domingo, 17 de enero de 2021

 


TIEMPO DE SIEMBRA 


Ha llovido anoche, el suelo comienza a sonreír...

Intenso el vozarrón que repite la garganta 

y firme el brazo fiero del arador. 

Garbosos los macizos bueyes

que abren surcos jalando el fálico hierro. 


Caen las semillas de una noble mano

a las celdillas sagradas de la tierra fecunda. 

Es el momento cero del alimento de mañana.

Su origen a partir de la vida encapsulada.  


Están viajando más nubes desde el mar

para formar las vivificantes masas grises.

Los campesinos recuestan su fe en las rayas.

Y es dócil la Pachamama: Regresan 

sus maduros hijos para crecer y multiplicarse.  


Cielo, tierra y ser humano entran en equilibrio. 

El tiempo de siembra corre a campo abierto,

pintando del mismo tono las chacras.

El paisaje está en feliz movimiento. 


© FGM. All rights reserved, 2021.



jueves, 14 de enero de 2021


 CHICOS EXPLORADORES [*]

Cuento
En la pequeña habitación junto a la huerta, el reloj biológico despertó al ingeniero Galarzé. Medio dormido su hijo le escuchó decir, cerquita al oído, que estaba saliendo y volvería para el almuerzo; instantes después, el efímero ruido de la camioneta pick-up sacudió la tranquilidad de Mamahuaje en esa hora seis del sábado. Óliver miró hacia la carretera y entonces se puso a imitar el sonido del vehículo moviendo su carrito de piedra por el horno de media luna, en tanto Cazador y Pantera luego de un par de ladridos quedaron enhiestos viendo alejarse la nube de polvo.
Conforme se iban levantando, salieron a la claridad doña Primi, Eulogia y las niñas de Piso. Pronto escaparía humo de leños de huarango por la chimenea y los pasos humanos cruzarían el puente, llegarían al río, darían vuelta por los corrales y la huerta, se acercarían a los cuartos y entrarían nuevamente a la cocina. De alguna manera todos en la casa resultarían en breve conectados con las tareas matinales adicionales: preparar un fiambre y dos pequeñas cargas.
A media mañana, cuando el balido de las cabras ya no se escuchaba, salieron el hondillero Casimiro y su hermana Anita rumbo a Huagana; Grizel y René se quedaron paradas en el patio, como prolongando la despedida con la mirada, mientras que Christian y Juaneco decidieron acompañar un rato a los viajeritos, desapareciendo muy entretenidos por la curva de la carretera. El niño llevaba frutas y yucas en un costalito que cubría el ancho de su pequeña espalda y era sostenida con pretina de lana en la frente; la niña del sombrero grande llevaba limones y naranjas, lo que podía cargar, en su mantita de bayeta azul.

-- Y a qué hora llegarán arriba?-- preguntó el niño de Lima, cuando los hermanitos cruzaron la acequia y tomaron el camino de subida hacia su pueblo de la altura.
-- Vamo llegar como en tres horas -- respondió Casimiro, volviendo la mirada, pero sin detener su paso por la cuesta.
-- De aquí no veo los eucaliptos que se ven desde el puente-- advirtió Christian.

-- No pue-- asintió Juaneco--. En esta dirección nomás están, yo conozco Huagana-- agregó luego, apuntando con el dedo.
-- ¡Chao Cashi! ¡Chao Anita! ¡Chao!
-- ¡Chau!
Casimiro agitó el brazo, girando apenas la cabeza; Anita solo les mostró su carita alegre.
Christian levantó la visera de su gorra y se quedó quieto un momento, mirando el andar de los niños de Huagana; de pronto soltó una pregunta:
-- ¿Por qué se llama Limón por acá?
-- Es que arribita hay una chacra de puro limón-- le dijo Juaneco--. ¿Quiéres conocer?. ¡Vamos, te muestro!
El rostro de Christian se iluminó de entusiasmo con la idea de conocer Limón y de inmediato siguió al morenito del temple, quien ya avanzaba por el camino marcado en la ladera. Al llegar al terreno, Juaneco aligeró el paso y desapareció entre los limoneros, mientras Christian llenaba sus pulmones con el olor a limón y observaba con singular admiración las filas de arbolitos, donde los cítricos estaban creciendo como escondidos, protegidos por las hojas color verde mate.
-- Contemos cuántas plantas hay-- propuso Christian, confiado en que dominaba la tabla de multiplicación.
-- Yo ya loy contao con el dueño. Es don Santos, un gentecito de Huaychao-- respondió Juaneco.
-- ¿Cuántas son?
-- Veintisiete.
-- ¿Estás seguro?. Contemos-- dijo Christian, caminando un poco por la chacra--; hay seis por el frente y cuatro hacia atrás, son 24, más tres de esa esquina... si pues, son 27.
A Juaneco le asombró la forma rápida en que el blanquiñoso contó los limoneros y quería decir algo, pero antes que pronunciara palabra Christian comenzó a moverse hacia la única casita del lugar.
Curiosearon alrededor de la vivienda de tapial, notando que la puerta de palos estaba asegurada con una tira de cuero y que el viejo techo de paja tenía un hueco. En eso estaban cuando un conocido animalito color amarillo verdoso pasó por encima de la zapatilla Sin Fin de Christian, asustándolo; Juaneco se rió bulliciosamente, provocando también la risa de su amiguito.
-- Esa lagartija no hace nada, corre nomás-- aseguró el bronceadito--. Culebra si asusta, poray tarán, entre piedras y espinas paran.
Habiendo recorrido todo Limón, terminaron junto a un ramoso árbol de huarango, delante del cual manaba un hilito de agua subterránea. Allí se sombrearon y refrescaron, aunque la aventura seguiría.
-- Allasito hay otro ojo de agua, sale más que acá-- mencionó Juaneco--. ¿Quieres conocer? ¡Te llevo!
-- Ya pue, ¡vamos!-- contestó Christian, creyendo que estaba cerquita.

