ME GUSTAN LAS DISTINTAS
Me gustan las féminas distintas,
aquellas que se muestran los domingos
con suéteres ceñidos y faldas monacales.
Las prefiero finitas y con anteojos.
Ellas conocen apriori las fronteras;
aunque suelen acorazar su corazón,
lanzan al precipicio su recato,
cuando llega el invencible te amo del elegido.
Soy también afín a las gorditas risueñas,
a las flaquitas emancipadas por el rock,
a las fibrosas que van con su poder a caballo,
a las bajitas de cinturón verde, azul o marrón,
a las esbeltas de palabras apacibles,
a las volubles de gracia faraónica,
a las impulsivas que se rinden ante un helado;
a las rubilindas de aura intimidante,
a las pelirrojas y pelinegras distintas del orbe.
No soy un reproductor infatigable,
pero a veces voy con el cuello alargado,
el séptimo sentido en órbitas elípticas
y celoso como el sin par gallo del corral,
cuando paseo con alguna soltera
que avanza moviendo su sombrero francés,
me visita una moza cual princesa inglesa,
o acompaño a una peruana de lliclla y montera,
de fragantes trenzas con huatanas,
saco y pollera de bayeta, donde releo la Historia.
Otros varones tendrán sus propias distintas,
a mí me cautivan las decididas a ser fieles.
Y como fiel he resuelto amarlas a todas,
sin tener contacto incorrecto
con el mestizo imperio de su piel.
Admiro a la polivalente especie mujer.
Sé que llegará una del prototipo que busco
y, dulcemente, recogerá por entero mi soltería.
Mientras, no me apuro,
soy feliz con mis distintas.
Las quiero como símbolos ubicuos
de la maternidad en flor,
de la sensualidad sobreprotegida,
del amor reservado para un ser único.
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