la región, fue la más vistosa representación en las primeras fiestas religiosas de Yamos y después en las celebraciones de Asay y otros lugares. Para contrarrestar la admiración indígena por el Imperio Incaico, los españoles crearon la danza de los Moros y Cristianos --representa el triunfo de España sobre los árabes, tras 700 años de dominación--, que se mantiene vigente desde finales del siglo XVII hasta hoy en la fiesta de Santa Rosa de Lima.
 
No lo menciona, pero es obvio que las danzas costumbristas tienen el sello del mestizaje cultural. Allí están las Cajapallas y Anacas, danza inspirada en las Pallas de Corongo, de origen incaico y cuyo vestuario fue enriquecido con elementos españoles; se representa en la festividad de la Virgen de las Mercedes, siendo admiradas por su elegancia y hermosura las jóvenes mujeres que bailan con el acompañamiento musical de los cajeros o chirocos.

Los huanquillas y las cajapallas
bailan en honor a la Virgen de las Mercedes
Otra expresión folklórica mestiza es la Huanquilla, danza guerrera en la que se satiriza el poder español. Melanio Rojas nos dice que doña María Vigo Escudero, ferviente devota de Nuestra Señora de las Mercedes, vio este baile ancashino y decidió presentarlo en la fiesta religiosa de setiembre, para ello mandó fabricar el bonito vestuario que incluye una corona de plumas, dos bandas de terciopelo con espejos y monedas de plata, y canilleras con cascabeles de bronce. Corría el año 1962.

El libro contiene sucesos de medular importancia, nombres, fechas y detalles, ofrece valiosa información que contribuye a tener una visión clara de la historia de Huacrachuco, razón por la cual constituye una obra de lectura obligatoria para los huacrachuquinos. No obstante, se advierte que, en el proceso de edición, el texto no ha sido bien corregido, motivo inicial para esperar una segunda edición corregida y aumentada, con un índice y un mejor orden de los temas, quizás hasta con mayor rigor científico; el profesor Melanio Rojas maneja las fuentes y tiene el talento para enriquecer más su obra.

Se da por descontado que ciertas partes del contenido van a generar profundos análisis y controversias, como pasa con todo texto de historia, pero desde ya hay que reconocer que «Huacrachuco, su historia y sus costumbres» es un gran aporte cultural que va a permitir a los huacrachuquinos no sólo aproximarse al conocimiento integral de su historia, sino también asumir su verdadera identidad, que es el resultado de la integración de varias culturas a la esencia de un riquísimo pasado milenario. Se trata de una obra que va al encuentro de las raíces y nutre con la savia del conocimiento la memoria de un pueblo que avanza a paso firme por la senda del progreso. 

Huacrachuco crece y se adapta a la modernidad. Toma desde el anexo Gochachilca



«Un primer libro de historia documentado y bien escrito es como un camino principal que recorre el territorio del pasado, permitiéndonos conocer lugares, sucesos y huellas del paso del hombre; asimismo, nos señala ramales, otros caminos importantes, que es necesario seguir. Así es "Huacrachuco, su historia y sus costumbres"» (Florencio Goicochea Malqui, autor del artículo). 



jueves, 2 de abril de 2015


PONTO LAJA 

Cuento (*)

Hace siglos, había en el paraje conocido como Ponto (1) un pueblo floreciente. Sus hermosas casas, pertenecientes a prósperos hacendados de la región, se situaban al centro de una extensa y fértil pampa. 

Allí, todos poseían riquezas en oro y plata, tres veces al día sus sirvientes les preparaban verdaderos banquetes donde no faltaban los exquisitos quesos, choclos, panes, vino y chicha de jora, abundante carne y frutas. Convivían pacíficamente, pero en el fondo había entre ellos una rivalidad tácita y eran egoístas, sobre todo con los pobres que vivían en las zonas aledañas al poblado.

Cierta vez, aprovechando que en Ponto se había organizado una fiesta para celebrar la buena cosecha que habían tenido, el Señor de los Cielos bajó a la Tierra, para verificar en persona todo aquello que veía desde arriba.

Tomó la forma de un anciano de baja estatura, mestizo, de cabello cano e hirsuto, crecida barba; llevaba un deforme y viejo sombrerito con el borde roto, vestía ropas remendadas y andaba despacio, apoyándose en un bastón que no era sino un palo de chonta. Se veía muy pobre, pero en su rostro humilde se reflejaba la bondad y tenía en los ojos una extraña luminosidad.

Apareció por el camino grande, una mañana de sol radiante. Cuando de lejos divisó el pueblo de Ponto, el sexagenario decidió visitar primero a los pobres que habitaban en los alrededores. Ellos no tenían dinero y los pocos alimentos de la cosecha anual ya se les estaba terminando.