Sin más demora Juaneco tomó la delantera, dirigiéndose al camino por donde media hora antes habían pasado los hermanitos de Huagana. Christian avanzaba emocionado detrás de su guía, viendo al principio solo un largo muro de piedra que delimitaba la chacra de Limón, pero después la impresionante flora silvestre de la yunga fluvial, que iba apareciendo ante sus ojos a medida que ganaba altura; eso era más de lo que antes había visto en Mamahuaje.
A campo abierto, Juaneco se salió del camino para buscar paulunchos, unos frutos esféricos que eran la delicia en esa tierra de los cactáceos, pero ya alguien se los había cosechado; Christian se quedó con las ganas de conocer y probar el pauluncho, pero estaba fascinado al ver tantos gigantones, cactus con brazos nudosos y en forma de candelabro, patis, calalines y otras especies de plantas que no conocía. Había vida vegetal hasta sobre las piedras.
-- Esos cactitos blanquitos le dicen «llullu cactus», porque son como cactus bebé, con pelusitas. Crecen encima de piedra.

-- Dime Juaneco, ¿esa planta que tiene como pelusas en las puntas, cómo se llama?-- indagó Christian, señalando la fibra verde claro que resaltaba en los tallos columnares de un tipo de cactus. 
-- Se llama chuná o barbasco, por las barbas que tiene. Esa lanita se cosecha para almohada.

-- ¿Y este que parece un barrilito con espinas?-- volvió a preguntar el costeñito, poniéndose de cuclillas junto a un pequeño y hermoso ejemplar de melocactus, cuya corona lucía floración fucsia.
-- A ese le llaman siete sabios. Mamá dice que es medicina, para curar del daño.
Juaneco tenía todas las respuestas en la punta de la lengua y las brindaba al paso entre sonrisas; él era un príncipe feliz en ese reino natural. Christian se alegró de tener un amiguito que conociera los nombres y virtudes de todas esas plantas.
Jugaban a contar los gigantones, los calalines o los barbascos; buscaban con la vista las pocas achupallas blancas o corrían a los patis para encontrar algún caracol. Ambos demostraban agilidad mental, pero obviamente el niño del temple se desplazaba más rápido por el terreno, sobre todo por los caminitos de cabra por donde no lo seguía su acompañante.
Por momentos, con el sol aproximándose a la hora once en la cúpula celeste, Christian sentía que estaba en el desierto deTexas, caminando como un vaquero sediento, cuya heroica sobrevivencia bebiendo agua de cactus recordaba haber leído en un librito de aventuras del viejo oeste, de esos con los que se entretenían los carreteros en su día de descanso. Sudaba y la ropa le quemaba; no era para menos, la temperatura bordeaba los 30 °C.

Notando que el blanquiñoso se quitaba repetidas veces la gorrita con la letra «C» para abanicarse, Juaneco se puso en el camino que conocía y dijo:
-- Vamos al ojo de agua, ya no falta nada pa llegar.

Era cierto. En menos de diez minutos asomaron a una quebrada cubierta de árboles coposos y matorrales. Juaneco decía que el ojo de agua estaba allí; Christian no podía imaginar ni cómo era el mentadísimo lugar, pero estaba entusiasmado con la sola idea de conocerlo.
Tras atravesar un caminito casi invadido por la planta rastrera pachacasha (espina de suelo), estuvieron frente a un hermoso árbol de suyo, el más alto y frondoso de varios que allí había, y a paso ligero entraron a la sombra de la quebrada. Lo primero que vieron fue un arroyuelo de aguas cristalinas y luego los centenarios troncos de varios suyos, torcidos y cruzados.
Pasado el momento de la primera impresión, el agua los atrajo. Uno se quitó los llanques, el otro las zapatillas, volaron también los polos y acto seguido se remojaron medio cuerpo, en una lagunita que había construido con piedras Eulogia, hacía tiempo ya; Juaneco contaba riéndose que la moza, de cuando en cuando, desaparecía de la casa y se e iba hasta el ojo de agua para bañarse, porque no quería que nadie la viera.
-- ¿Y dónde está el ojo de agua?-- lanzó su inquietud guardada Christian.
-- Por aquí, ven. De allí sale el agua-- le dijo Juaneco, haciéndole ver, detrás de algunos palos cruzados de suyo, el origen del arroyuelo y el punto exacto donde borboteaba el agua.
Christian se sentía satisfecho. Había sido fabuloso atravesar los terrenos del temple, bajo el sol inclemente, con la boca seca y llegar finalmente al fantástico lugar donde nace el agua. En esa parte del desierto de Mamahuaje el agua manaba del subsuelo, bañando dos gruesas raíces del principal árbol de suyo y allí mismo se originaba el arroyuelo.
-- Acá llegan a tomar agua toda clase de animales-- contó el morenito--. Las huertas que están cerca se riegan con esta agua.
-- Así, no-- dijo un tanto asombrado el de la tez clara--. ¡Ah!, es bien importante.
Una vez que se sintieron descansados y totalmente frescos, los chiquillos coincidieron en que ya era hora de volver a casa, aunque lo harían por una ruta diferente.
Juaneco propuso cruzar la quebrada y enrumbar por un sendero que decía conocer muy bien, asegurándole a su compañerito que saldrían pronto a la carretera; en realidad atravesaron una pampa de cactus y tomaron caminitos de cabra, faldeando y zigzagueando cuesta abajo por unas lomadas. Christian avanzaba lento por la bajada, no así el intrépido párvulo del temple, porque estaba acostumbrado a caminar por esos terrenos secos y escarpados. Así, seguidor y guía llegaron victoriosos a la carretera por la zona de Salinas.
-- Mira, esta es la piedra sal-- dijo Juaneco, tocando una roca blanquecina picada en varias partes por la mano del hombre.
-- ¡Sal de piedra! ¡Como de la mina de sal!-- exclamó Christian, recordando a don Moshe, quien les había contado de las minas de «oro blanco» en la montaña.
Carretera abajo ya rumbo al puente, Juaneco mostró al costeñito la piedra - cajón, una rareza natural que semeja un féretro de tapa plana. Aunque estaba apenas a dos metros de la vía, muchos caminantes ni se daban cuenta de su presencia y alguno que otro la veía solo como un bloque rectangular de piedra.
-- Aquí se echa Eulogia siempre que viene-- refirió Juaneco, recostándose en la piedra de cara al firmamento, cubriéndose del sol con la mano.
-- A ver, yo también me echaré-- pidió turno Christian. Se echó muy contento boca arriba, de costado, boca abajo, encogido, estirado, con los brazos abiertos o cruzados; con tantos acomodos hizo reír a su acompañante.
El río Huacrachuco fluía aparentemente tranquilo, curveando más pegado a la otra banda; los niños caminaban mirando por momentos la playa pedregosa. Hasta que llegaron a Carrizales, un humedal poblado de carrizos que al construirse la carretera había quedado dividido en dos; por ambos lados los carrizos altos y cortos, inclinados, erectos y curvos se movían suavemente brindando aire fresco.
Juaneco iba adelante tocando las ramas de los carrizos que sobresalían de la ribera. Por el otro lado, junto a la acequia, venía Christian con la vista más inquieta: miraba los carrizos por izquierda y derecha, las sombras y el agua que caía hacia el canal, pasando entre los carrizos enraizados en la pared de la carretera.
De súbito el niño de la gorrita marrón descubrió la imagen de la Virgen María en una ventanita perfecta, labrada en la cara lateral plana de una piedra gigante; tal fue su asombro que solo atinó a persignarse y mirarla con humildad.
La imagen religiosa estaba situada a más de dos metros de altura, inalcanzable; era una pequeña estatua de yeso finamente acabada: la mirada bondadosa, la piel lozana, la túnica interior blanca y el ropaje externo color celeste cielo.

