LA TRILLA
Tensas las bridas, telúrica la voz central.
Patas cerriles pisotean las mieses.
Gira y gira el reloj de la trilla.
Se balancea el chiroco
entregando su música a los vientos,
a los caminos de herradura, a la era,
al levantamiento de las horquetas,
al hombre del pétreo puño
que domina los caballos de fuerza.
Los equinos trotones dan vueltas
por la redondez de la Luna en tierra.
Obedecen al amo de la parva,
en Ponto: ¡Urr, urra, urraaa!
¡Jal, jala, jalaaa!
Por los pliegues del apu
suenan las roncadoras en posta
y los trilladores, rojos de brío,
ponen a prueba su voz de montaña.
Más allá, más arriba, más abajo,
está la trilla al costado de sus momentos.
Una torcida fila de labradores con la hoz
sube por una parcela de Quillabamba.
Por Ragabamba chacchan en el descanso.
Por Huambo un segador gana su derecho
a la chicha y a la mirada de una muchacha.
Por Cajapatay los tercios completos
parecen avanzar solos.
En una chacra acampanada de Yamos
otra era aplanada por ovejas espera
la dorada llegada de las gavillas.
Por Shagapay ya reposan las horquetas,
se va volando la paja al olvido
y caen calatitos los cereales.
A la vuelta, por Huachumay, un halcón
ve volar el sombrero del trillador eje.
La fiesta del trigo se muda a una casa,
pero Mama Wayra seguirá en concierto.
Y seguirán aún en las eras vacías, girando
los caballos invisibles con su jefe humano,
dando vueltas los recuerdos del vozarrón
del macizo hombre eucalipto:
¡Urr, urra, urraaa!
¡Jal, jala, jalaaa!
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