En las pausas de la cuesta soy feliz,
cuando la veo mirarme de soslayo,
meneando su sombrero.
meneando su sombrero.
Despuès, algunas vueltas de mula màs tarde,
Hortensia se lleva la mitad de mi alegrìa.
A caballo se va, silueteando curvas por la banda,
siguiendo el manto solar
que se recoge al atardecer.
Y en esta montaña, durante un siglo,
queda enhiesto mi alumbrado amor
frente a la esperanza de volverla a ver.
Tengo un amor en estado de reposo.
En picado exploro el curso del río, planeo, sueño.
Los viajeros prefieren la nueva unión.
El viejo puente de abajo
cruje ya muy poco,
esperando otras tablas le ha llegado el otoño.
No hay abismos ni distancias insalvables,
sólo el puente nos separa.
En aquel durmiente paso gotea mi amor
sólo el puente nos separa.
En aquel durmiente paso gotea mi amor
cuando no veo a Hortensia por el cerro de enfrente,
cuando su discreta mirada no captura la mìa.
Cinco veces sus ojos de princesa me han alcanzado,
su sonrisa he conocido en cinco instantes,
y sé que le pertenecen ya mis cinco sentidos.
Siempre sobre el zigzag, mi ninfa y yo,
pero en acèmilas de diferente corral,
atrapados en direcciones contrarias.
Hasta ahora nuestros pasos no se juntaron.
Parece que ella no vendrà y yo no irè.
Mas sé que estamos cerca.
Le enviè saludos con las madres lugareñas
y el ùltimo domingo me trajeron alegrìa:
Hortensia ya sabìa mi nombre.
Estoy en la ruta del encuentro con ella
y no pararè hasta compartir todos sus tiempos.
Aunque hoy avanzamos por caminos paralelos,
nuestro destino no es rectilìneo.
Pronto nos rebelaremos contra el norte de la brùjula
y tomaremos no sólo las lìneas curvas
sino también las secantes.
Para la tácita primera cita
sòlo hay que hacer crujir el viejo puente de nuevo.
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