domingo, 30 de septiembre de 2018

Una mirada al rock 
SAICOS: EL BOOM ROCKERO DE LOS AÑOS 6O
 
En 1964 surgió en el Perú una banda de garage rock que actualmente es considerada la precursora del género punk: Los Saicos. Sin duda, fue la primera banda que dio el más estruendoso grito del rock peruano, en especial con su tema «Demolición», convertido ya en un himno; tal canción, de ritmo frenético y perturbador mensaje, es la expresión de pura rebeldía juvenil.

Los Saicos --nombre que resultó de eliminar la «d» de la palabra «sádicos»-- irrumpieron en la escena del rock and roll con un estilo completamente salvaje para la sociedad limeña de los años 60. Con solo 12 canciones en seis 45 RPM, grabados entre los años 1965 y 1966, la banda perennizó su nombre en la historia y se convirtó en leyenda, gozando hoy de merecida fama y reconocimiento mundial. 
 


¿Padres del punk? Los propios Saicos dicen que no: «Sólo fuimos cuatro chicos del barrio de Lince que queríamos tocar rock and roll; reventamos la pólvora, pero no la inventamos» (Pancho Guevara y Erwin Flores, En Escena-RPP).

La revolución musical fue obra de cuatro jóvenes de Lince: Erwin «El Loco» Flores Cáceres (segunda guitarra y voz), Rolando «El Chino» Carpio Ochoa (primera guitarra y coros), César «Papi» Castrillón Vega (bajo y voz) y Francisco «Pancho» Guevara Vargas (batería y voz). Ellos crearon canciones con una carga extra de energía que revolucionaron el rock nacional en los años maravillosos.
 
Al estar integrada por jóvenes aficionados a la música, se considera a Los Saicos cultores del garage rock, subgénero del rock and roll; y por sus canciones de contenido agresivo o transgresor, proto-punk, antecesor del género musical punk que apareció a mediados de los años 70. El legendario Gerardo Manuel, músico y recordado conductor del programa Disco Club que se transmitía por Canal 7, afirma: «Los Saicos. Increíbles. Para mí los punks de la protohistoria del rock» (Entrevista a Gerardo Manuel, 2 a la N, por Carlos Cornejo, publicado en YouTube el 22-08-2012).

Según el comunicador Wili Jimenez Torres, quien es un incanzable difusor de la actividad musical y ha realizado una prolija investigación sobre los orígenes del pop y rock en el Perú, Los Saicos «son una banda de rocanrol más cercana, por su sencillez y crudeza, al rock de garaje que al punk, que es más una actitud, actitud que no encarnaban» (La leyenda que quiso ser realidad, saicos.lamula.pe).

Los temas de Los Saicos son inauditos, sonoros y excitantes. En «Demolición», la letra es pegajosa y notablemente agresiva: «Tatatata...Yayayaya... / Echemos abajo la estación del tren / Echemos abajo la estación del tren / Echemos abajo la estación del tren / Echemos abajo la estación del tren / Demoler, demoler, demoler, demoler / Echemos abajo la estación del tren / Demoler, demoler la estación del tren / Demoler, demoler la estación del tren / Tatatata...Yayayaya... [...]».
 
La canción «Salvaje», que alude al potro cerril (indómito), tal vez por influencia del cine western, tiene ritmo electrizante: «Salvaje es un potro cerril / Aaaaaah, ¡ya!, ¡ya!, ¡ya!, ¡ya! / ¡Salvaje! Salvaje, salvaje (en coro) / Veloz como el viento. Veloz como el viento (en coro) /  Los cascos de acero. Los cascos de acero (en coro) / Mas yo lo lacé. / ¡Salvaje! Salvaje, salvaje (en coro) / Me echa de la silla. Me echa de la silla (en coro) / Trata de patearme. Trata de patearme (en coro) / Me quiere matar / ¡Ya!, ¡ya!, ¡ya!, ¡ya! / Salvaje, oh, ¡ya! / Salvaje, oh, ¡ya! [...]». 

