viernes, 28 de octubre de 2016

TELAR A PERCHA: LA HERENCIA QUE PERDURA



El telar a percha o de pedal es una máquina que no pasa de moda, porque permite crear telas compactas, de diversa textura y medida, con infinidad de motivos y en diferentes calidades de hilo. Los artesanos que las manejan son herederos de un arte textil aprendido y perfeccionado de generación en generación, son verdaderos maestros en el oficio de cruzar los hilos de la trama y la urdimbre; alcanzan una increíble sincronización de movimientos: una mano toma la lanzadera, la arroja por la calada y la otra mano la recibe en el lado opuesto; el golpeador de peine fija el tejido y comienza el juego alternado de pedales (4) que controla el cruce de perchas (4), siempre con la lanzadera en acción. En muchos pueblos del Perú hay maestros del telar cuya producción textil causa admiración.


Así, encontramos en Huacrachuco (Marañón, Huánuco), un artesano que crea en su telar a percha lindos ponchos, mantas, colchas, alforjas, etc. Elabora los tejidos con hilos de lana de oveja que preparan hilanderas del lugar; de acuerdo a la necesidad, fabrica bayetas que luego tiñe o utiliza directamente hilos de color, teñidos ya sea con agua de vegetales hervidos o anilina. Su nombre es Marcio Miguel Morillo (47), quien inició su relación con el tradicional telar a los quince años, ayudando a su padre Santos Miguel Tarazona, en el taller que tenían en el paraje conocido como Ponto.

Al igual que sus hermanos Joaquín y Donata, aprendió rápidamente a manejar la «qallwa» (telar a mano) y comenzó a conocer los secretos para obtener los diversos colores utilizando vegetales. «El verde se obtiene de la cáscara de yamaisho, en un solo hervor; del mismo yamaisho, en tres hervidas, se obtiene el azul. El negro se obtiene hirviendo un kilo de pepas de arrayán con nogal, barro negro y ceniza. El amarillo sale del chinchanco (toda la planta). El anaranjado, del gawintso (parecido a la mullaca) más chinchanco. Cualquier color sale, por ejemplo el color melón que es muy pedido para el poncho sale de hervir cáscara de molle con cáscara de aliso y unas cuantas hojas de nogal», cuenta.

Parte del proceso de aprendizaje con su padre fue acompañarlo a traer el colorante denominado "pacho" (tierra de color azul y negro) de la mina ancashina de Gachpis, anexo de Ocopón, en el distrito de Parobamba, provincia de Pomabamba, Ancash. Eran los años ochenta, última etapa del boom comercial de la anilina, producto muy solicitado para teñir de azul los tejidos, pero escaseaba el dinero.

Le tomó años convertirse en el hábil, emprendedor e innovador artesano que es hoy. Su arte fue desarrollándose día a día en el telar, casi sin que se diera cuenta. Él mismo maduraba como tejedor y tomaba real conciencia de ser el continuador de un legado cultural tan importante; a la par, mejoraba la calidad y diseño de sus tejidos, utilizando hilos de lana local, lana merino o sintéticos, según la preferencia del cliente. A nivel personal también se dieron los cambios: eligió esposa y se trasladó de Ponto al barrio Los Claveles, cerca del centro de Huacrachuco, donde tiene actualmente su taller.

Con el brillo en aquellos ojos achinados que guardan armonía con su agradable rostro mestizo, nos dice que sus conocimientos en el arte textil tradicional se deben a que fue perseverante. Superó la línea de base elemental de la confección del tejido, dominando el cordellate (zigzag) y el tucupañawin (ojo de tuco, rombo), y después descubrió su talento innato para reproducir figuras más complejas. Aprendió a elaborar el diagrama a cuadros, como elemento auxiliar del telar, técnica que le permite formar dibujos perfectos en el tejido; es un maestro tejedor que nos hace ver su arte como lo más sencillo del mundo: «con la percha ‘hanan labor’ [labor superior] se teje fácilmente en dos colores, en dos caras, sale cualquier dibujo, paisaje, aves, flores, letras, nombres, rostros, etc».