Se presentaba saludando amablemente y luego pedía que le obsequiaran algo de comer. Algunos que lo escuchaban sentían un poquito de pena por él, pero al no poder ayudarlo terminaban diciéndole que volviera a la hora de la merienda; no faltó alguien que, abrumado por sus propias carencias, escondiendo la mirada, lo escuchó sin oírlo; ninguno le dio ni siquiera una papita sancochada o un poquito de cancha, es que nada les sobraba. El Señor los comprendió, porque la pobreza los hacía racionar sus alimentos, guardarlos con mucho celo, y también sabía que se las ingeniaban para sobrevivir con lo poco que tenían.

Había caminado más de dos horas y tenía hambre como cualquier ser humano, pero en todos lados nadie pudo darle nada. Hasta que llegó a la casita de una mujer que vivía prácticamente en la miseria; su marido había muerto y sus dos pequeños hijos estaban desnutridos igual que ella.
--¡Allawchi!.¡Hamupay taytaku! (¡Pobrecito!¡Venga abuelito!), tantu calor quiasi, ¿di ónde pué estaraste veniendo?-- le dijo la humilde mujer apenas lo vio aparecer--.Paseste, discansaremo in sombrita.

Luego de tomar un sorbo del agua que un pequeñín le alcanzó en una tutuma, el anciano contó que venía de un pueblo de Ancash y quería ir a la selva a traer un poco de coca.

--¡Allawchi...!-- repitió --. Ojalá tuvira sopita, siquera maicito pa tostar pa su fiyambre desté, peru naíta mi queda, ayer barriu toíto y noy hallau ná. Ni plata tingo pa comprar in pueblo.

El lamento llegó como un grito lastimero a oídos del Señor, pero también como señal de una bondad espontánea y sin medida. Entonces comenzó a realizar su obra.

--Mireste tu hijita, cumo rasca su cabeza, tenerá liendres, espúlgala pué.

La madre obedeció y no tardó en desprender de los cabellos de la niña un gordo piojo que se dispuso a matar de inmediato.

--Avesh mamita-- la detuvo--, muéstramelo el piojo en tu palma, pa ver qué tanto grandi esh.

Ella lo hizo sonriendo y él tiernamente tomó su mano por debajo, diciéndole:

-- Ciérralo tu puño lintamente y manténgalo así, con firmiza.


A los pocos segundos, el puño se abrió por sí solo, entre los dedos brotaron relucientes monedas de oro y plata, eran tantas que muchas cayeron al piso. La mujer lloró de emoción y abrazando a sus pequeños se arrodilló ante el viejito milagroso.

--Cumuna dishtas monedas que vayen niños a cumprar comida-- sugirió.

--Simpre nos nigan, aura cum plata nusi harán rogar, vayen hijitos trayer papa, siquera chuclito, di pueblo. Peru no van contar di tayta luqui aymos visto-- ordenó la madre, dándole una ollita de barro al varoncito que no tenía más de nueve años.

Después el Señor expresó:

-- Dices que no tinesh granos, ¡irás tu terrao (terraza) y trayerás lu que encuentras, busca rincón pur rincón!.

Un tanto confundida, ella fue a buscar lo que estaba segura no tenía en los altos de la casa. Para su sorpresa, encontró algunos granos de varias especies y, con la alegría dibujada en su rostro humilde, se los llevó al buen anciano.

-- Vistesh cumsi había-- manifestó sonriendo. Sacó de su bolsillo una panquita y mandó a la madre nuevamente a la terraza--: Aura irás amarrar esti grano de maíz cumsu panquita in la soga ondi colgabas mazorcas. Y estus otros granitos vashte poner, uno, uno numás in cada dipósito. Cerrao puirta vas dijar, vintanitas ditrás tambín, y recín cuando me vaye labres, nu antes.

En instantes que la madre volvía a reunirse con el noble viejito, los niños llegaban a la vivienda muy tristes, casi llorando.

-- Toítos cocinao pa fiesta grandis ollas de moti, papas, sangu y sopa con tronchas di carni. Naides aceptau monera, naides nus queriu vender-- contó el varoncito.

-- Di ónde haberán robau ese plata nus luan dicho-- agregó la niña.

El Señor los atrajo hacia su pecho y como los viera derramar algunas lágrimas, se propuso alegrarlos:         

-- ¿Quererán comer carnicita cum papa, cum cancha?...Puentonci entrin cuarto y atrápinlo un cuycito.

-- Si no tenimu cuys-- se apuró en replicar el varoncito.

--Entrin niños, atrápinlo, yo loy visto, entrin ver sies verdá-- insistió alegremente el bienaventurado.

Y sucedió que apenas los hermanitos abrieron la puerta del cuarto, descubrieron decenas de cuyes que se desplazaban velozmente por el piso. Con asombro semejante vieron en un rincón varios costales llenos de papa y más allá unos enormes mates con maíz desgranado.

Observándolos contentos a la madre y sus criaturas, el todopoderoso consideró completa su obra y se despidió de ellos, recibiendo besos y caricias; las palabras no fueron necesarias en ese momento de dicha. Se marchó por el camino que conducía al pueblo de Ponto.