De similar modo, en «El entierro de los gatos» llama poderosamente la atención la metáfora y el mensaje insólito: «Ha muerto el gato mayor / Ha muerto el gato mayor (coro) / Ha muerto el gato mayor / Ha muerto el gato mayor (coro) / ¡Yaaaaaaa! / Lo llevan a enterrar. Yaaa!, ¡yaaa!, ¡ah! / Lo llevan a enterrar...¡Oooooh!/ Ahora, yo he de mandar. ¡Yaaa!, ¡yaaa!, ¡aah! / Seré el gato mayor. ¡Aaaaa! [...]».

Y así, de ese estilo musical lleno de energía que invita a mover el esqueleto, son también los otros nueve temas: Fugitivo de Alcatraz, Camisa de fuerza, Come on, Intensamente, Ana, Cementerio, Besando a otra, Te amo y Lonely Star.  


JOYITA DEL ROCK PERUANO : EL MONSTRUO

En los años 60 del siglo pasado, hubo una banda de garage rock que hizo casi tanto ruido como su contemporánea Los Saicos, llegando a ser la primera en grabar un LP de rock en el país. La legendaria banda peruana se llamó Los Shain's, cuya primera voz fue temporalmente el mítico Gerardo Manuel, fundador de varias otras bandas (Los Dolton's, The Pepper Smelter, Gerardo Manuel & El Humo) y conductor del programa pionero de música Disco Club.

Pensamiento guía: "El rock es cultura" (Gerardo Manuel)
Banda: Los Shain's
Álbum: El ritmo de Los Shain's (IEMPSA, 1965, 14 canciones)
Tema: El monstruo
Género: Rock
Subgénero: Garage rock


MELCOCHITA : EL ROCKERO RELOCO 

El actor cómico y músico Pablo Villanueva, más conocido como Melcochita, incursionó accidentamente como cantante de rock a fines de los años 60. Sucedió cuando la afamada banda Los York’s decide dejar a la disquera MAG, con la cual había estado los años 1967 -1968, y firma un contrato más ventajoso con la disquera El Virrey.


El caso fue que Los York’s habían dejado algunas pistas grabadas y MAG, en un vano intento por retener a la banda, buscó desesperadamente un loco más loco que el vocalista del grupo Pablo Luna para editar el material; el reloco contratado para el LP apócrifo de Los York’s fue Melcochita. MAG lanzó el disco con el título Los York’s 69, que contiene doce temas locazos, entre los cuales destaca El loco.
 



DISCO CLUB, NUESTRO CLUB

Fue un programa pionero en la presentación de videoclips musicales que rápidamente se convirtió en un boom televisivo, llegando a alcanzar 43.5 puntos de rating, pico histórico de sintonía que nadie ha superado. Conducido por el mítico Gerardo Manuel, integrante y fundador de varias bandas de rock, Disco Club nació en Canal 7 (TV Perú) el 17 de noviembre de 1978.

Previamente, en el mes de junio, había aparecido el innovador formato del programa musical con el nombre FM7, que se emitía sin mayor pretensión, a ver si pegaba, una vez a la semana, los jueves a las ocho de la noche; y pegó con tal fuerza que se convirtió en un programa diario: Disco Club.

El carismático Gerardo Manuel, muy informado de las tendencias musicales y recientes estrenos, hizo llegar temas selectos de rock y otros géneros musicales a todos los rincones del Perú, acuñando su célebre frase: "el rock es cultura". También se convirtió en una estrella televisiva muy admirada, fama que va más allá de los 25 años que se mantuvo el programa en la televisión. En su legión de seguidores se hallaban niños, jóvenes y adultos; por ello la presentación y despedida del programa eran mensajes compendiosos y vitales:

"Durante los próximos minutos, miles de canciones serán escuchadas alrededor del planeta que expresan diferentes vivencias y estados de ánimo. Unas serán tristes, melancólicas, otras alegres y vibrantes, pero todas de algún modo reflejan nuestras propias vidas; nosotros formaremos parte de ese desfile interminable. Los invitamos a acompañarnos en otra reunión de nuestro club: el Disco Club" (...)

"Hasta aquí nuestro programa de hoy. A mis amiguitos, pórtense bien, tomen toda su leche; y a nuestras amigas y amigos, buenas noches esta noche".


¿QUÉ PATRIA ES ÉSTA?
   
El grito de la legendaria banda S de M sigue vigente.