¿Era real o una ilusión óptica la virgencita?. Un misterio total. Lo único innegable, demasiado real, es que la ventanita vacía la podía ver cualquiera.
Sintiendo la necesidad de compartir su insólito hallazgo, Christian alcanzó agitado a Juaneco para contarle lo que había visto y entonces retrocedieron emocionados.
-- ¡Oh, es cierto!-- exclamó Juaneco al verla, haciendo la señal de la cruz igual que Christian.
Permanecieron varios minutos contemplando en silencio a la virgencita, con las manitos juntas a la altura del pecho. Luego se persignaron y prosiguieron la marcha, hablando en voz baja, como muestra de respeto por el sitio sagrado.

-- Hemos tenido suerte de ver a la virgencita. Mi mamá dice que cualquiera no la puede ver. Y que no hay que andar contando -- comentó Juaneco.
-- Tenemos un secreto entonces -- expresó de manera solemne Christian.
-- Así es, un secreto que no contaré-- aseguró Juaneco. Dicho esto sellaron el pacto con un apretón de manos.
Mas abajo, cerca a la Cruz de pati, los chicos exploradores avistaron al pisino don Porfirio, el yesero, trabajando en la orilla opuesta del sinuoso Huacrachuco. Allá estaba, cerca de su chocita de palos y ramas, entregado en solitario a la dura jornada; lo vieron con la ropa y la cabeza blanqueada, apilando costales de yeso; de un momento a otro una cortina de polvo blanco cubrió su pequeño campamento, significaba que se había puesto nuevamente a moler el mineral.
-- ¿Ese señor vive ahí?-- quiso saber Christian.
-- Pasa días por acá y se va; hace varias vueltas con burro llevando yeso. Tiene su casa pasando el puente-- le informó Juaneco.
Así estaban conversando cuando comenzaron a escuchar el sonido del tractor oruga, al parecer pasando ya la Cueva de los loros. Juaneco pensó en el almuerzo que su madre tendría listo para los carreteros; Christian imaginó la sorpresa que se llevaría su padre al encontrarlo por allí, pero no se preocupó porque le diría la verdad: que estaba paseando y conociendo sitios con su amigo. Siguieron caminando, volteando de rato en rato para ver la máquina color ocre.
El ruidoso Caterpillar se acercaba lentamente, señoreándose por el centro de la carretera con el lampón a media altura. Detrás venían a pie y libres de carga los trabajadores de casco amarillo, naranja y azul. Y a lo lejos recién aparecía la Toyota blanca del ingeniero Galarzé, supervisor de obras del Ministerio de Transportes.
A la altura de la curva de Limón fueron alcanzados los chiquillos. El grueso tractorista y los demás carreteros se alegraron al verlos, pues les tenían especial cariño. Minutos más tarde el padre de Christian tocaba el claxon de su vehículo anunciando que iba a voltear hacia Limón; en segundos la familia de la carretera estuvo reunida y completa para llegar juntos a la casa de doña Primitiva.

(...)


[*] Continuación del cuento "Los chivitos hambrientos y don Moshe"









viernes, 11 de septiembre de 2020


 TORO DE CARNAVAL  -  HUACRACHUCO


En muchas partes del Perú el carnaval es una fiesta donde no faltan
 el agua, la harina, la pintura, los disfraces, las umshas, los concursos 
y un rey Momo o personaje principal. En Huacrachuco, sierra de Huánuco, 
la celebración es similar, con la diferencia que presenta un atractivo 
sumamente singular: el tradicional toro artesanal.

La presencia de este chúcaro y bailarín personaje es tan importante que sin él la fiesta sería  incompleta. El vistoso torito desarrolla la danza continua del Turu Pukllay (juego del toro), escuchando el llamado de un silbador y al ritmo de las flautas y cajas, entusiasmando a la gente a su paso. Lo que se vive en ese ambiente festivo del carnaval es mágico, solo posible con la intervención de algo que es único en el Perú, porque en ninguna otra parte se arman toros de este tipo.  


