viernes, 3 de diciembre de 2021

MI AMISTAD CON EL FÚTBOL


Hace años que no juego fútbol, tampoco veo por la tele el "fulbo" local; yo soy solo telespectador de finales y seguidor a distancia del único equipo que llena mi corazón: el Perú. Más que el fútbol profesional disfruto ver a los chiquillos y jóvenes fogueándose en una loza deportiva, en alguna pampa de los pueblos jóvenes o en el gramado de un club provincial; viéndolos me siento uno de ellos y tengo ganas de entrar al campo para hacer lo mío.  

No sé a qué edad comenzó mi amistad con la pelota, supongo que fue en la escuela rural de mi pueblo Gochachilca (Huacrachuco, Marañón, Huánuco), a los cinco o seis años, en el pregrado que se llamaba transición. Tardé en hacerme notar en primaria y secundaria del colegio Mariano Melgar, porque era enjuto y tímido; pero un día llegó mi momento, gracias a que jugaba en veredas, pistas sin tráfico y en la "canchita de la casita blanca"--hoy complejo deportivo-- de Mateo Salado, Cercado de Lima, que aprovechábamos los peloteros adolescentes cuando estaba desocupada, porque no teníamos para pagar el derecho de uso. 


     ¡AL MARÍN LO QUE ES DEL MARÍN!


     Allà por 1988, en una práctica de fútbol en el viejo estadio de San Marcos, mi vehemente amigo Marín Tello corría tras la pelota con una velocidad de locomotora, aunque muchas veces la pateaba a cualquier parte. Le hice un sombrero monumental en el área chica, pero él a los dos segundos estaba encima de mí otra vez, tratando de patear el balón. Era obvio, lo suyo no era el fútbol, pero tenía un físico envidiable, era un atleta completo. Gracias Marín Tello por ser como eres: perseverante, alegre y de reflexiones (a veces no bien entendidas) profundas.


     ¡¡Y AL FLORENCIO, FLORES!!  

     A fines de los 80, San Marcos era un hervidero de voluntades diversas, como el Perú mismo; y como nuestro país, los jóvenes que estudiábamos ahí, también vivíamos entre el oscurantismo insano y violento de SL y el MRTA, y el proceder ciego y represivo del estado aprista. Pese a ello, en la facultad de letras, la gente de comunicación social era la más alegre, deportista y también bohemia. 

Florencio Goicochea era conocido en un principio como «Picardía Florencio», porque la rigidez y seriedad de su cuerpo y rostro delgados, que mantenía durante las clases y las conversaciones en el patio de letras, apenas era rota por una carcajada corta y violenta al momento de festejar una ocurrencia; o desaparecía toda, especialmente cuando Florencio corría tras la pelota, en la improvisada canchita de cemento, dejado por algún predecesor a un lado de las ruinas del Estadio de San Marcos. 

     «Picardía Florencio» era un capo con la pelota; como si jugara con las manos, la llevaba por aquí y por allá, la desaparecía ahí y la aparecía acá, te la sombreaba o te la huacheaba, te la ofrecía o te la quitaba; corría la cancha con una tranquilidad de soberano inca imponiendo su destreza con una gran mueca alegre en sus labios remarcados por un bigotito a lo cantinflas. Casi siempre, coronaba sus incursiones con buenos goles y los festejaba con su media sonrisa pícara. Así como era bueno en la cancha, era mejor en la literatura. Escribía muy bien y admiraba, tanto como yo, a Arguedas, Alegría, Vargas, entre otros más. ¿Qué serán de los escritos de Florencio, Flauers, como lo conocemos ahora? Espero que sigan siendo parte de tus proyectos, viejo amigo.

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