PUEBLO VIEJO, PRIMER ASENTAMIENTO DE LOS WACRACHUCOS
Situado cerca de la laguna Chinchaycocha, Pueblo Viejo (Huacrachuco, Marañón, Huánuco) fue el primer asentamiento de los Wacrachucos, mucho antes que esta nación alcanzara el apogeo cultural, político, religioso y militar que se evidencia en la ciudadela de Tinyash (Pinra, Huacaybamba).
Posiblemente, la zona de Pueblo Viejo haya estado poblada desde tiempos remotos y las primeras construcciones se hayan levantado durante el Horizonte Medio (entre los años 600 d.C. a 1000 d.C.), para evolucionar a la edificación de una ciudad fortaleza en el periodo de los Reinos y Señoríos, llamado también Intermedio Tardío (1000 d.C. a 1450 d.C.), al cual corresponde Tinyash.
En «Historia de la civilización peruana» (1879), Sebastián Lorente escribe: «Las [tribus] de mayor importancia fueron entre el Marañón y el Guallaga los Huanucuyas, Huancalles, Huacrachucos y Chachapuyas; entre el Marañón y las cabeceras de la costa los Huaylas, Conchucos, Huamachucos, Cajamarquinos y Chotanos» (p. 46).
La ciudadela preinca de Pueblo Viejo, hoy reducida a unos cuantos restos arquitectónicos, antiguamente fue muy importante. Se ubicó en una zona fronteriza que contaba con amplias pampas fértiles, razón por la cual los Wacrachucos redoblaban esfuerzos para defender esa despensa de alimentos y mantener el control territorial, teniendo que repeler constantemente las incursiones de las tribus selváticas.
Fue también el último bastión de los Wacrachucos, tras el avance arrollador de los incas sobre Tinyash. Por transmisión oral ha llegado a nuestra época la mítica historia de los valerosos hombres de Pueblo Viejo que impidieron durante seis meses el ingreso de las tropas imperiales por el paso de Ucurragra.
Cuenta Inca Garcilaso de la Vega, en «Comentarios Reales de los Incas» (1609), que el inca Túpac Yupanqui envió emisarios para requerir la paz y amistad de los Wacrachucos, pero los jóvenes que eran mayoría se negaron a rendirse, prefiriendo luchar en defensa de su suelo y su cultura: «aunque hubo muchos de parecer que recibiesen al Inca por señor, no se concertaron, porque la gente moza, como menos experimentada y más en número, lo contradijeron, y salieron con su porfía y siguieron la guerra con mucho furor, pareciéndoles que estaban obligados a vencer o morir todos, pues habían contradicho a los viejos».
Como era su costumbre, los guerreros incas habrían desarrollado un ataque en forma de tenaza, ocasionando gran daño especialmente por el sur y el norte (Chocobamba, Gochaj, Huaripampa), hasta conseguir la rendición.
Del relato de Garcilaso de la Vega se desprende que los incas se enseñorearon en las tierras de los Wacrachucos y su gran ejército pasó una temporada en la zona de frontera antes de lanzarse a la conquista de los Chachapoyas: «El Inca no quiso pasar adelante en su conquista, por parecerle que se había hecho harto en aquel verano en haber conquistado una provincia como aquélla, tan áspera de sitio y tan belicosa de gente; y también porque aquella tierra es muy lluviosa; mandó alojar su ejército en la comarca de aquella frontera. Mandó asimismo que para el verano siguiente se aprestasen otros veinte mil hombres más; porque no pensaba dilatar tanto sus conquistas como la pasada».
«A los nuevamente reducidos mandó instruir en su religión y en sus leyes y costumbres morales, para que las supiesen guardar y cumplir. Mandó que se les diese traza y orden para sacar acequias de agua y hacer andenes, allanando cerros y laderas que podían sembrarse y eran de tierra fértil, y por falta de aquella industria la tenían perdida, sin aprovecharse de ella. Todo lo cual reconocieron aquellos indios que era en mucho beneficio de ellos» («Comentarios Reales de los Incas», 1609, Primera Parte, Libro Octavo, Capítulo I).
Sobre Pueblo Viejo se tejen muchas historias. Entre ellas, la más verídica y de mayor vigor descriptivo es la de Donato Amador Híjar Soto:
«A los nuevamente reducidos mandó instruir en su religión y en sus leyes y costumbres morales, para que las supiesen guardar y cumplir. Mandó que se les diese traza y orden para sacar acequias de agua y hacer andenes, allanando cerros y laderas que podían sembrarse y eran de tierra fértil, y por falta de aquella industria la tenían perdida, sin aprovecharse de ella. Todo lo cual reconocieron aquellos indios que era en mucho beneficio de ellos» («Comentarios Reales de los Incas», 1609, Primera Parte, Libro Octavo, Capítulo I).