Su confección es sencilla. El cuerpo del toro lo forma una estructura triangular de palos y carrizos, revestida con tela blanca la mayor parte, el lomo con paño rojo, negro o verde nilo, y franjas laterales de color alternativo simulando las manchas. Atrás se cuelga un rabo de color dorado y en la parte frontal se coloca una cabeza con genuinos cuernos de toro; se le dibujan grandes ojos y se le da fino acabado a la trompa, de modo que pueda colocársele allí un poquito de hierba. Un cojinete de bayeta y paño sirve al cargador para levantar con la cabeza la estructura y darle vida al toro del carnaval [1].


Aparece por las lomas o baja de algún cerro, curioso, inquieto e indómito. Poco a poco, el toro artesanal es rodeado con cuidado, en tanto los chirocos comienzan a tocar las cajas, solo las cajas, espaciadamente: tum, tum ... tum, tum... Una dama le ofrece sal al toro, acercándose y alejándose, invitándolo a seguirla; con el deseo de lamer la sal el chúcaro la sigue. En esos momentos entra en acción un jovencito silbador provisto de un banderín blanco quien lo llama desde el camino, luego se le acerca y vuelve a silbarle corriendo hacia adelante, señalándole la ruta a seguir; el silbido largo u ondulante, indica al toro si tiene que bajar, subir o faldear. Cuando el toro está menos bravo, comienza realmente la música del carnaval, con los chirocos tocando sincronizadamente las cajas y las flautas llanas; es entonces que la gente acompañante se pone a bailar y el toro entra también en ritmo. Vuelve luego a escena la dama de la sal, llamada también la cantora o capitana, una mujer que entona melodías en quechua y secunda al silbador guiando al toro; por momentos se adelanta o se pone al costado, lo ataja impidiendo que vaya a hacer daño al maizal, a manera de engaño coge al vuelo unas hojas y se las ofrece para que el astado siga su marcha festiva.

El toro es la atracción principal del carnaval en los diferentes pueblos huacrachuquinos. Los vecinos lo siguen muy alegres, le ponen ramas, palos y tablas para que cruce las acequias y riachuelos; el toro hace reverencias, juguetea, piruetea, visita todas las viviendas, invita a bailar a toda la población, es el alma de la fiesta. Está presente cuando se trae el palo para la yunsa y se mantiene bailando cuando el árbol cargado de frutas y regalos cae. 

Un acontecimiento sin igual es el concurso de los toros en Huacrachuco, ciudad capital de la provincia de Marañón, donde se escenifica el típico carnaval con la yunsa y el original Turu Pukllay. Los vistosos toros en divertida competencia hacen su presentación con los chirocos, un personaje singular llamado "el viejo", el silbador, la capitana, el grupo de danza y el resto de su séquito en el estadio Mayobamba. Todos los pueblos participantes reciben regalos y  siempre hay un premio gordo para el mejor grupo.



EL CARNAVAL Y LA COSMOVISIÓN ANDINA


En general el carnaval andino es una fiesta en la que participa jubiloso todo el pueblo. Quien tumba la yunsa o umsha se lleva de regalo el "warco", un lote de variados productos de la tierra, asumiendo el compromiso de devolver al siguiente año una unidad más de cada fruto recibido y también el árbol cargado de regalos; esto simboliza la abundancia y la prosperidad que se irradia al entorno.

La celebración del carnaval trae consigo diversión, juegos, desorden, música, baile y emoción desbordante, pero es también una festividad de agradecimiento a la madre tierra por la buena cosecha y un compromiso de todos con el trabajo en el campo, para que el siguiente año la producción sea mejor. Contiene mucha carga simbólica, refleja la cosmovisión andina; así por ejemplo, la umsha o el árbol que se planta, adornado con serpentinas de diversos colores, espejos, cadenetas, y cargadito de toda clase de obsequios, simboliza la fe en tener el suelo fértil con las lluvias, asimismo una buena cosecha y la disposición para compartirla con la familia y amigos.

El toro de carnaval, la umsha y la gente que danza en la fiesta representan en conjunto la productividad (siembra, cosecha, ganadería, agricultura, actividad económica), la fertilidad (el árbol que se hunde en el suelo penetrando a la pachamama), la unión (la ronda), la sencillez y sana diversión (los trabajos en el campo se realizan en armonía y alegría), la complicidad en las tareas (los juegos inocentes), la unidad y complemento entre el ser humano, los animales, las plantas y la naturaleza entera.

Es pues una costumbre neta de Huacrachuco - Marañón. La tradición se renueva año tras año en los pueblos de Gochachilca, Shagapay, Nuevo Chavín, Cajapatay, Huachumay, Cruzpampa y otros.







[1] Artículo "Turu Pukllay de Huacrachuco", El Quinto Jinete, 25/01/2014,  https://el-goico.blogspot.com/search?q=turu+pukllay

Filmación: Herminio Payajo Sifuentes 

sábado, 5 de septiembre de 2020

MOLLY EN EL BRASERO

Cuento breve

Los insultos de un solo lado cortaron bruscamente la alegría de la reunión y se opacaron todos los asistentes. Molly trató de defender sus cosas, se abalanzó sobre el agresor casi llorando, pero una cachetada furibunda terminó con ella en el piso.

—Sí. La chu... me ha dolido para tener todo lo que tengo— reaccionó ella, armándose de un coraje que pocos le conocían.

Hombres y mujeres se quedaron estupefactos y al instante todos dirigieron una mirada de condena al visitante, quien cruzó raudamente el cuadrado de la casa hacia la calle. Luego volvieron a mirar a la madre soltera, pero no encontraron sus ojos ni su rostro; había desaparecido detrás de sus manos.

