viernes, 2 de septiembre de 2016


IDILIO DEL EXPLORADOR

Desde nuestro fondo, sin aviso ni reservas,
han salido  a coquetear y conquistar
seres intensamente naturales,
criaturas liberadas de su camisa de fuerza,
sin horarios, prejuicios  ni moldes impuestos.
Iluminan todo lo que miran,
suavizan todo lo que tocan,
hacen música con todo lo que escuchan;
no es posible el retorno,
porque han tomado las rutas del Sol y de la Luna,
y ya van de la mano tras el aroma de la felicidad.

Los colores descansan tranquilamente en las cosas
y de pronto vuelan serpentinas de carnaval.
Nos estamos enamorando
al excitar la timidez de las vizcachas,
al devolver las truchitas al río,
al buscar los corderitos ausentes del rebaño,
al ser capturados por la quietud de los patos
en ignotas lagunas andinas.

Venimos de la Costa, tú del Sur y yo del Norte,
ambos exploradores tenaces
que no hicimos nada para encontrarnos
y nada haremos para dejarnos.
Nuestro idilio es un hijo natural
que vieron nacer en un rito los guías quechua.
Somos turistas recorriendo los caminos
de sentimientos cardinales.
Sobre oleadas de alegría y deseo,
vamos nombrando los tesoros sobre tierra,
añadiendo ciencia a la lectura de los mapas.

De día, de espaldas a los glaciares,
miramos
la atrevida unión de las tierras
y la fértil presencia del campesino.
Levitamos,
tocados por la belleza y la paz
que nos llega de ese pedazo de naturaleza.
Cortamos
en un instante de osadía
la franja de mar que vemos como frontera.

De noche somos libres,
de volar, de cantar, de perdernos,
de recogernos en un abrazo
y atravesar felices el planeta
hasta avistar cometas, astros y constelaciones.

Aún no hay beso,
es mejor, que llegue tarde,
para gozarlo en su largueza envolvente,
tras el más sincronizado cierre de retinas.

No somos del Ande
pero ya pertenecemos aquí,
pues el amor de dos
tiene siempre su  espacio allí donde nació.

© Florencio Goicochea M., 2016.
 

jueves, 1 de septiembre de 2016



 ÚLTIMA FRONTERA

He llegado al final del gran camino.
Mirando mis huellas reconozco
la línea torcida que he marcado.
Admito que la mayoría de curvas tomadas
fueron para ir al encuentro de la suerte,
supervivir con dignidad,
y conocer las fronteras humanas.
Celebro y sufro en el recuento de errores y aciertos,
he tenido momentos de gozo y de infelicidad,
no hay equilibrio, no puede haberlo.
 
Yo soy ahora el centro del poder, la noticia.
Antes, ajeno al dolor ajeno,
me fui de la vida de muchas personas,
por cualquier puerta.
Ahora, a contracorriente, voy saliendo del mundo
por la única abertura señalada para mí.
Es contagiosa la voz triste, no escucho reproches.
Me habrán perdonado muchos, porque faltan pocos.

 
He llegado a la cima de mi vida,
curado de mis heridas.
Desde aquí puedo capturar la naturaleza entera,
ver a los que se quedan
y a los que ya me alcanzan.
Distingo decenas de líneas torcidas
detrás de la gente que ha venido a despedirme;
compruebo que no hay un solo ser humano perfecto.
Ya los he visto a todos y todos me han visto a tiempo.
 
Mi carga se ha petrificado un paso atrás,
al lado de tantas otras.
Estoy liviano, sobre mi última huella terrenal.
Todo pasa, sin pausa, todo es tan natural.
Tengo la mente plena de recuerdos,
pero ya no sé cuánto tiempo mide mi cuerpo.
Nadie debiera llorar, ni los de mi casa,
porque delante de mí veo un inmenso jardín
donde la risa se une al viento para besar las flores.
La paz es maravillosa, hasta puedo volar.