Entre los años 1982 y 1983 surgió en Lima una vertiente del rock and roll conocida como «movida subte» o rock subterráneo, propuesta contracultural impulsada por jóvenes que desde la música asumieron una posición crítica al sistema. El estilo musical, cercano al punk rock, era contestatario y marginal, por ello no tenían espacio en los circuitos comerciales, sus seguidores eran un puñado de jóvenes y sus presentaciones eran discretas, casi «caletas», en las universidades.

Los años 80 tenían los condimentos suficientes para estallar: crisis económica, desigualdades, injusticias, pobreza extrema, terrorismo, represión, corrupción, etc. Aunque había miedo y desconfianza, las voces de protesta se hicieron escuchar; así ocurrió con los jóvenes que tomaron los escenarios para manifestar su rebeldía y rechazo al sistema; los registros musicales desde el rock subterráneo son claras respuestas de la disconformidad de los jóvenes ante la realidad social convulsa y contradictoria, que no les ofrecía oportunidades. Con escasos recursos, las bandas subtes (Leusemia, Narcosis, Guerrilla Urbana, Zcuela Crrada,  Autopsia, Sociedad de Mierda, etc) introdujeron su ruido musical y el mensaje crítico de impacto social.

Sociedad de Mierda (S de M), por ejemplo, creó estridentes canciones que eran reflejo fiel de la cruda realidad y, quien lo diría, continúan siéndolo hoy. Estuvo integrado por Saúl «Omiso» (gritante),  «Wili» ( Wili Jiménez Torres, guitarra), Pedro «Tóxico» (bajo) y Ricardo «Antituco» (batería), chicos con agallas para expresar ruidosamente su disconformidad con el sistema; y es que S de M gritaba, literalmente gritaba, la verdad.


El caso de esta banda es peculiar, ya que ha sido y es materia de estudio, la mencionan en libros y hasta le han editado un disco en USA (2017); se puede decir que continúa vigente. Su nombre tiene un lugar en la historia del planeta música, a pesar de su corta existencia, menos de dos años, y solo dos canciones emblemáticas: ¡Púdrete pituco! y ¿Qué patria es ésta?.

A continuación la letra del tema que es como un himno del rock subterráneo:

¿QUÉ PATRIA ES ÉSTA?

¿Qué mal tiene el Perú? / Si contestar no puedes tú / te lo diré, pero recuerda… / ¡Tiene una sociedad de mierda!

¿Qué patria es ésta?/ Donde un ser humano es igual a un perro / si no es explotado es desocupado / si no es desposeído es marginado.

¿Qué patria es ésta?/ Donde los que dicen la verdad / los creen locos, subversivos o cojudos / los callan, exterminan o jubilan.

¿Qué patria es ésta?/ donde la economía es dependencia / donde la salud se comercia / donde la juventud sin futuro está.

¿Qué patria es ésta?/ Donde la justicia nunca llega / donde el fiscal y el policía roban igual / donde militar y subversivo asesinan por igual.

¿Qué patria es ésta? / Donde unos hijos de puta / vendiendo y robando / jugaron a “la conquista del Perú”

¿Qué mal tiene el Perú? / Si todavía no lo sabes tú / te lo diré, pero recuerda… / ¡Tiene una sociedad de mierda!

(Letra: Wili Jiménez Torres. “Música”: Sociedad de Mierda, 1985)

 

 

miércoles, 15 de agosto de 2018

¡TRINCHUDO!
Cuento
  
De niño insolente a gerente de una importante empresa exportadora, fue largo el salto que tuve que dar desde la escuela pública. Atribuyo el mérito a SAS, mi querido calvito SAS, de quien recuerdo sus enseñanzas, su ejemplo de vida y una anécdota agridulce que me rescató del mal comportamiento y me puso a estudiar como se debe, marcando el camino correcto para llegar a ser una buena persona.
 
--¡Pelao... pelao! -- era la martirizante voz que resonaba solitaria en el salón.

 El profesor volteó y sólo se encontró de cara con el silencio. Sabía que la voz provenía de las últimas carpetas, pero no podía saber todavía de quién era. El niño no se dejaba ver, su voz también se escondía del profesor. Ochenta veces repetía la misma palabra. Otros niños comenzaron a repetirla también y se hizo costumbre decirle «pelao» al maestro.