— Es un salvaje, destruyó todos los artefactos; ese vago que la dejó sola tantos meses con su niño, no tiene derecho a exigir moralidad ni decencia. El estúpido se siente burlado, cuando jamás le dio un centavo para que coma su hijo. Descubriéndola ante todos sólo demuestra lo poco hombre que es— fue el sesudo comentario de Alonso Fajardo, el recién graduado en La Católica, para quien ella seguiría siendo la señora Molly, la que siempre lo animó y apoyó con sus préstamos para acabar su tesis.

— Mejor nos vamos — le sugirió su enamorada. La pobre necesita estar más sola que nunca.

Alonso miró a Molly con profunda pena y salió lentamente, moviendo la cabeza de un lado al otro, apretando los dientes de impotencia.

— Sabía que esta era una puta. Siempre con buenos vestidos, zapatos de charol, dándosela de gran dama, con negocio propio. No es más que una zorra barata como le dijo su ex — susurró Sandra, la pindonga más asediada del vecindario, acercándose lo más posible al oído de doña Inés.

— No hables así— contestó la sexagenaria, con voz calmada pero ácida—. ¡ Tú no sabes por qué esta mujer eligió ese camino!.

Unos opinaron; otros, confundidos por sus propios pensamientos, sólo callaron. Salieron mudos de la casa donde minutos antes festejaban despreocupados. Atrás quedaban varios electrodomésticos destrozados, un equipo de sonido silenciado a la fuerza y una mujer con su pena.

Sólo una voz se impuso a espaldas de tantos cuerpos que huían por la oscura calle:

—Yo me quedo con Molly, porque soy su amiga...

viernes, 21 de agosto de 2020



EN OTRO LADO DEL MILENIO
Cuento breve

Al observar en su brazalete de uranio las imágenes de sus alumnos consumiendo aperitivos, se proyectó y los vio a todos alcanzando el estándar de cuerpo óptimo al cumplir los 25 años, tal como le pasó a él cuando a esa edad pudo tomar su primera píldora de energía mensual y ya no tendría que preocuparse por comer todos los días.
El profesor de 106 años les refirió su recuerdo en el anfiteatro, logrando captar el interés extra de los adolescentes por las materias que enseñaba: historia del futuro, arquitectura cósmica, biotecnología y metafísica. Al término de la clase, bebió un poco de agua y como cualquier elemento mayor de la sociedad superhumana se entregó al disfrute de la felicidad: primero en el campo del conocimiento, luego en las coordenadas familiares y después en el lujo de estar en libre albedrío por la naturaleza del mundo paralelo.


© FGM. All rights reserved, 2020.

 



CRAC FINANCIERO 

Cuento breve brevísimo

Paralizado en su pedestal, el magnate vio su mundo destruido. No tuvo tiempo para reconstruirlo.



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miércoles, 19 de agosto de 2020



 ELECCIÓN 

Cuento breve

Esperaban la misma línea, en el mismo paradero, a la misma chica. Ni se habian visto el uno al otro, hasta que bajó del bus la pelirroja y simultáneamente fueron hacia ella. Raiza se apresuró en abrazar a Mauricio. José Alfredo se quedó atónito; a un metro de él, la muchacha que amaba  besaba a otro. 

Ella no tuvo el valor para mirar a su amigo especial del barrio y,   empequeñecida,  se alejó con su enamorado. José Alfredo los siguió y no le importó interrumpir uno de varios besos que  veía con dolor. 

-- ¡Raiza, estás saliendo conmigo!. Tienes que elegir a uno de los dos.

-- Cómo que están saliendo. Explícame esto, amor.

La muchacha evitó que se pelearan en plena calle y acercándose a su amigo se sinceró:   «Él es mi enamorado. Me quedo con él».

José Alfredo pidió hablar con Mauricio y le dijo: «Te eligió a ti, he perdido; lo acepto. Desde hace años la amo y todos mis amigos en el barrio lo saben, por eso te pido un favor: no vayas por allá durante dos meses, en ese tiempo la olvidaré, les diré a todos que Raiza ya tiene su chico». Ambos sellaron el pacto con miradas perdidas y movimiento de cabezas; las manos no entraron en acción. 

Raiza y Mauricio se volvieron a unir en un prolongado beso, mientras que José Alfredo, muy alicaído, se alejó por un interminable camino esa noche.

Un año después, desde un bus, Mauricio vio a su ex enamorada Raiza embarazada y feliz, de la mano de alguien cuyo rostro recordaba bien; pensó en el amor, el destino y en los dos meses que le pidió José Alfredo, luego musitó lo que la memoria le dictó: «te eligió a ti, he perdido».


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domingo, 16 de agosto de 2020

¡YA ESTÁS EN EL SACO, PAQUETE!

Cuento

Olsen era un ganador. Hijo de un empresario de la industria del cuero, había incursionado con éxito  en la confección de maletas viajeras; tenía una docena de personas a su mando en la fábrica que tenía en Chacra Ríos y era dueño de una tienda en la avenida Rivera Navarrete donde se vendía toda clase de maletas, pero él no se dejaba absorber  totalmente por el trabajo; su pasión por el deporte lo rescataba siempre.  Con la temprana práctica del footing y otros  deportes  había desarrollado un cuerpo atlético, gallardía  y el carácter extrovertido.  A  simple vista no parecía empresario, pero sí un deportista, vaya si lo era: cinturón negro en kung fu, maratonista,  astro en las pichangas de fulbito en el Campo de Marte y el primer tablero aficionado en el Palacio de la Reina, un salón de recreo en San Isidro. 

Sus citas con el ajedrez  eran impostergables. Siempre llegaba a la cuadra 32 de la avenida Petit Thouars minutos antes de las tres de la tarde, todos los viernes; con casaca de buzo o una llamativa camiseta  Adidas, muy seguro de sí mismo, descendía de su Sedán rojo mostrando la sonrisa fácil a la señora que vendía periódicos frente al local de recreo comunal. Allí se había ganado el respeto de cuanto adversario lo había enfrentado; algunos lo consideraban un artista del juego ciencia, por su capacidad para crear celadas y jugadas de ataque profundo en el tablero de los 64 escaques. Movía  sus trebejos y comía la pieza adversaria con fineza, sin agresividad; solía jugar sereno, hasta que lograba realizar  la crucial jugada que anticipaba el inminente jaque mate, entonces rompía el protocolo para expresar su temible y memorable expresión: «¡Ya estás en el saco, paquete!».