Don Marcio Miguel es también profesor de danzas costumbristas y un músico polifacético. Toca violín, guitarra, charango, zampoña, saxo, trombón, clarinete, batería, caja, quena, flauta roncadora; interpreta diversos ritmos de baile, como huaino, chimaychi, chuscada, vals, polka, rumba y cumbia. Con su paisano y gran amigo Absalón López Casiano integra "Los chirocos de Marañón", cuyo repertorio musical en variados ritmos ha causado sensación en los pueblos de la sierra y selva donde la dupla se ha presentado.

Términos usados:
Calada.- Espacio por donde pasa el hilo de la trama.

Lanzadera.- Pieza del telar, alargada y puntiaguda, que lleva un carrete de hilo en su interior y que usan los tejedores para tramar.
Qallwa.- Instrumento de madera que se usa para tupir los hilos del tejido.
Trama.- Conjunto de hilos que, cruzados y enlazados con los de la urdimbre, forman una tela.
Urdimbre.- Conjunto de hilos que se colocan en el telar longitudinal y paralelamente para formar un tejido.

viernes, 2 de septiembre de 2016


IDILIO DEL EXPLORADOR

Desde nuestro fondo, sin aviso ni reservas,
han salido  a coquetear y conquistar
seres intensamente naturales,
criaturas liberadas de su camisa de fuerza,
sin horarios, prejuicios  ni moldes impuestos.
Iluminan todo lo que miran,
suavizan todo lo que tocan,
hacen música con todo lo que escuchan;
no es posible el retorno,
porque han tomado las rutas del Sol y de la Luna,
y ya van de la mano tras el aroma de la felicidad.

Los colores descansan tranquilamente en las cosas
y de pronto vuelan serpentinas de carnaval.
Nos estamos enamorando
al excitar la timidez de las vizcachas,
al devolver las truchitas al río,
al buscar los corderitos ausentes del rebaño,
al ser capturados por la quietud de los patos
en ignotas lagunas andinas.

Venimos de la Costa, tú del Sur y yo del Norte,
ambos exploradores tenaces
que no hicimos nada para encontrarnos
y nada haremos para dejarnos.
Nuestro idilio es un hijo natural
que vieron nacer en un rito los guías quechua.
Somos turistas recorriendo los caminos
de sentimientos cardinales.
Sobre oleadas de alegría y deseo,
vamos nombrando los tesoros sobre tierra,
añadiendo ciencia a la lectura de los mapas.

De día, de espaldas a los glaciares,
miramos
la atrevida unión de las tierras
y la fértil presencia del campesino.
Levitamos,
tocados por la belleza y la paz
que nos llega de ese pedazo de naturaleza.
Cortamos
en un instante de osadía
la franja de mar que vemos como frontera.

De noche somos libres,
de volar, de cantar, de perdernos,
de recogernos en un abrazo
y atravesar felices el planeta
hasta avistar cometas, astros y constelaciones.

Aún no hay beso,
es mejor, que llegue tarde,
para gozarlo en su largueza envolvente,
tras el más sincronizado cierre de retinas.

No somos del Ande
pero ya pertenecemos aquí,
pues el amor de dos
tiene siempre su  espacio allí donde nació.

© Florencio Goicochea M., 2016.
 

jueves, 1 de septiembre de 2016



 ÚLTIMA FRONTERA

He llegado al final del gran camino.
Mirando mis huellas reconozco
la línea torcida que he marcado.
Admito que la mayoría de curvas tomadas
fueron para ir al encuentro de la suerte,
supervivir con dignidad,
y conocer las fronteras humanas.
Celebro y sufro en el recuento de errores y aciertos,
he tenido momentos de gozo y de infelicidad,
no hay equilibrio, no puede haberlo.
 
Yo soy ahora el centro del poder, la noticia.
Antes, ajeno al dolor ajeno,
me fui de la vida de muchas personas,
por cualquier puerta.
Ahora, a contracorriente, voy saliendo del mundo
por la única abertura señalada para mí.
Es contagiosa la voz triste, no escucho reproches.
Me habrán perdonado muchos, porque faltan pocos.

 
He llegado a la cima de mi vida,
curado de mis heridas.
Desde aquí puedo capturar la naturaleza entera,
ver a los que se quedan
y a los que ya me alcanzan.
Distingo decenas de líneas torcidas
detrás de la gente que ha venido a despedirme;
compruebo que no hay un solo ser humano perfecto.
Ya los he visto a todos y todos me han visto a tiempo.
 