Al rato de haberlo perdido de vista, el varoncito de la casa exclamó jubiloso:

--¡Mamá, il terrao, il terrao, llino granos tá!.

La madre juntó sus manos por instinto y mirando al cielo recordó con cariño al anciano y su recomendación final: «Sen buenos y justos, haguen bien a utros y van compartir todo lo qui tinen, pa que nunca lis falte ná y sen felices».

--Así sirá taytay (padre mío). Así sirá Diosito, así sirá-- pronunció en voz baja, cerrando los ojos.

Los pequeños corrieron a abrazarla y juntos manifestaron con amor :

-- ¡Gracias Diosito! ¡Gracias taytay lindo!.    

El Señor los oyó complacido y vigorizó su avance. Resistiéndose a creer que el egoísmo reinaba en Ponto y deseando encontrar entre aquella gente rica a más de un hombre bondadoso, sencillo y justo, tomó la calle principal del pueblo. Los que transitaban lo miraban mal y algunos sólo de reojo; procuraban no acercársele, porque lo consideraban un pordiosero que no merecía la menor atención, sino sólo la indiferencia y desprecio por haber caído a esa condición.

A su paso los niños corrían asustados y las puertas que estaban abiertas se cerraban bruscamente. El Señor sintió una profunda pena, pero su amor por ellos lo impulsó a ir de casa en casa pidiendo algo de comer.

De casualidad halló semi abierto el portón de la casa del hacendado más rico. Adentro el ambiente era de fiesta: tomaban chicha, reían y hablaban de sus riquezas, mientras les servían la merienda, a las cinco de la tarde. Pero cuando vieron al pobre anciano se escandalizaron tanto, que la dueña se apresuró en ir a echarlo.

Molesta cerró la gran puerta y lo regañó:

--¡Qué quiéres!¡Acá no hay nada pa ti!¡Vete, vete, traes mala suerte!.

Tras escuchar esto, el todopoderoso se atrevió todavía a rogar:

--Si tinesh bastanti comida pa tu genti, siñora linda, demeste puquito a mí tambín.

--¡No, no! ¡Comida no tengo pa ti, prefiero dar a mis animales!¡Vete, vete, acá nada te vamos dar!--, le contestó agriamente.

Cabizbajo se dirigió a otra vivienda, a la vuelta de la esquina, en tanto la mujer de tez blanca, alegre volvió a abrir el portón, dándose con la tremenda sorpresa que adentro todos los comensales se habían convertido en puercos de distintos colores. Presa de la desesperación por verlos con el hocico en la suculenta comida, botó a todos los chanchos fuera de su casa, maldiciendo:

--¡Váyanse de acá, fuera, no los quiero aquí!.

Habiéndose quedado completamente sola, empezó a deambular profiriendo incoherencias y buscando agua sucia para «lavarse» las manos repetidas veces.

Ya ajeno al destino de la desdichada mujer, el Señor continuó pidiendo alimento. Nadie le hacía caso, unos le echaban los perros, todos le negaron el pan. Y tuvo que irse de Ponto sin haber conseguido de nadie ni una palabra de solidaridad, ni una señal de humanidad.

Se fue, cuesta arriba, por un zigzagueante camino. Al llegar a la colina más alta, afirmado en su bordón miró un instante el pueblo, triste volvió la cara y siguió alejándose con el paso cansino. Desapareció con la oscuridad de la noche.

Más tarde, nubes negras se juntaron en el cielo sobre Ponto y comenzó la mangada, acompañada de truenos y relámpagos; cayeron rayos que partieron varias casas y la tierra tembló horrorosamente. Un sonido ensordecedor precedió el final: miles de piedras, con espeso lodo, se precipitaron desde las alturas, sepultando por completo lo que alguna vez fue el pueblo de Ponto.

Milagrosamente, algunas precarias viviendas de los pobres se mantuvieron en pie. Menos de diez personas sobrevivieron al desastre y pudieron contar lo ocurrido a sus descendientes.


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(*) Recreación del relato proporcionado por la señora Gudelia Malqui López, natural de Gochachilca (Huacrachuco, Marañón, Huánuco). A ella le contó esta historia su madre Balvina López Herrera, quien a su vez la había aprendido de su prima Ángela Herrera Sifuentes, a quien se la transmitió su madre doña María Sifuentes-- una de las primeras pobladoras de Ponto, junto a su hermana Timotea --, a comienzos del siglo XX.

(1) Ponto es un barrio de la parte alta de Gochachilca, a 1.5 kilómetros de la ciudad de Huacrachuco (Marañón, Huánuco). La zona del desastre a la que se hace referencia en el cuento está en la cabecera del villorrio y al pie de Ponto Laja. Aún en los tiempos actuales, cada vez que llueve, caen piedras del cerro. Gran parte de Ponto está cubierto de piedras, el resto se aprovecha para la agricultura.