Cierto viernes de noviembre, del año del mundial  Argentina 86, Manuel Olsen Bolaños  llegó al Palacio de la Reina dispuesto a entretenerse y ganar algunas partidas. Esa tarde, en el salón de los juegos  de ajedrez no encontró ningún retador a la vista. Como nunca, se sintió solo en su lugar preferido, solo como un general que vislumbra el panorama y los diversos escenarios de guerra en un mapa, solo ante las dieciséis mesitas dispuestas como campos de batalla donde permanecían inmóviles los pequeños ejércitos de blanco y negro. Él se vio solo en el recinto de sus victorias, pero su soledad no era absoluta: al fondo del local, en una mesita de la última fila, había un niño moviendo activamente las piezas en el lacado tablero. Olsen avanzó hacia él, solemne como un soberano que recorre el territorio conquistado y espera la mansa reacción del súbdito. Su acercamiento no llamó la atención en lo más mínimo al pequeño.

Samuelito Díaz estaba concentrado en su partida, aunque sólo jugaba contra él mismo. Era un niño de apenas nueve años al que le brillaban los ojitos cuando movía las piezas. Desde una prudente distancia, Olsen vio con disimulo la torre blanca que el niño colocaba volteada en el tablero y sonriendo con cierta ternura se fue a una mesa próxima, para esperar la llegada de alguien con quien jugar. 

Pasaron diez minutos y nada, cinco más y todo continuaba igual. El salón del juego ciencia donde Olsen había demostrado que podía moverse en tres mesas a la vez y dar mate a los tres reyes, estaba distinto; no había retador a la vista. Pronto centraría su atención únicamente en el chiquillo y no tardaría en abordarlo.

-- Hola jovencito. ¿Te animas a jugar una partida conmigo?-- preguntó con espontánea alegría Olsen.

El niño sorprendido levantó su carita inocente y luego de una pausa le contestó al desconocido:

-- Está bien, juguemos señor.

-- ¿Y cómo te llamas?

-- Samuel, pero me dicen Sadi.

-- Bien, Sadi. Yo soy Manuel Olsen.

-- ¿Has venido solo?

-- No. Mis amigos están jugando por ahí, afuera creo. 

--Viven cerca.

--Somos del barrio.

Allí estaban ambos rivales sentados frente a frente. Uno era espigado y cuarentón, el otro un menudito escolar. Olsen dominaba muy bien las aperturas, el medio juego y el final, tenía libros de ajedrez y gustaba de reconstruir las grandes partidas de los  campeones mundiales; cuando jugaba podía aparecer algo del ataque incisivo de Alekhine, la solidez posicional de Botvinnik, el instinto del cubano Capablanca,  la perfección del norteamericano Bobby Fisher,  el pragmatismo de Karpov o la proclividad al sacrificio de piezas de Kasparov, proclamado campeón mundial en 1985 con solo 22 años de edad; al menor descuido del rival, habría brechas y desarrollaba un ataque despiadado.  Samuelito ignoraba el background del adulto; nunca vio un libro de ajedrez  y  el único ajedrecista famoso que conocía por las noticias y admiraba era  el joven peruano Julio Granda, que recientemente había obtenido en Cuba el título de  Gran Maestro Internacional; para él el ajedrez era un entretenimiento, aunque también un juego de descubrimientos y desafíos, en el que lógicamente no le gustaba perder; tenía talento, le ganaba a todos los chicos y a veces a su padre, quien le daba consejos y enseñaba de manera divertida  todo lo que sabía  del deporte ciencia.   

-- Veamos -- le dijo entusiasmado Olsen, cogiendo  dos peones que procedió a revolver en sus manos por debajo de la mesita--.  Dime, ¿cuál mano prefieres?-- preguntó enseguida, poniendo a la vista los puños cerrados.

La señalada mano derecha del adulto se abrió y apareció el peón negro, lo que significaba que Sadi jugaría con las piezas negras y Olsen comenzaría la partida con las blancas. Entonces, ambos acomodaron en su campo los trebejos; en breve se rompería la paz y se iniciaría la guerra simulada,  el desplazamiento calculado de los combatientes de uno y otro bando con el fin de dar caza al rey contrario; el empresario sonreía, Sadi estaba algo tenso.

Sintiéndose tan mayor y superior al pequeño, Olsen le ofreció cortésmente:

-- Te doy un peón. O un caballo de ventaja, ¿qué te parece?

Sadi lo miró desconcertado, aunque no tardó en contestar:

-- No. ¡Nada de ventaja!

-- Ok. Como tú digas; jugaremos de igual a igual, eh-- dijo Olsen levantando varias veces las cejas, gesto que  logró desprender una leve sonrisa del niño.

Olsen dio inicio a las hostilidades avanzando el peón blanco de rey  a la cuarta casilla. Sadi respondió  colocando su peón de rey a la casilla seis, una salida «tímida» que su maduro retador relacionó de inmediato con la defensa francesa. Las blancas continuaron con  «d4» y las negras con «d5»; en este  momento, Olsen descartó la variante del cambio de peones porque no le convenía, también la variante del avance porque plantea un juego muy cerrado, en cambio se decidió por el clásico movimiento del caballo de dama a «c3».  Sadi miró fijamente la posición de las blancas y pensó un ratito en las posibilidades de avance de sus propias piezas; no quiso capturar el peón enemigo y replicó haciendo  saltar su caballo de rey a «f6».