Mi carga se ha petrificado un paso atrás,
al lado de tantas otras.
Estoy liviano, sobre mi última huella terrenal.
Todo pasa, sin pausa, todo es tan natural.
Tengo la mente plena de recuerdos,
pero ya no sé cuánto tiempo mide mi cuerpo.
Nadie debiera llorar, ni los de mi casa,
porque delante de mí veo un inmenso jardín
donde la risa se une al viento para besar las flores.
La paz es maravillosa, hasta puedo volar.


© Florencio Goicochea M., 2016.


 


MONÓLOGO DE DANTE III 

Yo que traspasé las fronteras de la sombra,
bordeando la zozobra y preocupación,
abriendo la vida y echando los males
de los quirófanos, de las casas, de las cabezas,
¿cómo ahora no puedo avanzar 
por la negrura de esta última abra?.

Los años me martillan las sienes,
entumecido abrazo la vida que me deja.
Silencio confidente, temido, amado, odiado,
tú que hoy estás distinto,
has dormir el tiempo de mis ojos;
como en el último juego inconcluso
te toca suprimir el sonido y la luz,
para  que yo flote, ahora, hacia lo desconocido. 

Muerte, apura la noche que nos aleja,
aminora la pena  ajena
por la que no vienes.
Llévame ya que no he de sanar.
Que pase tu capa roja sobre este lecho
como pasa el eclipse cerrando el cielo.
No me asusta navegar por el agua en llamas.
Conozco el principio de tu eterno camino,
porque te he visto llegar e irte muchas veces, 
dejando los cuerpos en su lienzo blanco.
Con mi hato de recuerdos y las palmas juntas,
estoy listo para acompañarte.

Lucifer, sé que me esperas, escucha mi voz vertical:
Me lleva el silente recogedor de muertos
porque no has tenido el valor de venir tú mismo.
Desde aquí te desafío  
a dejar de mostrar ante mis pares
el brillo de tu tridente.
Mi alma es en esencia calmada, 
pero de tanto acudir a las defensas
aprendió a contagiar rebeldía;
anticipo que se agitará, resistirá
con armas que no tienen hierro ni pólvora
y jamás rendirá su paz en la guerra
sobre los candentes límites de tu reino.
Reto tu odio hasta ver tus cuernos perdonados
en la batalla infinita de los arrepentidos.

Arcángel San Miguel, vos que sólo hoy 
habéis llegado tarde a la cita conmigo,
pero que bien enterado estáis de mi andar,
serenad a quienes lloren mi partida.
Oid mi último deseo: cuando mi cuerpo empiece
a ser agujereado por tubulares intrusos
en la exacta prisión de ocho tablas,
recordadle a Dios que de pequeñín lo amé mucho
y de grande no pude hacerlo igual.
Mareado en las vueltas del mundo,
me adherí como pude al pecado...

Me he sentido sucio, pérfido, malo en el templo.
Madre: Ya no escuchan mi canto tus oídos vivos,  
 igual te digo que me siento un voluntario de fe
para llevar almas por los caminos de fuego.
Padre: Tardaré en hallar la huella de tu pie grande.
Sólo fui entrenado para descender al Infierno, 
pero irá mi humildad hasta el Monte Purgatorio.

No es fácil pasar entre dos montañas, 
pero a la hora coordinada la barca debe partir.



© Florencio Goicochea M., 2016.
 
 






INVISIBLE

 He cambiado poco,
sigo siendo un visitador de mundos
 en el universo paralelo.

Soy un no humano
buscando el equilibrio.
Me desplazo en silencio,
mientras el tiempo único
descansa plácidamente en la luz.

Sin cuerpo, soy menos complicado:
imperceptible, invulnerable,
un preguntador por telepatía,
un ser liberado del orden establecido.
La historia es predecible,
todos los nombres ponen de pie sus letras,
los datos están atentos al llamado
de este hablador sin oyentes,
de este oidor de ecos y truenos lejanos.