Según versiones orales, Pueblo Viejo fue invadido por hordas selváticas en una época que no se ha podido determinar. Se dice que los chunchos afilaron sus lanzas y flechas en un lugar cercano a la laguna Chinchaycocha, precisamente en la cueva de Afilanga, donde se observa numerosos cortes o marcas en las rocas; aunque bien pudieron ser también los soldados incas o los españoles los que afilaran sus armas allí. Sobre el particular, el profesor Andrés Gilberto Vidal Gabancho sostiene que, en la época de la conquista, los españoles que se posesionaron en Pueblo Viejo iban a la cueva de Afilanga: «Esta es la versión más aceptada porque las señales o muescas que hay en la roca, en su mayoría son cortes finos, huellas que fueron hechas al afilarse espadas, cuchillos y lanzas de metal» (Revista Marañón N.° 4, 2014 ). Por su parte, el investigador Merarí Salazar Campos indica que hay «siete Afilangas» en la región de Marañón: en Chinchaycocha, Yamos, parte baja de Chinchil, Haychao, bajada de Piso y dos en Condorgaga. «Son varios sitios hasta donde habrían incursionado los chontaquiros, teniendo como objetivo destruir las cruces y capillas de culto religioso católico; esto, en reacción al sistema opresivo impuesto por los españoles, que se adueñaron de las tierras, arrasaron con la cultura y la religión local, sometiendo a los aborígenes prácticamente a la condición de esclavos», precisa el estudioso.
La historia registra que, en 1542, el gobernador Cristóbal Vaca de Castro adjudicó el Repartimiento de Guacarachuco con 500 indios al encomendero Gonzalo de Guzmán, quien se estableció en aquella puna y mandó construir sobre las bases preincaicas un templo religioso y recintos de estilo español. Pero la estancia de los invasores blancos no duró, debido al clima muy frío y a la hostilidad de los rebeldes aborígenes que los atacaban por sorpresa.
En el libro «Huacrachuco, su historia y sus costumbres» (2012), el profesor Melanio Rojas Villaorduña sostiene que los Wacrachucos encabezados por los hombres de Tauripún (San Pedro) lograron expulsar a los «barbudos españoles» de Pueblo Viejo. Se retiraron a Yamos, que fue el primer pueblo colonial, y después, en 1548, fundarían la ciudad de Santo Domingo de Huacrachuco.
Es posible que la destrucción total de Pueblo Viejo haya ocurrido en tiempos del levantamiento de Ojanasca, cacique de los Tabalosos (Lamas, Moyobamba, San Martín), quien se rebeló entre 1653 y 1655 contra el abusivo poder español. Este jefe indio tenía influencia también sobre las tribus Chachapoyas— como los hibitos y cholones— situadas a orillas del río Huallaga.
«Ojanasca logró organizar un levantamiento de la mayoría de las tribus indias del flanco este de la montaña en contra de los españoles: los misioneros fueron muertos y quemadas las recién levantadas iglesias» («Incas y españoles en la conquista de los Chachapoya», Inge R. Schejellerup, 2005, p. 102).Sobre Pueblo Viejo se tejen muchas historias. Entre ellas, la más verídica y de mayor vigor descriptivo es la de Donato Amador Híjar Soto:
«A unos 15 Kms. de la ciudad de Huacrachuco, en la provincia de Marañón, Huánuco, como quien mira a la selva en plena cordillera oriental, se levantan los restos de una antigua ciudad preincaica y que los naturales lo conocen con el nombre de Pueblo Viejo, el antiguo Wacrachuco cuyos personajes usaron sombreros con astas de venado y tarugas, y que fueron feroces guerreros. Como esta marka servía de enlace entre la sierra y parte de la selva de Uchiza, fue como especie de un gran depósito, una despensa, donde acumulaban además de víveres grandes cantidades de tesoro y con ese objeto construyeron una fortaleza en esa alta montaña.
«Para ingresar a dicha fortaleza primero hay que hacerlo por el centro de una laguna, luego llegar a un camino, continuar por ella, pasar un río subterráneo y llegar a la ciudad fortificada. Es misterioso y hace pensar como los jefes preincaicos habrían podido acumular su tesoro en esa fortaleza difícil por cierto de llegar a ella. Muchas personas han tenido suerte de ver el subterráneo y su ingente riqueza y luego volverse loco y morir derramando sangre por la nariz. Y así seguirá siendo leyenda, las riquezas del subterráneo de Huacrachuco» («Raíces del folklore peruano», editorial Inkari, 1990, p. 92).
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* Informantes de Donato Amador Híjar: Casildo Hidalgo, 80 años, Llata, Huamalíes, Huánuco. Galindo Ocoña, 90 años, Huacrachuco, Marañón, Huánuco. Ladislao Espinoza, 90 años, Huacrachuco, Marañón, Huánuco.
* Informantes de Donato Amador Híjar: Casildo Hidalgo, 80 años, Llata, Huamalíes, Huánuco. Galindo Ocoña, 90 años, Huacrachuco, Marañón, Huánuco. Ladislao Espinoza, 90 años, Huacrachuco, Marañón, Huánuco.