© Florencio Goicochea M., 2016.


 


MONÓLOGO DE DANTE III 

Yo que traspasé las fronteras de la sombra,
bordeando la zozobra y preocupación,
abriendo la vida y echando los males
de los quirófanos, de las casas, de las cabezas,
¿cómo ahora no puedo avanzar 
por la negrura de esta última abra?.

Los años me martillan las sienes,
entumecido abrazo la vida que me deja.
Silencio confidente, temido, amado, odiado,
tú que hoy estás distinto,
has dormir el tiempo de mis ojos;
como en el último juego inconcluso
te toca suprimir el sonido y la luz,
para  que yo flote, ahora, hacia lo desconocido. 

Muerte, apura la noche que nos aleja,
aminora la pena  ajena
por la que no vienes.
Llévame ya que no he de sanar.
Que pase tu capa roja sobre este lecho
como pasa el eclipse cerrando el cielo.
No me asusta navegar por el agua en llamas.
Conozco el principio de tu eterno camino,
porque te he visto llegar e irte muchas veces, 
dejando los cuerpos en su lienzo blanco.
Con mi hato de recuerdos y las palmas juntas,
estoy listo para acompañarte.

Lucifer, sé que me esperas, escucha mi voz vertical:
Me lleva el silente recogedor de muertos
porque no has tenido el valor de venir tú mismo.
Desde aquí te desafío  
a dejar de mostrar ante mis pares
el brillo de tu tridente.
Mi alma es en esencia calmada, 
pero de tanto acudir a las defensas
aprendió a contagiar rebeldía;
anticipo que se agitará, resistirá
con armas que no tienen hierro ni pólvora
y jamás rendirá su paz en la guerra
sobre los candentes límites de tu reino.
Reto tu odio hasta ver tus cuernos perdonados
en la batalla infinita de los arrepentidos.

Arcángel San Miguel, vos que sólo hoy 
habéis llegado tarde a la cita conmigo,
pero que bien enterado estáis de mi andar,
serenad a quienes lloren mi partida.
Oid mi último deseo: cuando mi cuerpo empiece
a ser agujereado por tubulares intrusos
en la exacta prisión de ocho tablas,
recordadle a Dios que de pequeñín lo amé mucho
y de grande no pude hacerlo igual.
Mareado en las vueltas del mundo,
me adherí como pude al pecado...

Me he sentido sucio, pérfido, malo en el templo.
Madre: Ya no escuchan mi canto tus oídos vivos,  
 igual te digo que me siento un voluntario de fe
para llevar almas por los caminos de fuego.
Padre: Tardaré en hallar la huella de tu pie grande.
Sólo fui entrenado para descender al Infierno, 
pero irá mi humildad hasta el Monte Purgatorio.

No es fácil pasar entre dos montañas, 
pero a la hora coordinada la barca debe partir.



© Florencio Goicochea M., 2016.
 
 






INVISIBLE

 He cambiado poco,
sigo siendo un visitador de mundos
 en el universo paralelo.

Soy un no humano
buscando el equilibrio.
Me desplazo en silencio,
mientras el tiempo único
descansa plácidamente en la luz.

Sin cuerpo, soy menos complicado:
imperceptible, invulnerable,
un preguntador por telepatía,
un ser liberado del orden establecido.
La historia es predecible,
todos los nombres ponen de pie sus letras,
los datos están atentos al llamado
de este hablador sin oyentes,
de este oidor de ecos y truenos lejanos.

Soy el viajero sin traje y sin piel,
que irrumpe en dos realidades
y se va por caminos distintos.
Soy el migrante de pasajera estancia,
el ser que fluye de la dimensión alterna,
el caminante ausente que regresa
a recoger, una y otra vez, sus errados pasos.