Al principio SAS no le dio mucha importancia, porque era calvo, pero cuando los niños hacían coro y celebraban la chanza de salón, una insolencia a sus espaldas, él comenzó a reaccionar mostrándose adusto;  la palabrita «pelao» estaba perturbando la clase y él se había convertido en el hazmerreír del aula.

La burla se iniciaba con una voz, la primera voz que los pequeños sabían de quién era, luego le seguían dos y tres voces, después eran casi todas las voces del aula repitiendo la misma palabra; el maestro volteaba a mirarlos y todos enmudecían, se volvía hacia la pizarra y la misma palabra empezaba a imponer su ley en el aula. El maestro trataba de contener su desagrado ignorando la broma, haciendo oídos sordos a la palabra que escuchaba cada vez que le daba la espalda a sus alumnitos; percibía el murmullo cada vez que salía del salón y cuando regresaba.

--¡Ya nos fregó el pelao!-- comentó Manolo, cuando vio al profesor conversando con el director del colegio en el patio de recreo, a poca distancia del aula.
 
Pero el profesor trataba de otros temas con el director. Los niños se tranquilizaron cuando ambos educadores se despidieron sonriendo y dándose la mano.
 
-- ¡Ya viene el pelao!-- alertaron al resto los inquietos Pedro, José y Miguel, quienes habían estado aguaitando por la ventana.
 
El maestro SAS era de buena formación: siempre estaba mpecablemente vestido, caminaba tranquilo y saludaba a sus colegas con ese trato cordial que caracteriza a los caballeros. Era muy creativo y paciente en la enseñanza, ya partía manzanas o panes para tratar de los quebrados, ya estaba organizando grupos de teatro para escenificar un episodio de la historia inca, ya sorprendía a sus chicos con un dictado, un problema a resolver «solo por genios», un percentil ortográfico o venía con la noticia de diseñar una camiseta propia para participar en el campeonato escolar. Pero también era recto y muy duro, cuando lo sacaban de sus casillas.
 
Cierto día estaba escribiendo oraciones en la pizarra para identificar con los niños el sujeto, el predicado, el verbo, el sustantivo y el adjetivo, cuando la vocecita de siempre comenzó a molestarlo nuevamente.
 
-- ¡Pelao...!-- se escuchaba primero en tono bajito, tímido, como si la palabrita estuviera contenida en la garganta y escapara despacito.
 
-- ¡Pelao...!-- la misma palabra estaba de nuevo en el aire, más clara.
 
-- ¡Pelao... pelao... pelao!-- la voz infantil salía libremente desde el fondo del salón, motivando las sonrisitas cómplices.
 
 ¿Quién era el pequeño que le hacía escuchar el insulto con repetición?. ¿De cuál de sus niños era aquella primera voz que iniciaba la broma de mal gusto?. No había motivo para que le falten el respeto. ¿Por qué se burlaban tanto de su calvicie?. Acaso, ¿se trataba de un motín en su aula?.
 
Día tras día el «pelao...pelao» estaba presente, en distintos tonos. Semana tras semana era infaltable en la clase. Llegó un momento en que el «pelao...pelao» general era inmanejable y desmoralizador. Los brigadieres del aula podían señalar a varios culpables de burlarse del maestro; SAS nunca les pidió los nombres. Una mañana la indiferencia quedó atrás, la paciencia de SAS se agotó.

-- ¡Pelao...!-- otra vez la misma vocecita inicial.

SAS se concentró en que el segundo «pelao... pelao» no tardaría en emitirse. Tenía varios sospechosos, hasta intuía quién podría ser el gracioso, pero no estaba seguro. Continuó escribiendo en la pizarra, calculó el tiempo en que vendría el segundo ataque verbal y apenas escuchó la primera «pe» dio la vuelta. No necesitó preguntar a nadie, él supo de quién era la voz; caminó rápidamenta hacia las últimas carpetas y fijó la mirada de reproche en el culpable.

-Trinchudo, trinchudo!-- le dijo zamaqueándolo de los hombros--. ¿Te gusta tu apodo, Aníbal? ¡Trinchudo!-- exclamó, con una voz que lastimaba.

