martes, 8 de julio de 2014


ACTO REFLEJO



Quiero dejar de ser
el trotamundos de plazos señalados,
el repartidor de tesoros ajenos,
el duodécimo bueno,
el último prestamista
esperado para trocar citas con la fortuna.
 
Quiero dejar de ser
la silueta del desierto
o el centinela del panteón,
pálidos hijos del misterio.
No me gusta estar y no ser visto,
no estar y ser buscado.
Deseo ser tangible y cercano,
tener un cuerpo, un matiz, un peso humano.
 
Delante de una celeste mirada
pretendo volver a ser el bibliófilo
Cazador de un Diente de Sable
o el cosmonauta que ayunó diez días
más allá del borde de la Luna llena.
Aspiro a sentarme como piedra gigante
para desviar los tornados de malicia;
ser mar tranquilo o paloma blanca,
pintar retamas en miles de caminos
para dar guiños de alegría al prójimo.
Pero a la vuelta de un agravio troglodita,
puedo volver a usar taparrabo
y ser somáticamente capaz
de clavar la lanza en el ojo del cocodrilo.
 
Porque el explorador
debe saber abrir la naturaleza
y cerrarla cuando vienen las nubes negras.
Porque los últimos descendientes
del Australophitecus o Pithecantropus
o Pekín o de Adán el labrador
deben relampaguear en los espacios imposibles
si son subestimados en su hábitat.
 
Quiero poner mi vida de perfil,
viajar en una carreta por la realidad,
entrar al color continuo del pasado con el futuro, 
y de ese modo poder 
frenar la violencia de los vientos con un soplo.
Quiero que vibre mi razón en actos reflejos
para ser simplemente noble y justo. 


 

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