Cuatro  jugadas más adelante, Olsen tenía un peón blanco en la casilla «g7», amenazando comerse  la torre negra y coronarse dama, con el consiguiente jaque al rey.  Aunque tapó la entrada al peón situando su torre en «g8», Sadi se vio en dificultades, porque la zona del enroque corto había sufrido gran daño; de los siguientes dos o tres movimientos del adulto y sobre todo de sus respuestas defensivas dependía la vida del rey negro. 

El fabricante de maletas se decidió atacar por la columna de torre lanzando su peón al cuadradito «h4», una invitación al cambio de peones. Sadi se quedó inmóvil pensando qué hacer; en un instante recordó a su padre diciéndole: «Cuanto más avanza un peón, es más débil», «si te ofrecen un peón para comer, desconfía»; pasaron casi dos minutos y seguía mirando el tablero, mientras su oponente aguardaba contento, ya que se sentía en una posición ventajosa; finalmente jugó: «Cc6», el caballo para amenazar el peón central.

-- ¡Chicos, vengan, Sadi está jugando con un señor!-- exclamó «el zancudo» Pedro, rompiendo el silencio en el Palacio de la Reina. 

Al momento se aproximaron a la mesita del conflicto lúdico Roberto «toto», Ángel «conejo» y Pedro, los amiguitos de Sadi; estaban emocionados, pero  sabían que debían guardar silencio. Olsen los vio con simpatía; el niño ajedrecista apenas sonrió al verlos. 

Cayó el peón blanco de «g7», pero otro peoncito intrépido, respaldado por  torre y alfil, llegó hasta «h6». La torre negra   quedó arrinconada e inactiva en la octava fila; si se movía, entraba el peón y se convertía en dama o torre, con lo cual las negras prácticamente perderían el juego. El ataque se hizo más incisivo con el desplazamiento de la dama blanca por la diagonal hasta «h5», aumentando la preocupación de Sadi, que se echó hacia atrás en la silla, miró al techo y luego volvió a ponerse frente al tablero, apoyando su rostro finito en la manito derecha. Entre tanto, Olsen vislumbraba la destrucción que podría causar en el campo enemigo y la posibilidad temprana de un primer «jaque al rey»; ya se imaginaba regodeándose  al decir esta vez: «¡Ya estás en el saco, paquetito!». 

Sadi pasó más de dos minutos concentrado, buscando los movimientos favorables que le permitieran controlar el ataque rival y a la vez poner a buen recaudo su rey;  no quería perder. Tenía muy  presentes los consejos de su padre: «ten paciencia, no te apures, piensa bien», «antes de hacer tu jugada mira todas las piezas del tablero, siempre». Movió su dama a la casilla «f6» y, sorprendentemente, en las siguientes jugadas ganó el peón central, jaqueó varias veces con la dama y logró realizar el ansiado enroque largo. Sus amiguitos murmuraban sonriendo, gratamente impresionados con el juego de las negras. 

Olsen no lo podía creer. Tenía el control casi absoluto de la columna de torre y un peón en «h7», pero su defensa había sufrido destrozos. Estaba realmente asombrado; miraba el tablero y miraba a Sadi, levantando las cejas como era su costumbre; pensaba: «es talentoso este pequeño». Era obvio que había subestimado a su «rivalcito» y se había precipitado con el avance de peones. Sin embargo, él era Olsen, el invicto en el palacio real,  podía en un par de jugadas cambiar las cosas a su favor, sabía salir de los peores aprietos; confiaba en su capacidad y estaba mentalmente convencido que no perdería esa tarde. Salió con «Th3», la torre entraba en acción para incomodar a la dama contraria.

Se comenzaron a escuchar cercanas voces graves. Eran dos personas mayores que, al reconocer a Olsen enfrentando a un pequeñín, sintieron gran curiosidad  por ver su juego; a pesar de ser curtidos jugadores, ambos habían sido vencidos por él en durísimas contiendas sobre el cuadriculado tablero de 8x8 escaques. Después  se sumaron al grupo varios adultos más, con igual interés. Los amiguitos de Sadi se sintieron afortunados de estar entre  tantos  ajedrecistas; los habían visto jugar antes, por eso los miraban con cierta admiración y respeto.

Cambio de caballos y crucial avance del peón negro por la columna «c»: Sadi se iba con todo. Hizo retroceder al alfil blanco y bajó su dama a la estupenda ubicación «b6», adelantándose a la pretensión blanca de doblar torres en la columna «g», que de haberse concretado hubiera determinado la victoria temprana de Olsen. Amenazada por el peón del centro, la torre blanca se movió a «a3», mientras el alfil negro tomó el control de la diagonal más importante, apuntando al corazón de la defensa del rey blanco. 

Los espectadores viejos movían la cabeza afirmativamente ante cada una de las jugadas de los contendientes, se susurraban un posible escenario siguiente, su lenguaje gesticular era variado: formaban la «o» con la boca, mostraban los dientes apretados, se tomaban la barbilla o la cabeza, en fin. Pero todos estaban admirados del ajedrez de Sadi. 

 En el tablero, la batalla entre los trebejos blancos y negros era a muerte. Fiel a su estilo aguerrido, Olsen incursionó con una de sus torres hasta «f7», ambicionando sacar una torre de ventaja tras coronar el peón. 

Sadi se puso tenso, se sintió en el centro de una plaza con todas las miradas encima; la torre blanca estaba arriba para  romper  fuego y obligar a la torre negra abandonar el escaque «h8», pero él tenía la fórmula para controlar la acometida: pensar un poco más. En sus pensamientos de idas y venidas, de recorridos visuales por el territorio del ensayo bélico, aparecieron como siempre los precisos consejos de su querido padre: «no veas solo un sector, mira todo el tablero», «antes de mover tú, fíjate en el siguiente movimiento de cada pieza de él». Y fue así como, en medio de la curiosidad general, el niño encontró la salida al problema: jugó la dama a «d3», movimiento que le permitiría más temprano que tarde retomar el control de la partida.