El educador llamó a Luis y a Eduardo, los brigadieres. Mientras el asustado Aníbal era conducido al frente, el miedo aquietó a los demás en su carpeta, porque de alguna forma se sentían cómplices, todos alguna vez habían proferido el burlesco «pelao...pelao».

Aníbal sintió vergüenza y remordimiento por haberse burlado durante tanto tiempo del profesor. Se vio minimizado ante sus compañeros; él, que no perdía ocasión para burlarse de los otros niños; él, que se sentaba siempre atrás porque allí se sentía poderoso, inalcanzable, con capacidad para controlar todo y a todos; él, a quien sus padres lo engreían en casa y complacían todos sus gustos. Comenzó a recordar sus culpas y errores garrafales; era objejo de censura, estaba a punto de ser castigado y quedar caricaturizado ante la clase; mirando al resto, cayó en la cuenta de que él mismo se había construido una imagen repulsiva y que no estaba bien ir al colegio a pasar el tiempo, a portarse mal, ni creer que un chico es invencible desde las últimas carpetas.

Todo en esa mañana había sido diferente para Aníbal. Al levantarse se encontró con que se había terminado la brillantina para su cabelllo y no le gustaba aplicarse la vaselina Reuter de la abuela; no tuvo buenos pensamientos para su hermano mayor, quien también se echaba el aceitillo para asentar sus cabellos. Y así, con el cabello hirsuto, mostrando algunos pelos rebeldes bien parados, se fue al colegio, donde le iría peor: lo pescarían y recibiría un escarmiento inolvidable.

Cuando el que menos pensaba que le haría sostener una piedra de regular tamaño en cada mano, manteniendo los brazos abiertos, durante media hora -- algunos de los chicos ya conocían ese castigo, incluso recordaban el temblorcillo corporal que causaba el cansancio de los bíceps y el enrojecimiento de su tierno rostro por no poder soportar más el peso de las piedras--, el profesor se decidió por un castigo más severo:

--Cárgalo-- le dijo al subrigadier Eduardo, que era el más robusto y altito del aula.

El subrigadier, que lucía un cordón rojo colgando del hombro, inclinó entonces el cuerpo para cargar a su malcriado compañero; este, rendido, le entregó sus manos para ser sostenido en lo que durara el castigo. El bajito brigadier Luis, que usaba el tradicional cordón trenzado de colores rojo y blanco, se quedó patitieso junto al escritorio del docente.

Los demás niños miraban asustados lo que ocurría. SAS se sacó la ancha correa de cuero que usaba; el delgado Aníbal se estremeció ante la hevilla de bronce más grande que jamás había visto. El silencio era absoluto; los dos niños y el adulto sabían cual era su rol inexorable esa mañana de junio de 1976. El maestro puso la hevilla en la palma de su mano derecha y ajustándola con dos vueltas del largo cuero tomó posición de ataque, situándose de costado y a un metro de distancia de las nalguitas. El pequeño culpable, colgado en la espalda de Eduardo, resignado, cerró los ojos tristes para aguantar en silencio y a oscuras el inminente correazo; fueron varios segundos de suspenso en el salón, un largo momento de angustiosa espera para Aníbal, quien al abrir tímidamente los ojos llorosos encontró el perdón: la gran hevilla cayó al piso con su cola de cuero y las manos del maestro SAS terminaron abrigando su angosta espalda. No hubo correazo ni dolor, pero sí comprensión, respeto, ternura y amor.

Aquel día la vida de todos tomó una nueva dirección. La palabra «pelao» fue expulsada del aula para siempre y el maestro calvo se ganó un lugar en el corazón de Aníbal y del resto de sus alumnitos. En adelante las clases fueron seguidas con mayor atención y el grupo entero del quinto grado destacó en las actuaciones, en el fútbol chico, en los concursos de dibujo y matemáticas.

Aníbal, poco a poco, fue tomando la costumbre de sentarse en las carpetas del medio para asimilar mejor las lecciones; sin perder su natural alegría, se volvió más respetuoso y aplicado; la mayor sorpresa se la daría el maestro Saúl Acevedo Salas (SAS) al finalizar el año siguiente: el quinto diploma de aprovechamiento y conducta.

Cambió Aníbal, cambié yo.




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