Soy el viajero sin traje y sin piel,
que irrumpe en dos realidades
y se va por caminos distintos.
Soy el migrante de pasajera estancia,
el ser que fluye de la dimensión alterna,
el caminante ausente que regresa
a recoger, una y otra vez, sus errados pasos.

Soy un novato ser de paz,
el resultado de la selección natural cósmica,
un alma convertida en fuerza del bien.
No me acostumbro, aún extraño mi cuerpo;
siento que estoy incompleto, dividido,
apartado de ciertas alegrías esenciales,
lejos de mi raíz humana,
sin tener una piedra a la cual pertenecerle.

 Soy el que pasa haciendo levitar las cosas
y se va besando todos los colores;
son las señales fallidas de mis penas
por sentir a los míos cerca
y no poder tocarlos,
por posar en vano mi mano sobre un hombro,
por gritar que estoy allí y no ser escuchado.

El viento es mi aliado,
me ubica dentro de mis fronteras
y siempre está soplando hacia el arcoiris,
para recordarme quién fui y quién soy.
Me reconozco como exhumano en perfección.
Soy energía en libre movimiento.
 
© Florencio Goicochea M., 2016.


 

DESBORDE YUNGA

Un mojado pescador perdió su caña.
Los bagres estarán alborotados,
revueltos en el verde limo de su invierno.

El río invade, hace ruido su hambre.
Lleva trapos, palos y piedras a tumbos.
Pide la vida de los ribereños,
parece salpicarlos en la estampida,
su bramido va tras ellos por costumbre.
El miedo abre las puertas y las bocas parlantes,
recorre los caminos de ida y vuelta,
va a los huertos y sale por la copa de los frutales.


Si el río fuera hombre, razonaría con él.
Si tuviera músculos, mediría mi brazo con el suyo.
Si viera, lo miraría fijamente a los ojos de agua.
Y si estuviera más cerca de ser lobo o serpiente,
lo reconocería por los colmillos;
si fuera inhumano, por la vara y el casco;
entonces me conocería
enojado y bravo, defendiendo la ribera,
devolviendo la muerte a su cauce,
arrancando el grito de la vida para el mundo.

El turbio río está agresivo
y yo, perplejo en la cima,
lejos del yucal y de los molles.
Me siento tan gris, viendo
caer el lodo por la garganta de las quebradas;
y tan castigado por la lluvia
que se ha dormido sobre mi pueblo en el oeste.
No hay sombrero, poncho ni pañuelo blanco
que sirvan de algo en este momento.

Tanta agitación abajo y no poder detener nada.
Siguen juntándose las nubes negras,
los perros se aturden, corren, ladran a salvo,
los tenderos siguen la ruta de los chacareros,
los niños gimen con los pies en el barro;
a su ritmo, los ancianos saben a donde ir,
mientras los carrizos son doblegados.
El susto ha detenido a las cabras en la ladera
y a los caracoles en los brazos inferiores de los patis.

El río está fuera de sí y yo estoy dentro de mí,
desafiado y lastimado a distancia,
conteniendo la exhalación y sintiéndome
tan lejano como un zorro en su madriguera.
Sólo podré volver a estar en paz con el río
cuando vea humear la chimenea de mi casa.
Aunque me traspasan las ideas
igual que las gotas de lluvia,
debo esperar, aún al borde del precipicio.
La espera se convierte en una segunda resistencia
capaz de mantener quieto al tipo bronco
que la fuerza de la sensatez me impide liberar.

El agua, génesis y fuerza esencial del río,
debo entenderlo al fin,
simplemente cumple su ciclo perpetuo.
Por mi bisabuelo, bichozno de arponero,
sé que la lluvia pasará
al soplar los vientos del norte
y que gorjearán uno por uno los guardacaballos
al aclararse el cielo.
Son macizos mis hermanos de río abajo,
ellos volverán a sonreir y a tirar el anzuelo pronto.
Ya quiero saber de los escolares de fe,
trabajando al lado de los talludos,
y quiero ver al tractor excitado,
saliendo del campamento a limpiar la carretera.

Conozco al hombre yunga y al gran río.
Por turnos se agigantan y se faltan el respeto,
pero también se dan treguas, y en esos tiempos
el río es, unilateralmente, tan pacífico.


© Florencio Goicochea M., 2016.