Se eliminaron las torres y aunque el alfil blanco se lanzó a proteger el peón de «h7», tal intento fue inútil porque las negras cerraron la entrada moviendo «f6f5». El panorama se puso gris para Olsen; en la siguiente jugada, la torre negra comió el peón pasado de «h7» y se acabó el ataque de las blancas.  

La solitaria dama blanca retrocedió a «f4» y Sadi respondió con la punzante «Th4!». Olsen estaba desconcertado, turbado por el buen juego del niño, se decía: «y ahora qué, Manuel Olsen; este chico simplemente elige la mejor jugada». El que se adelantaba mentalmente tres, cuatro, cinco jugadas,  estaba no solo en aprietos, sino a punto de ser vencido; su única chance de salvación era que Sadi cometiese un error garrafal, pero todo indicaba que eso no iba a ocurrir. 

La mano de un amigo se posó sobre el hombro del empresario del cuero y este escuchó en tono de comprensible resignación el susurro: «Ya estás en el saco...». Olsen lo miró raro, arqueando las cejas y haciéndole una mueca confusa que no era triste ni alegre.

La reina reculó una casilla más y sobrevino «Th1+», ¡jaque al rey!. El soberano blanco escapó momentáneamente a «f2», pero venía lo peor. En un desesperado contraataque Olsen jaqueó con la torre, mas el alfil negro protegió sólidamente a su rey. Se agotaron las esperanzas, las blancas no tenían nada más que proponer, sólo defenderse.

Al igual que su oponente, Sadi estaba tenso, pero muy seguro movió «Dh8!», la dama  respaldando a la torre negra,  jugada previa al inminente mate. Los presentes, niños y adultos, miraban nerviosos el emocionante final. El chico maravilla hizo un jaque contundente jugando «Dh4+», dejando completamente frío a Olsen, quien se tomó 30 segundos para aceptar que ya no había nada más que hacer; entonces, tumbó su rey en señal de rendición. 

--¡Ganó! ¡Sadi ganó!--festejaron los niños bulliciosamente.

-- Me has ganado. ¡Eres un campeón! ¡Te felicito!-- le dijo Olsen a Sadi, dándole la mano como todo un caballero. Pidió aplausos para la nueva promesa del ajedrez. 

Los espectadores aplaudieron muy contentos al niño prodigio, le extendieron la mano, lo abrazaron, lo levantaron en peso, alguno de ellos dijo: «aquí, hoy, ha surgido un campeón». En verdad todos lo elogiaron.

-- ¡Muy bien, jovencito!.

-- ¡Brillante partida, campeón!. 

-- ¡Qué buen juego hiciste. Eres un Rey!

Pedro, Ángel y Roberto se sintieron orgullosos de su amiguito Sadi y con más confianza lo agasajaron; no dejaban de palmearlo, levantarle los brazos, revolverle los cabellos, reírse con él: estaban locos de contentos. Repetían: ¡Ganaste Sadi, ganaste! ¡Lo hiciste, amigo!. Sadi apenas podía hablar, de tanto que lo enaltecían, pero le hicieron caso cuando dijo: 

-- Vámonos a casa, ya es tarde.

En tanto los jugadores viejos se emparejaban y tomaban posiciones en las palaciegas mesas de ajedrez, Olsen fue a despedirse de los chiquillos. Había perdido, pero estaba feliz; en ágil y espontáneo movimiento fue a su Sedán rojo y trajo un maletín de cuero que le regaló a Sadi y finas cartucheritas para sus compañeritos. Así, viendo la alegría de los niños, se sintió reconfortado y, levantando las cejas dos veces, reingresó al Palacio de la Reina con un insaciable apetito de victoria. 


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OLSEN vs. SADI

Defensa francesa variante McCutcheon

1.e4 e6 2.d4 d5 3.Cc3 Cf6 4.Ag5 Ab4 5.e5 h6  6. exf6 hxg5 7.fxg7 Tg8  8.h4 Cc6  9.h5 Txg7  10.h6 Th7 11.Ad3 Th8 12.Dh5 Df6 13.Cf3 Cxd4 (gana peón del centro) 14.Cxg5  Cf5 15.h7 Axc3+ 16. b2xc3 Dxc3+ 17. Re2 De5+ 18.Rd2 Df4+ 19.Re2 Cd6 20.Tae1 Ad7 21.Rf1 0-0-0 22.Th3 f7f6 23.Cf7 Cxf7 24.Dxf7 Tdf8 25.Dh5 c7c5 26.Tf3 Dd4 27.Rg1 c5c4! 28.Af1 Db6 29.Te3 d5d4 30.Ta3 Ac6! 31.Tg3 Ad4! 32.Tg7 c4c3 33.Tf7 Dd3 34.Txf8 Dxf8 35. Ta5 De7 36.Ad3 f6f5 37.Dh6 Txh7! (comió el peón pasado y se acabó el ataque de las blancas) 38.Df4 Th4! 39.Dg3 Dh7!  40.f2f3 Th1+ 41.Rf2 Df7 42.Tc5+ Ac6 43.Df4 Df6 44.g2g3 Dh8! 45.g3g4 Dh4+ [Olsen abandona] Se venía: 46.Re2 De1++ (jaque mate). 


TIPS BÁSICOS DEL AJEDREZ

* Desarrollar las piezas de manera que se apoyen unas a otras.

* Tratar de tomar las casillas centrales para controlar el juego.

* No sacar la dama temprano, porque la harán retroceder. Se pierde tiempo y a veces es un riesgo muy caro.

* Enrocar lo más pronto que se pueda. 

* No avanzar los peones sin que estén bien respaldados. Cuanto más avanza un peón, es más débil.

* No precipitarse, tener paciencia y pensar bien cada jugada.

* Antes de mover una pieza, observar todas las piezas del tablero, siempre.

* Fijarse cuál podría ser el siguiente movimiento de cada pieza.

* No concentrarse solo en un sector, mirar el tablero completo.

* Para romper una defensa, bien vale un sacrificio, pero éste debe ser bien calculado.