Soy un novato ser de paz,
el resultado de la selección natural cósmica,
un alma convertida en fuerza del bien.
No me acostumbro, aún extraño mi cuerpo;
siento que estoy incompleto, dividido,
apartado de ciertas alegrías esenciales,
lejos de mi raíz humana,
sin tener una piedra a la cual pertenecerle.

 Soy el que pasa haciendo levitar las cosas
y se va besando todos los colores;
son las señales fallidas de mis penas
por sentir a los míos cerca
y no poder tocarlos,
por posar en vano mi mano sobre un hombro,
por gritar que estoy allí y no ser escuchado.

El viento es mi aliado,
me ubica dentro de mis fronteras
y siempre está soplando hacia el arcoiris,
para recordarme quién fui y quién soy.
Me reconozco como exhumano en perfección.
Soy energía en libre movimiento.
 
© Florencio Goicochea M., 2016.


 

DESBORDE YUNGA

Un mojado pescador perdió su caña.
Los bagres estarán alborotados,
revueltos en el verde limo de su invierno.

El río invade, hace ruido su hambre.
Lleva trapos, palos y piedras a tumbos.
Pide la vida de los ribereños,
parece salpicarlos en la estampida,
su bramido va tras ellos por costumbre.
El miedo abre las puertas y las bocas parlantes,
recorre los caminos de ida y vuelta,
va a los huertos y sale por la copa de los frutales.


Si el río fuera hombre, razonaría con él.
Si tuviera músculos, mediría mi brazo con el suyo.
Si viera, lo miraría fijamente a los ojos de agua.
Y si estuviera más cerca de ser lobo o serpiente,
lo reconocería por los colmillos;
si fuera inhumano, por la vara y el casco;
entonces me conocería
enojado y bravo, defendiendo la ribera,
devolviendo la muerte a su cauce,
arrancando el grito de la vida para el mundo.

El turbio río está agresivo
y yo, perplejo en la cima,
lejos del yucal y de los molles.
Me siento tan gris, viendo
caer el lodo por la garganta de las quebradas;
y tan castigado por la lluvia
que se ha dormido sobre mi pueblo en el oeste.
No hay sombrero, poncho ni pañuelo blanco
que sirvan de algo en este momento.

Tanta agitación abajo y no poder detener nada.
Siguen juntándose las nubes negras,
los perros se aturden, corren, ladran a salvo,
los tenderos siguen la ruta de los chacareros,
los niños gimen con los pies en el barro;
a su ritmo, los ancianos saben a donde ir,
mientras los carrizos son doblegados.
El susto ha detenido a las cabras en la ladera
y a los caracoles en los brazos inferiores de los patis.

El río está fuera de sí y yo estoy dentro de mí,
desafiado y lastimado a distancia,
conteniendo la exhalación y sintiéndome
tan lejano como un zorro en su madriguera.
Sólo podré volver a estar en paz con el río
cuando vea humear la chimenea de mi casa.
Aunque me traspasan las ideas
igual que las gotas de lluvia,
debo esperar, aún al borde del precipicio.
La espera se convierte en una segunda resistencia
capaz de mantener quieto al tipo bronco
que la fuerza de la sensatez me impide liberar.

El agua, génesis y fuerza esencial del río,
debo entenderlo al fin,
simplemente cumple su ciclo perpetuo.
Por mi bisabuelo, bichozno de arponero,
sé que la lluvia pasará
al soplar los vientos del norte
y que gorjearán uno por uno los guardacaballos
al aclararse el cielo.
Son macizos mis hermanos de río abajo,
ellos volverán a sonreir y a tirar el anzuelo pronto.
Ya quiero saber de los escolares de fe,
trabajando al lado de los talludos,
y quiero ver al tractor excitado,
saliendo del campamento a limpiar la carretera.

Conozco al hombre yunga y al gran río.
Por turnos se agigantan y se faltan el respeto,
pero también se dan treguas, y en esos tiempos
el río es, unilateralmente, tan pacífico.


© Florencio Goicochea M., 2016.